Ansiedad e impotencia colectivas en situaciones espinosas nos enseñan, una vez más, que los retos no pueden afrontarse en soledad, conscientes de que desde tiempos inmemoriales la Humanidad ha transitado en medio de adversidades, temores y amenazas y de que no existen horas decisivas en la historia. Actitudes de esperanza y esfuerzo, colaborativas en el corto y el medio plazo que reten la impotencia y la inexorabilidad, son las lecciones de la Historia para nuestra supervivencia personal y moral.
Encabezamos el artículo con un título que remite a un hecho, fruto de un proceso histórico de luces y sombras: la llegada del primer convoy de republicanos a Mauthausen, campo que, junto a su anexo de Gusen, fue por excelencia tildado como campo y cementerio de los españoles. El 6 de agosto un tren de carga con 398 hombres inauguraba los transportes de los más de 7.000 republicanos que acabaron recluidos, esclavizados y asesinados en las mortíferas instalaciones que los nazis habían inaugurado el 8 de agosto de 1938 en suelo austríaco.
¿Quiénes eran aquellos hombres que precedieron al más conocido convoy de Angulema que pisó la misma estación de Mauthausen, el 8 de agosto del mismo año, y que tuvo la singularidad de ser el primer transporte con población civil, mujeres y niños, que desde el occidente europeo se dirigió a los campos de la muerte? Pues bien, eran combatientes antifascistas desde el 19 de julio de 1936, vencidos y arrojados al país vecino que trasmutó el derecho de asilo en humillación y castigo, y que sin embargo no dudaron en contribuir a la defensa de Francia, cuando las tropas alemanas amenazaron y finalmente invadieron el país. Primera muestra de las sombras y luces referidas, a la que siguió la prueba de fuego en su largo tránsito por la geografía europea desde su captura por la Wehrmacht hasta su llegada a Mauthausen.
El 20 de mayo de 1940 cayeron en manos de soldados alemanes motorizados y armados con ametralladoras en un bosque cercano a Amiens, en el departamento de la Somme, desde donde emprendieron su larga marcha hacia el este, pasando por Cambrai, justamente el lugar que había sido escenario de la batalla conocida por este nombre durante la Primera Guerra Mundial. Inútil cualquier intento de fuga, por las dificultades de camuflarse en un país extranjero y sin ropa civil, la columna de prisioneros iba engrosándose con franceses, holandeses, ingleses, senegaleses, etc. en las penosas caminatas de cincuenta kilómetros diarios a lo largo de la frontera belga, de las que desconocían su final. Al cabo de cuatro semanas, su suerte mejoró cuando en Saint Quintin, en la región de la Alta Francia, la luz asomó con la acción de mujeres del pueblo que, sorteando las amenazas de las armas de los SS, lograron darles agua y algún alimento.
Sin embargo, los maltratos y humillaciones no cejaron, con episodios inenarrables, en su duro viaje atravesando Bélgica en dos semanas hasta llegar al corazón del Reich, a la ciudad alemana de Trier, en Renania-Palatinado, considerada la más antigua de Alemania. Allí se ubicaba el campo de prisioneros de guerra (Stalag XII-D) y pudieron comprobar el alcance de la derrota con miles y miles de hombres encerrados tras alambradas y bajo el fuego de las ametralladoras de los guardianes, a la par que, tras su separación por nacionalidades, los españoles sufrieron un ignominioso ritual de bienvenida, en el que fueron tildados de rojos y comunistas. Al cabo de dos semanas nueva marcha de dos días, en pleno mes de julio, en los infames vagones de mercancías, sin comida no bebida, hasta sufrir un nuevo recibimiento de las SS en una estación cercana a Nuremberg, que les condujo a un nuevo Stalag, el XIII-A, en Hohenfels-Oberpfalz, antesala de las condiciones que les esperaban en Mauthausen. Allí también pudieron vislumbrar alguna luz, a través de contactos animosos con algún prisionero francés al que su liberación del campo sustrajo de la suerte que esperaba a los republicanos, desde el momento en que ocho miembros de la Gestapo de Munich, todos elegantes y con dominio del español, les sometieron a un amplio interrogatorio, a partir de informaciones conocidas con antelación. Desde aquel momento perdieron su condición de prisioneros de guerra y se convirtieron en enemigos del Reich, destinatarios de internamiento en un campo de concentración, equivalente a una previsible condena a muerte. Sombra que envuelve al gobierno español y al colaboracionista de Vichy, mientras que los republicanos reforzaban sus lazos de grupo, a medida que tomaron conciencia del trato singular deparado.
Pero no había pasado un mes cuando les esperaba otro viaje que tuvo como destino un nuevo Stalag, el VII-A en Moosburg, en el noreste de Munich y que era conocido como "campo de los perros", por el continuo patrullar de estos animales alrededor de los prisioneros, que no se libraban de sus ataques. En medio de penosos trabajos de carga y descarga bajo la vigilancia de soldados, los republicanos pudieron captar el alto significado de la Guerra de España en la que habían combatido algunos de aquellos alemanes, conmiserados por la situación de sus antiguos enemigos, de los que valoraban su valentía.
No faltaron engaños en el camino que les acercaba cada vez más a Mauthausen, en un nuevo trayecto desde Munich a Linz, desde donde serían instalados en un campo de trabajo para ser repatriados a España en el plazo de tres meses, si daban muestras de buena conducta. En la estación de la capital bávara, los republicanos tuvieron una última satisfacción ante el saludo puño en alto de un grupo de ferroviarios, antes de ser forzados a embarcar en pestilentes vagones que, después de 18 horas, llegaron al pueblo de Mauthausen a las 8 de la mañana del día 6 de agosto de 1940. Joan de Diego Herranz era uno de los 398 republicanos que pusieron pie en tierra en la pequeña estación y, a la vista del cartel que lo anunciaba, relató: "Mauthausen, leíamos en el andén, jamás habíamos oído hablar de tal pueblo y alguno de los nuestros no podían creer que España estuviera tan lejos". Fue el final de viaje para los primeros republicanos que no tardarían en descubrir lo que escondían los muros del campo.
De aquellos 398 hombres, la mayoría encontraron la muerte en Gusen entre los meses de septiembre y diciembre de 1941, y sólo sobrevivieron 146, entre ellos Joan de Diego que ganó su combate contra la muerte, para así dejar su testimonio, con la palabra y la escritura, a sus herederos, a todos nosotros.
El silencio se convierte en cómplice. Rememorar la larga lucha de los republicanos españoles antifascistas no es una carrera contra el tiempo, sino un deber colectivo de presente y de futuro porque, a pesar del dolor y la muerte, los compromisos deben enraizarse en pequeñas y grandes acciones de afecto y solidaridad.
Comentarios
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