Los crímenes contra la humanidad son un ataque a los derechos humanos fundamentales que por su gravedad suponen un agravio no sólo a las víctimas, también a la Humanidad en su conjunto. Crímenes que buscan aterrorizar, disuadir de cualquier resistencia, humillar, acabar con la libertad y la vida.
En el Estado español la legislación no contempla en su verdadera extensión los múltiples crímenes de lesa humanidad y tampoco contamos en nuestras leyes con la Justicia Universal, que sí está siendo utilizada por la República Argentina en el proceso por crímenes de lesa humanidad durante el franquismo en la causa 4591/10, caratulada "N.N.S./GENOCIDIO", que se tramita en el Juzgado Criminal y Correccional Federal nº 1.
El pasado 28 de enero, a instancias de la A.R.M.H. y en el Consulado General de la República Argentina en Vigo, se presentaron las cinco primeras denuncias de deportados gallegos a los campos nazis para incluir en la Querella Argentina.
Como investigadora tuve la fortuna de acompañar a los familiares a este acto, junto con la responsable de la A.R.M.H. en Galicia, Carmen García-Rodeja. Ambas entregamos las denuncias de dos deportados: Arturo González Bastos, vigués que pereció en Meppen-Dalum del que se desconocen descendientes y de Ramón Garrido Vidal, de O Grove, resistente y deportado, que salió con vida de Dachau y cuyo hijo Fabien que reside en Francia no pudo acudir.
Pero los protagonistas indiscutibles de ese día fueron Francisco Pena, José González y Pablo Barreiro, familiares de Francisco Pena Romero, José Ferradás Pastoriza y Domingo Castro Molares, tres gallegos, que al igual que Arturo González Bastos y Ramón Garrido Vidal, tras el golpe de estado de 1936 lucharon en defensa de la República, que se vieron abocados al exilio en Francia, y que acabaron detenidos por el ejército alemán y confinados en los campos de concentración nazis con el conocimiento y la complicidad de las autoridades franquistas. Ellos fueron víctimas de una generación desgraciada como pocas, que lucharon en su país contra el franquismo y en Europa contra el nazismo, por la libertad de todos los pueblos, que dieron todo y todo lo perdieron en defensa de los valores democráticos.
Francisco
Francisco, hijo de Francisco Pena Romero tiene más de ochenta décadas de vida, una memoria ágil, repleta de recuerdos propios y de aquellos que le transmitió su progenitor, con el que se reencontró en Francia cuando contaba 14 años. Ha luchado y sigue luchando por mantener viva la memoria de su padre y la de sus compañeros de cautiverio. Siempre le acompaña Carmen, su esposa y apoyo en la lucha y a veces su hija Silvia, orgullosa del ideal de vida, dignidad y Memoria que le han trasmitido sus padres, consciente de la importancia del momento porque ese día su padre «pudo denunciar ante la cónsul de la República Argentina el genocidio y la barbarie a la que fueron sometidos los deportados con el total desamparo del Estado español.» Conocedora de la historia de su abuelo desde que era una niña, afirma «no saber la dimensión que esto tenía hasta que he sido adulta. Mi abuelo pocas veces hablaba de la guerra y de su sufrimiento delante de nosotras, sus nietas. El silencio y las ganas de no recordar se apoderó de él. Por todos esos años de silencio ahora, su familia, queremos hablar y no olvidar el sufrimiento que todos estos hombres y mujeres padecieron.»
Para Francisco «el 28 de enero fue un día inolvidable» que le recordó a «los actos reivindicativos a los que acudimos en París mi padre y yo durante varios años organizados por el Partido Comunista de España. Recuerdo la emoción que sentía de pensar que el franquismo en España duraría poco tiempo, pero se equivocó. Este día fue un día para recordar y revivir en mi memoria los buenos momentos que pase con mi padre. Cuánto le hubiese gustado que todo esto saliera a la luz después de todos estos años sin haberlos reconocidos como víctimas del nazismo» y añade «no quiero olvidar dar las gracias a la República Argentina por ayudarnos a denunciar los horrores que cometieron los nazis con la colaboración del franquismo.»
José
José es sobrino de José Ferradás Pastoriza, que pereció en Gusen. Se ha pasado casi toda su vida intentando conocer el paradero de su tío, que salió de Beluso en el verano de 1936 sin que la familia volviera a tener noticias de él. Su madre siempre le dijo que había muerto en la Guerra «con los otros». Pronto supo quienes eran los otros: «Siendo niño peloteando con mi balón, día tras día, en el atrio contra las paredes de la iglesia donde había una serie de nombres a ambos lados de una cruz con un yugo y unas flechas, recuerdo un día en que mi madre me llamaba para volver a casa porque era tarde y al llegar le pregunté: ¡Mama! ¿Por qué o tío Pepe non está nos nombres da parede da iglesia? Ella respondió: ¡O tío Pepe era dos outros!»
José es un hombre de pocas palabras y una gran sensibilidad. Asegura que «conocer a Francisco y a Pablo me animó a seguir codo con codo en esta lucha. La empatía de la cónsul me liberó de la tensión de formalismo y (como siempre que hablo de mi tío Pepe) las lagrimas llenaron mis ojos. Sé que ese es el camino, se que pondremos a nuestros familiares y a todos los olvidados en el lugar que por justicia y dignidad tienen que ocupar. ¡Va por ellos!»
Pablo
Pablo, el más joven de los tres, es sobrino nieto de Domingo Castro Molares, deportado a Mauthausen y asesinado en el Castillo de Hartheim, centro de eutanasia nazi. Se enteró del destino de su tío hace apenas dos años, y se avergüenza al reconocer que hasta entonces desconocía la existencia de víctimas españolas en los campos nazis. Afirma que la mayor parte de su vida transcurrió en democracia, que la dictadura franquista la estudió en los libros y que ahora es consciente de que en realidad no sabe nada: «Tengo que reconocer que todavía no he podido asimilar esa tragedia familiar, por más que lo intento, soy incapaz de ponerme en la piel del tío Domingo, siento que su padecimiento está muy lejos de mí, eso me avergüenza un poco.»
Asegura haber recibido una lección ya que «por primera vez he tenido que hacer uso del derecho a la justicia universal que nos asiste por ley todos los españoles y no he podido ejercerlo. La justicia española no me permite denunciar un crimen brutal que no ha prescrito y he tenido que acudir a un país extranjero. Pero sobre todo hoy he recibido una lección de humanidad que no olvidaré. Y esa lección me la han dado todos ellos, cada uno a su manera.»
Lo que Pablo desconoce es que todos recibimos una lección, a pesar de que piense que muchos ya estamos curtidos en luchar contra el olvido con nuestra historia familiar a cuestas, «contra las trabas burocráticas y contra los reproches de los que dicen que no hay que levantar heridas, aunque bajo la costra de esas heridas esté atrapado un trozo de justicia y los derechos de personas que sufrieron como pocos por defender la libertad en España y en Europa.»
En el Consulado
La cita era a las seis de la tarde. Nos recibió doña Silvina Montenegro, Cónsul General de la República Argentina en Vigo, junto a don Alejandro Antonio Franco, agregado administrativo. Mientras que un funcionario iba preparando la documentación relativa a las denuncias que íbamos a entregar, la Cónsul fue haciendo pasar a los familiares uno a uno, depositaba en ellos su mirada cubierta de humanidad y empatía y les animaba a que relataran su historia. Y todas las historias treparon a la superficie de la memoria, fueron hilvanadas poco a poco con dolor, algunas con lágrimas, con la dignidad y el respeto que otorga el sufrimiento por el destino de los suyos, pero finalmente fueron contadas, porque no en vano ellos (los familiares) llevan años enhebrando su historia y su tristeza, esperando que alguien les escuche y les reconforte en su duelo como lo hizo Silvina Montenegro.
Decía Julio Cortázar que «las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma.» Y tenía razón. Es imposible recoger todas las sensaciones vividas en pasado día 28 de enero en el Consulado de la República Argentina en Vigo, sin ser conscientes de que detrás de cualquier sufrimiento siempre hay una víctima y sus familiares. Así como que detrás de una sociedad herida, al ritmo de un diapasón que va marcando sin tregua el tiempo, solo existe una palabra: impunidad.
Fue sin duda un ejercicio de recuperación de la memoria colectiva, una evocación de la experiencia de la guerra, el exilio, la pérdida de la patria. Retomamos el hilo de la Memoria de un tiempo de infamia, abrazando la certeza de que debíamos hablar en nombre de las víctimas y también en el nuestro para relatar unas vidas que se rebelan contra quienes pretenden olvidar, porque el olvido tan solo beneficia y absuelve a los verdugos.
Como nieta de una víctima del franquismo, la lucha de Francisco, José y Pablo, la lucha de todas las víctimas y sus familias me resulta dolorosa y cercana.
Salimos del Consulado reconfortados, con la sensación del deber cumplido y con la tibia esperanza de obtener una Justicia que en nuestro país es negada. Al mismo tiempo, orgullosos de recordar, porque Recordar es una palabra hermosa, es la alternativa al silencio impuesto, un acto casi subversivo que devuelve la voz a los que fueron silenciados, la dignidad a los que fueron ultrajados pone fin de la impunidad del opresor e impide que continúe perpetuándose la traición.
Comentarios
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