En una conversación reciente, mi interlocutor consiguió incidir sin despeinarse en su convencimiento de que «en unos años» podremos obtener de fuentes renovables más energía de la que obtenemos hoy de fuentes fósiles. Lo curioso de la convicción de mi interlocutor es que no constituye ninguna excepción, sino más bien una expresión entre tantas del contraste entre la estrechez de nuestra cultura medioambiental y lo desmedido de la crisis ecológica en curso. Desde luego, no tengo noticia de nadie que sepa cómo funcionan las bolas de cristal, de forma que tiendo a ser prudente cuando se trata de predecir el futuro. No obstante, mucho me temo que ese futuro de sobreabundancia energética pillaría con el pie cambiado a la abrumadora mayoría de los especialistas en el área... porque de hecho dependería del advenimiento de un inopinado Mesías tecnológico.
La idea de un Mesías tecnológico es la idea de un chasquido de dedos tras el cual, mágicamente, alguna clase de prodigio tecnológico resuelve la patente contradicción entre un planeta finito y un sistema económico condenado al crecimiento perpetuo. El capitalismo sin crecimiento, según el famoso dictum de Schumpeter, es una contradicción en los términos. Así, las anémicas tasas de crecimiento del medio siglo posterior a los años dorados (los «treinta gloriosos») se han espoleado mediante la apertura de la caja de pandora de la deuda (en una carrera sin precedentes: excediendo ya holgadamente el triple del PIB mundial) y la huida hacia delante de la financiarización: trafagar no con bienes, sino con expectativas de ganancias futuras, en definitiva. Por muy abstracta que suene esta base económica, no hay crecimiento económico sin actividad material, como tampoco hay actividad material capaz de violar las leyes de la física: en economía, si pones X y no obtienes X+n, eso se llama crisis; en termodinámica, si pones X y obtienes X+n, eso se llama máquina de movimiento perpetuo. Como veremos, en el fondo, la idea del Mesías tecnológico es esencialmente la misma que la de esa máquina.
Hay actualmente varios candidatos a Mesías tecnológico en el mercado de la futurología. Destacan entre ellos la geoingeniería y la energía nuclear. Sería interesante que nos detuviéramos a echarles un vistazo, pero por mor de la concisión me limitaré a dar aquí un par de pinceladas acerca del telón de fondo de todas las candidaturas: la transición 100% renovable y el desacoplamiento entre crecimiento económico y consumo de recursos.
Conviene comenzar a aproximarse a la idea de la transición a energías 100% renovables recordando algunos hechos elementales. El primero y más importante es la profunda situación de dependencia en que nuestras economías se encuentran respecto de las energías fósiles. A pesar del supuesto auge de las energías renovables, el consumo de energía procedente de combustibles fósiles pasó, según datos del Banco Mundial, de representar el 80,7% del total mundial en 1990 al 79,7% en 2015, último año en su registro. Durante ese cuarto de siglo de supuesto auge de las energías renovables, esa proporción de cuatro quintas partes se mantuvo invariable. Nada ha cambiado desde 2015: la expansión de la economía global vino acompañada en 2018 de un nuevo récord histórico de emisiones de CO2 (cf. IEA, 2019), y mientras la producción de energía renovable fue durante ese año esencialmente idéntica a la de los previos, la quema de combustibles fósiles aumenta año tras año.
En segundo lugar, debemos recordar que, frente a los combustibles fósiles, las energías renovables tienen tasas de retorno energético (TRE) ciertamente modestas; es decir, que la proporción entre la energía que nos dan y la que nos cuestan es pequeña en comparación con la de los combustibles fósiles. En concreto, y aunque la horquilla que abre el baile de cifras no es ni mucho menos despreciable, el petróleo, principal ingrediente de nuestro mix energético, a pesar de resultar cada días menos rentable en términos energéticos, tiene una TRE unas diez veces superior a la de la solar fotovoltaica. De hecho, en vista de que la extracción, transporte y procesamiento de los materiales necesarios para la construcción de placas solares es altamente dependiente de combustibles fósiles, es probable, por decir lo menos, que el balance energético de la energía solar tienda a caer en paralelo al del petróleo (a lo largo de los años he podido comprobar con cierto asombro que muchas personas piensan que extraer petróleo proporciona energía «sin más», pero la realidad es que también hay que invertir energía para encontrarlo, extraerlo, procesarlo... de hecho, cada vez más energía, porque cada vez hay menos petróleo, cada vez es de peor calidad y cada vez cuesta más encontrarlo: a esto es a lo que alude la noción del declive de su balance).
En tercer lugar, es preciso atender al hecho de que, actualmente, apenas una vigésima parte de la producción eléctrica total se debe a las energías renovables a las que se confía la transición hacia un sistema energético 100% renovable basado enteramente en la electricidad (id est, solar y eólica). La esperanza de avanzar hacia ese futuro 100% renovable multiplicando en apenas tres décadas la producción fotovoltaica de electricidad desde el holgado 1% del total que hoy supone al 70% que habría de suponer en semejante escenario (cf., v. g., Ram et al., 2019) no debe valorarse sin considerar, entre otros, el hecho de que, tal y como señala Carlos de Casrto, «no hay ni una sola tecnología renovable moderna que no se haya exagerado en la literatura en algún factor de interés, y además de forma sistemática» (Prieto & de Castro, 2019).
Finalmente, el último hecho a tener en cuenta es que hace tres lustros ya que comenzáramos a adentrarnos en la era del cénit del petróleo. A pesar de los predecibles esfuerzos invertidos en desviar la atención de esta verdadera encrucijada civilizatoria (cf. Chapman, 2014), nadie duda que el fin del petróleo traerá consigo violentas convulsiones para una economía (para una sociedad, cabe de hecho decir) fuertemente dependiente de este combustible.
Tan siquiera a los optimistas respecto de la viabilidad del proyecto de llevar a término una transición 100% renovable se les escapa que una importante reducción de los actuales niveles de consumo energético sería la primera condición de su factibilidad (cf. García-Olivares et al., 2012; García-Olivares, 2019). En otras palabras, a la luz de la evidencia disponible, un hipotético futuro 100% renovable es difícil de imaginar sin una drástica reducción (unos hablan de un descenso a 1/3, otros a 1/10) de consumo energético seguida, adicionalmente, de la aceptación del fin del crecimiento tras una transición en cualquier caso sujeta a serias dificultades en la sustitución de la energía fósil por la eléctrica en importantes parcelas del transporte y la industria, así como a ingentes inversiones de combustibles fósiles y materiales escasos en la instalación del inmenso despliegue de «tecnologías renovables» que habrían de proporcionar la electricidad de la que dependería ese mundo 100% renovable.
Obviando todos los obstáculos (en absoluto triviales) que debería sortear la primera instalación de la inmensa potencia renovable necesaria para proporcionar una fracción significativa del consumo energético actual, sería preciso pergeñar los medios para sustituir, aproximadamente con cada nueva generación, la totalidad de ese enorme despliegue material de paneles solares y molinos eólicos. Como sugería, se trata de sistemas dependientes de recursos minerales que comienzan ya a escasear, lo harán cada vez en mayor medida y requerirán cada vez mayores inversiones de energía para la extracción de recursos de calidad decreciente (cf. Valero & Valero, 2009; Valero et al., 2018).
Los motivos indicados son, entre otros, los que llevan a avezados analistas a describir como inverosímil «la tesis del ‘100% renovable’ entendido como una base energética renovable que proporcionaría las enormes cantidades de energía a las que nos han malacostumbrado los combustibles fósiles, permitiendo que continuase su expansión un ‘capitalismo verde’ con buena salud». Así pues, aunque las energías renovables representen nuestro ineludible futuro, todo apunta que sólo podrán proporcionarnos «lo suficiente para cubrir las necesidades básicas de la enorme población humana actual, usando mucha menos energía primaria que hoy en día y reorganizando radicalmente nuestros sistemas socioeconómicos». En suma, y tal y como Richard Heinberg y David Friedley documentan, es ciertamente difícil concebir una «economía del crecimiento» en un «futuro postfósil» 100% renovable (cf. Riechmann, 2018: 76, 87-88).
Entra aquí en juego el segundo elemento del telón de fondo del mesianismo tecnológico: el desacoplamiento de crecimiento económico y uso de recursos. La idea de que el crecimiento que condiciona la salud de la economía capitalista es posible en un contexto de reducción de uso de recursos puede resultar, desde algún ángulo, inspiradora, pero carece de sustento. Por mecanismos análogos a esos que hacen del déficit de una nación el superávit de otra (cf. Varoufakis, 2016), cuando el modelo de desarrollo de un país se inclina hacia el lado de la balanza de la intensidad en capital, el de algún otro lo hace al tiempo hacia el de la intensidad en trabajo (Harvey, 2019). Así, por ejemplo, en lugares como Silicon Valley, el núcleo de elevados sueldos en empleos de cuello blanco altamente tecnológicos se encuentra rodeado de una amplia periferia de precarios empleos de cuello azul. Lo mismo sucede a escala global: el «desacoplamiento» de las economías avanzadas viene acompañado del «acoplamiento» de las emergentes. Mientras no se patente una máquina de movimiento perpetuo, mientras el Mesías tecnológico siga sin chasquear sus mágicos dedos, el desacoplamiento de una economía inmaterial seguirá siendo tan probable como el desacoplamiento de un ser humano inmaterial. La falacia del crecimiento perpetuo por la vía de la «desmaterialización» de la economía estriba en que, «lejos de necesitar menos recursos, las nuevas tecnologías» que habrían de obrar el milagro del desacoplamiento dependen de «procesos productivos altamente voraces» (Santiago Muíño, 2018: 227).
Si echamos un vistazo a la evolución histórica del PIB mundial y a la del consumo de energía constatamos que ambas variables se encuentran estrechamente relacionadas. Tanto es así que su evolución reciente puede trazarse empleando una sola línea. Se trata de variables que no sólo crecen y decrecen al unísono (las curvas comparten puntos de inflexión), sino también al mismo ritmo (las curvas tienen idénticas pendientes). Ésta es sólo una de las razones por las cuales no existen suficientes «estadísticas parciales» capaces de hacer que la esperanza de «crecer incluso disminuyendo el consumo de energía y/o materias primas» deje de apoyarse en supuestos «completamente falsos» (Turiel, 2016).
El crecimiento se presenta hoy como política, económica y culturalmente innegociable e incuestionable. Sin embargo, la población general da de vez en cuando muestras de que le cuesta comulgar con las ruedas de molino de sus élites políticas, mediáticas y económicas. Así, por ejemplo, incluso en la antesala de una previsible recesión, con tasas de crecimiento en mínimos históricos, cerca de dos terceras partes de los alemanes priorizan el medioambiente frente al crecimiento económico. Por su parte, el gobierno alemán anunciaba simultáneamente (un par de días antes de la Cumbre sobre Acción Climática de Naciones Unidas 2019) la enésima promesa insuficiente de reducción de emisiones que incumplirá. Como las anteriores, la promesa en cuestión consiste en más «mercados de carbono» y, particularmente, más estímulos al crecimiento a través de la canalización hacia el sector privado de más dinero público mediante «incentivos al mercado» y «apoyo a la investigación y el desarrollo». Sobra aclarar que «la prensa seria» encuentra todo esto tan loable como razonable: por algún motivo, la estupidez institucional corporativa pasa inadvertida en el marco cultural diseñado por las corporaciones mediáticas. En este marco, no hay nada extraño en el propósito de solventar la crisis climática y «dar de paso un impulso a la industria» con esas «inversiones públicas» que siempre agradece una «economía necesitada de aliento» (Carbajosa, 2019). Así de fácil y así de conveniente: los evidentes contrasentidos restan en ese acostumbrado punto ciego. Abordar una crisis a todas luces producida por la extralimitación en el consumo de recursos no depende, para nuestros comisarios culturales, de una reducción del consumo, por mucha evidencia y muchas leyes de la física que saquen a relucir los «pesimistas». Muy al contrario, lo que necesitamos para hacer frente a esa crisis es redoblar el consumo invirtiendo cantidades masivas de combustibles fósiles y materiales escasos para fabricar coches eléctricos (mañana acaso voladores) y sembrar el territorio de estaciones de carga. En un planeta infinito y/o ajeno a los principios fundamentales de la termodinámica, la propuesta sería estupenda.
Los ecologistas que tienen abiertas las puertas del debate mediático son aquellos capaces de discutir con seriedad extremos de la relevancia del precio apropiado del carbono en esos mercados de compraventa de emisiones que llevan más de dos décadas sin dar ninguna señal de alguna clase de eficacia. El espectro del debate apenas excede pues los límites del modo apropiado de hacer del cambio climático un buen negocio mientras esperamos la llegada de esas nuevas tecnologías que, de algún modo, desacoplarán crecimiento económico y depredación biosférica.
Mientras llega el Mesías, quizás nos convendría contener nuestras expectativas, porque la crisis ecológica en curso es en buena medida una crisis de expectativas: las de una sociedad que sueña con la abundancia eterna y el dominio técnico de la naturaleza mientras se estrella estrepitosamente contra sus límites biofísicos.
Referencias
- Carbajosa, A. (2019) «Alemania Impulsa una Ambiciosa Transición hacia la Economía Verde», El País, 20 de septiembre.
- Chapman, I. (2014) "The end of Peak Oil? Why this topic is still relevant despite recent denials", Energy Policy, 64, pp. 93-101.
- García-Olivares, A. (2019) «El Activismo ante las Incertidumbres de los Grandes Riesgos del Futuro», Autonomía y Bienvivir, 15 de abril.
- García-Olivares, A., et al. (2012) "A global renewable mix with proven technologies and common materials", Energy Policy, 41, pp. 561-574.
- Harvey, D. (2019) «The State of the US & Chinese Economies», Anti-Capitalist Chronicles, 29 de agosto.
- IEA (2019) Global Energy and CO 2 Status Report. Paris: International Energy Agency.
- Prieto, P. & de Castro, C. (2019) «Comentarios de Prieto y De Castro al Artículo ‘El Activismo ante las Incertidumbres...’ de García-Olivares», 15/15\15: Revista para una nueva civilización, 27 de abril.
- Ram, M., et al. (2019) Energy System based on 100% Renewable Energy. Power, Heat, Transport and Desalination Sectors. Lappeenranta/Berlin: Lappeenranta University of Technology/Energy Watch Group.
- Riechmann, J. (2018) "¿Ecosocialismo descalzo? Perspectivas ético-políticas en el Siglo de la Gran Prueba", en J. Riechmann, A. Almazán Gómez, C. Madorrán Ayerra & E. Santiago Muíño, Ecosocialismo descalzo. Tentativas, Barcelona: Icaria, pp. 13-183.
- Santiago Muíño, E. (2018) "Los frutos podridos de la economía política: Notas para un posmarxismo ecológicamente fundamentado", en J. Riechmann, A. Almazán Gómez, C. Madorrán Ayerra & E. Santiago Muíño, Ecosocialismo descalzo. Tentativas, Barcelona: Icaria, pp. 215-310.
- Turiel, A. (2016) «Tres Preguntas», The Oil Crash, 29 de septiembre.
- Valero, A. & Valero, A. (2009) "La valoración exergética, una forma de medir la disponibilidad de recursos minerales. El agotamiento de la «gran mina Tierra»", Ecologista, 63, pp. 18-21.
- Valero, A., et al. (2018) "Global material requirements for the energy transition: An exergy flow analysis of decarbonisation pathways", Energy, 159, pp. 1175-1184.
- Varoufakis, Y. (2016) And the Weak Suffer what they Must? Europe’s Crisis and America’s Economic Future. New York: Nation Books.
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