Dominio público

Velar o desvelar, desmemoria o recuerdo, los primogénitos de Eros y Thánatos

Carmen Ortiz Álvarez

Psicoanalista

Cada vez que escucho el insistente y ridículo "argumento" de basta de remover y abrir viejas heridas, hay que cerrarlas, pasar página, olvidar, esto solo divide a la sociedad... ¡que todo siga oculto, enterrado!, resuena en mí, como un punzante mantra (y es vox -triste apropiación y perversión del término- populi, que lo que se repite no está resuelto...), que intenta conjurar el grito, el aullido del silencio de entonces, conjurar la memoria de lo traumático, obturar lo Real del trauma o de lo demasiado humano; y por ello, como algo que va en contra totalmente de la verdad ética de nuestro trabajo: escuchar el dolor de la subjetividad e intentar aliviarlo desde la clínica psicoanalítica.

Viene a mi mente Emilio Silva, presidente de la ARMH: "lo nombraron Transición y no Recuperación", o Samuel Beckett en Los días felices, cuando dice: "el aire está lleno de gritos, la costumbre -y la denegación, añadiría yo- los ensordece". Y quizá sea esa la esperanza de algunos, los que arguyen el olvido como mágico ungüento.

En realidad, respecto al sufrimiento, y casi generalizable a todo lo psíquico y al conocimiento del mundo, existen dos posiciones bien diferenciadas, opuestas:

Los que desean, necesitan saber, entender, y por tanto recordar para crecer, elaborar, o para curar-se, porque intuyen que es la única manera de integrar o no separar la sombra de la luz que esta ha engendrado, en palabras de José Ángel Valente, de reparar el daño propio o al otro... Una auténtica labor arqueológica, quirúrgica, o de limpieza de cenizas en la chimenea, en imágenes de Sigmund Freud, o de apertura de fosas en nuestros días...

Y los que no, que piensan que es suficiente e incluso necesario también, correr velos y gruesas cortinas, cubrir lo vivido con más cenizas y tierra si cabe, tapar, borrar, huir hacia delante, y olvidar, olvidar, olvidar... como en las viejas "curas de sueño" o las más antiguas y aniquiladoras trepanaciones.

En definitiva, la escala es cuestión de una gradación amplísima del miedo, o de sus inversos, el valor y el acogimiento de las propias miserias, y por tanto de los diversos mecanismos de defensa que se utilizan para sobrevivir: desde la Represión, Verdrängung, hasta probablemente el más sustancial de todos, la Denegación, Verleugnung: saber o ver algo y hacer como si no se supiese o viese, una forma de no ver lo que se ve, de no enterarse ni siquiera de que uno no se está enterando..., hasta todas las formas de Negación y disociación, desde leves, Verneinung (desafección, indolencia), a las más graves y radicalmente transformadoras del relato histórico, Verwerfung.

Como paréntesis todo esto podría relacionarse con el marco inconsciente del que habla George Lakoff, el padre estricto, autoritario, y el padre protector, tolerante... O con el poder estatal y disciplinario, versus la verdad de la libertad ética y estética del parresiastés de Michel Foucault, etc., etc.... Tantos que han hablado de estos dos modos tan diferentes de ocupar un lugar en el mundo...

Si a esta necesidad valiente de saber, este atreverse a mirar, conocer, se une el sentimiento de injusticia o agravio sobre lo acontecido, el deseo de reparación al muerto, de extraer el cuerpo del olvido, sacar a la luz la verdad (que no es tan subjetiva o relativa como algunos han teorizado o pretendido), se convierte en máxima prioridad constituir a la memoria en único instrumento de salvación.

Si a la orilla del amo ejecutor, del verdugo, del "ganador", del colonizador, se unen o bien la culpa o/y la indigna vergüenza heredadas, o la indiferencia, o el esquema ideológico propio o comprado, la huida o escape del saldar cuentas, por desagradable o incómodamente antieconómico, o decididamente vivido como la usurpación de un derecho natural... las fuerzas para seguir tapando, borrando, olvidando, serán aún mayores y doblemente ciegas.

Por tanto, la gran y radical pugna está servida. Pero no hay equidistancia posible, estos posicionamientos no equivalen a un mismo lugar defendible, no sirve la imagen de la herradura con extremos que se tocan.

Una de las partes está del lado del intento de verdad, la otra de su ocultación. Una tiene que ver con la salud mental, la otra con la patología, lo enfermizo no sabido, escindido, denegado, que suele ser la cara más destructiva de la locura (dentro de un esquema más general de negación del límite, la castración, la vulnerabilidad, o la propia muerte, en el que se sitúa la omnipotencia de la derecha y los fascismos..., hacia donde tiende la humanidad bajo el manto capitalista y neoliberal).

Y esto fundamentalmente, es lo que da legitimidad y superioridad ético-moral a su incansable lucha y resistencia.

Es imposible si se quiere realmente que la Res publica vaya por buen camino -incluyendo el cuidado de uno mismo y del otro, en oposición al "sálvese quien pueda"-, que el pathos como enfermedad individual o social venza a lo saludable, salus salutis, lo que salva, lo que da seguridad, inmunidad, el bienestar en definitiva.

Es imposible negar la necesidad de la memoria para cerrar heridas. No hay forma de cicatrizarlas si no se abren y se limpian; por eso es preciso descubrir las fosas y reincorporarlas o reintegrarlas al lugar de acogimiento en el origen.

De hecho, cuanto más se intenta acallar, hundir, borrar, más intensidad cobra el empuje a recordar, emerger, desenterrar (ley de la hidráulica elemental...); y aunque desaparezcan los testigos preferentes, siempre otros tomarán el relevo generacional.

Por consiguiente, es absurda e inútil esa pasión de la derecha que insiste..., a no ser que esté justificada por la completa ignorancia del funcionamiento psíquico, explicada que no eximida...

O, si no se puede escuchar la voz y el reclamo de los sin miedo, y no se considera necesaria por la mencionada ignorancia, quizá es que continúe el afán de venganza y aplastamiento -dados los beneficios-, el goce en la tortura de la memoria, que es otra manera de seguir masacrando las ideologías de izquierda.

Unos pretenden curar y reparar el daño, quizá exigiendo responsabilidades, por qué no... Otros quieren seguir manteniendo su hegemonía como siempre, desde el miedo y el odio (uno de los custodios básicos del terror), incluso desde la insaciable avaricia... Lo que sumado a la beatífica ignorancia de la historia programada desde las escuelas y la academia, genera las consabidas hordas de desmemoriados, catervas de miserables inconscientes, capaces de destruir con impunidad hasta el planeta...

Decidan ustedes quiénes caminan del lado de Eros y quiénes campan del lado del Thánatos, con la infinita gama de misturas... decidan ustedes desde qué orilla desean y pueden vivir...

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