La trata de seres humanos es una esclavitud que afecta a todos los países y que evidencia que los derechos humanos están muy lejos de ser una realidad para muchas personas. Aunque Naciones Unidas trabaja con los gobiernos para poner fin a la trata y en su Agenda 2030 incluye entre los objetivos el combate a la trata de personas para lograr un desarrollo sostenible, la trata está integrada en nuestro día a día y ya casi ni nos alarmamos cuando saltan noticias que evidencia la gravedad de esta lacra.
Según el informe de la oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito de enero de 2019, la trata de personas con fines de explotación sexual y trabajos forzados continúan siendo las modalidades más detectadas de este delito, siendo mujeres y niñas quienes más la sufren, especialmente la de explotación sexual. Sin embargo, existen también víctimas de trata de personas con fines de mendicidad, matrimonios forzados o fraudulentos, o pornografía. También se destacó en ese documento que las personas más vulnerables son quienes huyen de guerras y persecuciones en sus países de origen.
Las personas víctimas de trata con fines de explotación sexual, mayoritariamente mujeres y niñas de manera abrumadora, se encuentran a menudo en la calle, en bares, clubs y discotecas, en salones de masajes, en centros de producción pornográfica, en agencias de compañía, en pisos de prostitución. Una parte de ellas son visibles para la ciudadanía o lo son los lugares en los que se las vende. Las personas víctimas de explotación laboral, también mujeres y niñas mayoritariamente pero no con tanta diferencia, se encuentran principalmente en la agricultura, la construcción, la confección, el servicio doméstico, y negocios ilegales como tráfico de armas, de drogas o de órganos. Algunos de esas personas y de esos lugares también son visibles si no miramos hacia otro lado.
Las mujeres y menores que son explotados laboralmente a menudo son además abusados o explotados sexualmente.
Se trata de unas conductas que hieren los derechos humanos hasta tal punto que el impacto sobre nuestra sensibilidad y nuestra vida cotidiana debería ser demoledor. Y sin embargo no lo es. Apenas dedicamos tiempo a denunciar el hecho de que esta pandemia existe no solo porque hay criminales organizados que la coordinan, sino también porque muchas personas, mayoritariamente hombres, están en contacto con los seres humanos explotados y en lugar de denunciar la situación constatada o la sospecha, y auxiliar a esas personas, mayoritariamente mujeres y niñas, las usan sexualmente, laboralmente, y de otras formas. Son hombres que están demandado seres humanos para usarlos como objetos y lo hacen con total impunidad.
Vulneraciones tan graves de los derechos humanos cometidas por personas adaptadas a nuestro sistema social solo son posibles cuando nuestra propia economía y sociedad ha implantado en su centro la cosificación de los seres humanos y sobre todo de las mujeres. En teoría en el marco de la ONU vivimos en democracias donde rigen los derechos humanos. En la práctica vivimos en una economía de cosificación, en la que algunos seres humanos, principalmente hombres, pueden cosificar a otros, y no es casual que mayoritariamente se trate de mujeres y niñas. Una economía que permite que muchos seres humanos se les quite el valor de sus intereses, de sus opiniones, sentimientos, deseos, pensamientos, preferencias, de su identidad. Una economía que permite que a muchas personas se las reduzca solo cuerpo o solo energía física, y queden convertidas en mercancía de usar y tirar.
No basta con trabajar para acabar con la trata, hay que implementar alternativas a la economía de la cosificación. Se trata de algo posible - ya se están haciendo en muchos colectivos- si tenemos en cuenta modelos de economías transformadoras, que priorizan la sostenibilidad de la vida sobre la reproducción del capital, y se basan en la igualdad y dignidad de los seres humanos.
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