Los sobresaltos económicos que se están experimentando en estas últimas semanas hacen patente que la salud de la economía mundial sigue sometida a intensas turbulencias. Aunque su abundancia hace difícil su seguimiento, veamos algunos:
La crisis de las deudas soberanas de la periferia europea; la creación de la European Financial Facility Pact por 750.000 millones de euros para acudir a su rescate; la reunión del G-20 en Seúl, donde se afrontaron las distintas posiciones frente a la crisis –medidas de estímulo en Estados Unidos frente a medidas de ajuste en la UE–; los 600.000 millones de dólares facilitados por la Reserva Federal estadounidense a su economía; la guerra de divisas con las batallas proteccionistas que ya no se disimulan; las propuestas de Angela Merkel acerca de las quitas a los tenedores privados de bonos; y otras de menor entidad. Como remate (por ahora), la crisis de Irlanda, a la que se le suministra la amarga medicina que rechazaba, dudas sobre Portugal y lo que le pueda pasar a España... Un amplio muestrario de inquietudes, cada una de ellas por sí misma suficiente para generar graves
desasosiegos en los responsables, públicos y privados, de la economía global, que obligan a poner en duda los análisis de quienes consideran la crisis como ya superada.
Los nuevos episodios de desconfianza en las deudas de los países periféricos, que tienen su culminación en la ayuda forzada sobre Irlanda, muestran que los programas de ajuste (presupuestario, laboral, fiscal y de pensiones) impuestos a los países deudores no han solucionado sus problemas financieros, ni en la credibilidad y confianza que puedan suscitar a su acreedores. Es evidente que dichos programas de ajuste no pueden sanear la situación financiera de estos países, sino, por el contrario, empeorarla al frenar la actividad productiva e intensificar el problema del paro. Ni impedir que los bancos acreedores de los países centrales (Alemania, Francia, Holanda, la banca española...) carguen con las posibles pérdidas, aunque esto se resuelve con las ayudas financieras concedidas y justificadas con los programas de ajuste.
¿Cuáles son las razones de fondo para esta estrategia? Las razones de fondo realmente responden a los intereses dominantes de la economía mundial, como disminuir las remuneraciones y estabilidad de los empleos, subordinar a los trabajadores a las estrategias de las empresas, debilitar el Estado del bienestar y los derechos sociales. En una palabra, consolidar unas condiciones estructurales extremadamente propicias para los capitales y muy desfavorables a las clases populares justificándolas con las necesidades de salida de la crisis.
El proteccionismo vuelve a ser discutido abiertamente. Nunca ha dejado de existir, especialmente en los países más poderosos, siempre capaces de disimularlo con distintos ropajes. Ahora renuevan antiguas fórmulas como la política monetaria para devaluar la divisa (Estados Unidos) o la presión sobre los salarios (Alemania), para seguir compitiendo en mercados cada vez más agresivos. ¿No sería mucho más eficiente que este proteccionismo vergonzante, aparentemente denostado pero siempre practicado, fuese aceptado como lo que es, es decir, una medida de política económica a la que recurren todos los países que pueden hacerlo (siendo estos quienes más exigen a los demás que abran sus fronteras) y que los conflictos se dirimieran abiertamente? Las tan ensalzadas virtudes del libre comercio se están demostrando bien fútiles y habrían de dar paso a considerar las ventajas de un comercio mundial más regulado. Es curioso que se acepta, al menos retóricamente, una cierta regulación de los flujos de capitales globales, pero es tabú siquiera la mención de esa misma regulación para el comercio de mercancías.
Finalmente, la inestabilidad e inseguridad de la economía global. La más mínima alteración envía sacudidas de temor a todo lo largo y ancho del capitalismo mundial. Si la UE establece un sistema de facilidad financiera, o si la Reserva Federal compra más deuda, tiemblan las economías, pues parecen presagiar mayores problemas; si Merkel propone que los tenedores privados de bonos participen en el rescate de los países en default, se asustan los mercados y los gobiernos (pues supone que los tenedores de bonos obtendrán una menor remuneración y, para evitarlo, subirán los tipos de interés que exigen para suscribir dichos bonos); si Grecia tiene problemas, se sobrecoge la UE, igual que con los de Irlanda y los que anticipa para Portugal y España (¿estamos seguros de que no nos están preparando para aceptar que España es también insolvente y hayamos de asumir los todavía mucho más duros programas de ajuste que la ayuda ante la insolvencia impone?).
Si esto es todo lo que el capitalismo del siglo XXI puede ofrecer a la salida de la crisis, más vale que empecemos rápido a buscar alternativas.
Miren Etxezarreta es Catedrática emérita de Economía Aplicada de la UAB.
Ilustración de Iker Ayestarán
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