Mucho se habla de cordones sanitarios, pero poco de condones, cuyo fin no es solo la profilaxis, como bien saben, sino también la anticoncepción. Tal y como pinta el panorama, algunos líderes políticos tal vez deberían plantearse un uso intensivo de gomitas en el ejercicio de su profesión, no sea que se contagien del tufo fascistoide que se respira un poco a la derecha del extremo centro de Rivera; o que, peor aún, empiecen a engendrar de manera descontrolada vástagos políticos sin escrúpulos dispuestos a vender su alma al diablo por un puñado de bastones de mando. ¿O debería decir bastiones?
Quien haya leído hasta aquí podría pensar que me refiero, por ejemplo, a Sánchez-Almeida o a Díaz Ayuso, cuya gobernabilidad en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid está sujeta al apoyo de Vox; ese partido que la noche del 26M celebraba sus concejalías con un lema falangista que, dicho sea de paso, representa un insulto a las miles de víctimas de la Guerra Civil y el franquismo que aún siguen esperando un resarcimiento por parte del Estado y de ciertas instituciones. Claro que eso es precisamente lo que buscan: una línea divisoria entre vencedores y vencidos, y una humillación de los segundos. La mejor manera de cerrar heridas, sin duda.
Pero no. No me refería exactamente a estos Pajares y Esteso (o viceversa) de la política que, corte de mangas a Carmena mediante -exquisito gesto donde los haya-, podrán tomar posesión de sus cargos gracias a la extrema derecha.
Una ultraderecha que con una naturalidad inusitada ha sido asumida, desde el mismo momento en el que el escrutinio superaba el 70%, como llave válida de gobierno para los partidos de extremo centro o derecha casi extrema (según sople el viento) en aquellos lugares en los que el PSOE ganaba pero no podía sumar con otras izquierdas. En Andalucía quedó claro: más vale fachas en mano que socialistas (y podemitas) volando. Ese es el pacto que ahora da alas a la normalización de que un partido como Vox entre en otras instituciones.
Pero volvamos al cordón sanitario. El término empezó a ser utilizado en política en los años ochenta en Bélgica, cuando los avances electorales de un partido nacionalista flamenco de extrema derecha y racista impulsaron el compromiso del resto de partidos de excluirlo de cualquier coalición de gobierno, aunque esto forzara una alianza entre rivales ideológicos. En Francia emularon ese cordón después, con Le Pen.
Por eso Manuel Valls, el defenestrado candidato de Cs a la alcaldía de Barcelona -de pedigrí neoliberal francés: primero al ala derecha del socialismo y luego alineado con Macron-, nunca entendió el pacto andaluz en el que participaron sus compañeros de partido y ya ha amenazado con dejar Cs si se produce un acuerdo con Vox .
Es lo que tiene el neoliberailsmo francés: liberté, egalité y fraternité por encima de todo lo demás, incluso de intereses electoralistas. En España estamos a otras cosas. Así nos va.
Sin ir más lejos, Ciudadanos anunciaba hace meses a bombo y platillo que establecía, haciendo un uso maniqueo del término, un cordón sanitario con el PSOE y que no pactaría con los socialistas. Ahora el partido de Rivera es clave para gobernar en Madrid, Aragón y Castilla y León, por ejemplo, y en su mano está inclinar la balanza del lado del PSOE o hacerlo del lado de la derecha (en Madrid, con PP y Vox; en Aragón, con PP, Vox y PAR; en Castilla y León, con PP).
Así, Pedro Sánchez, no sabemos si más consciente de lo que se juega su partido o de lo que nos jugamos todos los españoles, pedía a los naranjas en su comparecencia del 26M levantar el famoso cordón y advertía a Casado y a Rivera de que meter a Vox en las instituciones "no va a ser bien entendido ni por los partidos liberales ni conservadores" en Europa.
Con Europa hemos topado. Ni 24 horas después de acabar el escrutinio, Sánchez ha emprendido rumbo a Francia a reunirse con Emmanuel Macron, descabalado en las europeas por Marine Le Pen, y por tanto más sensible a darle un buen tironcete de orejas a Rivera y pedirle esa responsabilidad de Estado de la que todos hablan en España, pero se pasan por el arco del triunfo en cuanto hay una cita electoral a la vista.
La reacción de Cs ha sido rápida: su nueva portavoz parlamentaria, Inés Arrimadas, ya no descarta nada (ni mu del cordón sanitario) y anuncia un comité negociador que analizará los pactos en cada territorio con "responsabilidad" y "sentido común" . "Whatever", que diría un angloparlante... Claro que el horno de Cs no está para muchos bollos: ni sorpasso al PP ni conquista de grandes territorios. Ay, perdón, que los de la reconquista eran los de Vox...
Todo está abierto y hay partido. Pero paradójicamente es Pedro Sánchez quien más se juega. ¿Pactará con Cs para inmovilizar a Vox? En caso de que lo haga, ¿será capaz de explicar aquello de la responsabilidad de Estado a la europea? ¿Qué lectura sacarán sus votantes –sobre todo los de las generales- de un eventual pacto con los naranjas? ¿Resuena en sus oídos el "Con Rivera, no" que le cantaban en Ferraz la noche del 28A? ¿Y si decide no pactar con CS y finalmente Vox entra en las instituciones gracias a su falta de acuerdo con los naranjas? ¿Y si el PP se le ofrece como aliado en el Ayuntamiento de Madrid (PSOE+PP+Cs) o en el A Coruña (PP+PSOE), por ejemplo, como se ha sugerido hoy mismo? ¿...?
No le vendrá mal tener unos cuantos profilácticos a mano por lo que pueda pasar.
Comentarios
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