Comencemos por una tarde este verano pasado cuando volvía del trabajo en mi coche. Iba escuchando La Ventana, el programa de Carles Francino en la SER. Y me encontré con una suculenta sección de cine en la que colabora Carlos Boyero. El tema de ese día fue la película Pretty Woman. No tanto la película en sí sino la cuestión de por qué la han puesto un millón de veces (157 veces es la cifra exacta) ¿Por qué la reponen cada poco tiempo y parece que siempre que lo hacen sube la audiencia? Ese fue el tema del programa. Carlos Boyero no la había visto (¡!) pero todos los demás, sí, varias veces. Luego entraron los oyentes y opinaron. Había de todo, poca crítica feminista para mi gusto, porque la película da para ello, pero alguna sí que hubo. Fue un programa entretenido que escuché entero mientras viajaba y que se me quedó ahí, dando vueltas en mi cabeza. Hasta esa tarde yo no sabía que se había emitido tantas veces.
Pasan unos meses. Estoy viendo la televisión la semana pasada por la noche y al cambiar de canal veo Pretty Woman. Y escribo el siguiente tuit: "¿En serio están poniendo Pretty Woman en Tele 5?". Esta frase, ni más ni menos. Es una frase irónica, "¿es la 158 vez que la ponen?" La han emitido tantas veces que si se busca en Google: "¿cuántas veces se ha emitido Pretty Woman?" vemos que es todo un tema y que hay muchos artículos sobre eso. También es una frase ligeramente crítica porque, efectivamente, me parece que es una película que romantiza la prostitución. Digo "ligeramente" porque no se puede decir que fuera una crítica excesivamente mordaz.
Dos días después se ha montado un pequeño escándalo en Twitter, lo que es normal. De ahí pasa a los panfletos de derechas como que la directora del Instituto de las Mujeres quiere prohibir Pretty Woman. También normal. Lo que ya es más preocupante (aunque empieza a ser normal) es que de ahí salgan varios sesudos artículos en La Razón sobre que yo abogo por prohibir la película. Digo sesudos porque el truco aquí consiste en presentar una mentira (que quiero prohibir la película) inserta en un falso debate sobre la censura que quiere imponer la izquierda a los productos culturales. Desde ahí, gente de izquierdas, normalmente sensata y prudente con los tuits, escribe tuits, sensatos, en los que explica, con sensatez, que no se debe prohibir nada, que siempre hay que hacer lecturas críticas. Me llaman mis amigos y familiares: "¿quieres prohibir Pretty Woman"? Lo más curioso, (bueno, tampoco tanto) es que yo soy una persona que a poco que se busque en los artículos que he escrito me he manifestado siempre en contra de la censura, incluso en casos en los que gente afín a mí ideológicamente sí es partidaria en la consideración de que la libertad de expresión no ampara según qué expresiones. Estoy de acuerdo en que no es ilimitada, pero soy de la opinión de que tiene que ser muy ancha, tan ancha que en ella quepan las ofensas o incluso expresiones moralmente repugnantes. Pero este no es el debate.
El debate es que un supuesto periódico serio (del otro ni hablamos) convierte una completa mentira en una noticia que recogen no sólo sus lectores habituales, sino incluso gente que no lo es o que incluso está en las antípodas ideológicas de dicho medio. El debate es que cada vez es más complicado distinguir mentiras de verdades y que vivimos sometidos a avalanchas de desinformación que nos impiden relacionarnos con la realidad sin una falsa intermediación. Las mentiras se convierten en verdades en tres minutos y su corolario de consecuencias también. Este caso es una anécdota, pero ya sabemos de ocasiones en las que las mentiras generan realidades alternativas con consecuencias muy graves. Además de las consecuencias en el honor o la reputación de las personas y de consecuencias políticas como las que vimos en EEUU hace un par de semanas, además de la polarización, de la violencia simbólica y real...esta avalancha de mentiras instauradas como verdades, tiene consecuencias en el ánimo de la gente, en su ánimo cívico, podríamos decir. La avalancha de mentiras sin consecuencia alguna expande una especie de mancha de suciedad que nos alcanza a todas y todos, porque todas y todos hemos retuiteado alguna vez algo que era mentira y hacía daño a alguien; algo que era mentira y contribuía a fortalecer una injusticia.
Las redes sociales se han convertido en un trasunto de la sociedad, el patio de vecinos en el que hablamos, en un espacio en el que se dirime todo, en un espacio que cada vez ocupa más tiempo y en el que entramos ya para todo: para informarnos, leer, comprar, entretenernos, comunicarnos etc. Y resulta que nos encontramos con que es un espacio que no parece tener reglas. Vivimos en el mundo virtual y hay reglas, y nos trasladamos al mundo digital y casi no la hay; y eso transmite cierta sensación de estar en un mundo salvaje, en lucha por la supervivencia, es decir, por la atención. Quien más mienta, quien más insulte, quien más violento, despectivo e insultante se muestre, tendrá más atención. Y las redes hacen negocio de la atención, así que no hay ningún estímulo para rebajar el tono ni controlar nada. Pero la democracia exige reglas, reglas en las que se pueda confiar y que protejan la convivencia cívica o, de lo contrario, obviamente se impone la ley del más fuerte. Por ahora no solo no tenemos eso, sino más bien lo contrario. Lo peor es esa sensación pringosa de desánimo, de que en el mundo virtual todo da igual, de que no hay verdades ni mentiras sino gritos e insultos y la sensación de que se puede decir cualquier cosa; de que todos los medios son iguales y de que amenazar, insultar o mentir es algo legítimo, algo propio de las redes, un espacio que expulsa la ética democrática; como si este espacio no fuera parte del mundo real.
No, no me gustaría que se pudiera censurar Pretty Woman ni nada. Sí, me gustaría que la gente dejara de verla porque hiciera de ella un visionado crítico y feminista.
Comentarios
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