Dominio público

Sigamos siendo humanos

Santiago Alba Rico

Sigamos siendo humanos

SANTIAGO ALBA RICO, escritor. Participa en la Flotilla que pretende llevar ayuda humanitaria a Gaza

La segunda Flotilla de la Libertad, retenida en Grecia por una decisión ilegal del Gobierno heleno, debe servir para dirigir nuestra atención hacia el bloqueo ilegal que Gaza, el territorio más densamente poblado de la tierra, sufre desde 2007, poco después de que a sus habitantes se les ocurriera votar libremente por la opción equivocada, al menos con arreglo a los criterios de Israel, EEUU y la UE. Según informes de la ONU, el asedio medieval de esta pequeña franja de 40 kilómetros de largo por 10 de ancho, con una población de 1.500.000 habitantes, en su mayor parte refugiados, habría destruido completamente su economía y empobrecido severamente a sus habitantes en los últimos cinco años.

Las cifras no duelen, pero instruyen: sin agua para desarrollar la agricultura y con un irregular suministro eléctrico, con el 83% de sus fábricas cerradas y el número de desempleados más alto del mundo, el 80% de los gazatíes sobrevive gracias a la ayuda humanitaria, habiéndose triplicado en los últimos cinco años los casos de pobreza extrema, que afecta ya a 300.000 personas. Los bombardeos israelíes de 2008-2009 no produjeron sólo la muerte de 1.400 palestinos. Las cifras no matan, pero incomodan: 18 escuelas fueron completamente destruidas y 280 sufrieron daños severos, y hoy no pueden ser reconstruidas porque el bloqueo –es decir, los israelíes– no permiten el acceso de cemento, o no en las cantidades necesarias. Lo mismo ocurre con la situación sanitaria, recientemente denunciada por Richard Falk, enviado especial de la ONU, quien ha señalado el efecto potencialmente letal para la salud de los gazatíes de la agresión israelí: falta de recursos, dificultad para trasladar a los enfermos más graves, déficit de alimentación, deterioro de las condiciones psicológicas de la población.

La primera Flotilla de la Libertad, con el trágico colofón del asalto al Mavi Marmara, obligó al Gobierno israelí a aligerar el bloqueo en junio del año pasado. Hoy los gazatíes pueden comer más ketchup y comprar pantallas de plasma, pero siguen privados de los medios necesarios para reconstruir el territorio, activar la economía y sacudirse la perversa dependencia de su verdugo. La reciente apertura de la frontera de Rafah ha sido más bien un gesto simbólico de la junta militar egipcia, que ha tratado de satisfacer las demandas populares sin dañar sus relaciones con EEUU e Israel: la apertura permite el tráfico de personas –unas 250 al día– pero no de mercancías.

Porque en todo caso el problema no se reduce a las condiciones económicas. Tienen razón los israelíes cuando afirman que los gazatíes no se están muriendo de hambre. En condiciones penosas, con graves limitaciones, siempre al borde de la catástrofe, pero sobreviven. Lo verdaderamente intolerable del bloqueo tiene que ver con el hecho de que, en último término, los gazatíes sobreviven gracias a la voluntad soberana, absoluta, omnipotente, del agresor; lo verdaderamente ignominioso del bloqueo tiene que ver con este juego muy primitivo, y de ominosas resonancias teológicas, en virtud del cual es Israel quien mantiene con vida a sus víctimas, a las que también podría decidir matar en cualquier momento. Como bien lo expresa Raji Sourani, director del Centro Palestino de DDHH, "Gaza es una granja de animales". Ese era el mensaje humillante dirigido en 2008 por Dov Weissglass, exconsejero del Gobierno israelí, a la comunidad internacional: "No vamos a matarlos; sólo vamos a someterlos a una dieta de adelgazamiento". ¿Cuerpos desnudos, alimentados desde el exterior, a merced de un poder total? ¿No es lógico, no es admirable, no es indispensablemente humano que los palestinos se rebelen contra este grillete mancillador? ¿Y que nosotros los apoyemos sin ninguna vacilación?

La segunda iniciativa de la Flotilla se inscribe, por tanto, en este doble contexto: el de llevar a Gaza, sí, un poco de ayuda humanitaria, pero el de denunciar también la política israelí que concibe Gaza como una granja-ghetto completamente sometida a una soberanía metafísica, por encima de las leyes internacionales y de la ética más elemental. En 2005, un prestigioso periódico español calificaba a Cindy Shehan, madre valiente de un soldado estadounidense muerto en Iraq, como "la más agresiva activista por la paz". Al mismo tiempo que toda clase de presiones cierran sus tenazas sobre la Flotilla y sus participantes –sabotajes, amenazas, ahora la orden de bloqueo del Ministerio de Defensa griego–, los gobiernos de EEUU y de la UE, el español incluido, se hacen eco de la propaganda israelí, que se empeña en describir este vuelo de gorrión, este racimo de barquitos de papel, como una "amenaza", una "agresión" o una "provocación". ¿Paz agresiva? ¿Provocativa defensa del derecho? ¿Amenazadora protesta contra un linchamiento? No bombardeemos también –por favorSEnD nuestra ciudad lingüística. Los participantes en la Flotilla ni siquiera pretenden "romper" o "violar" el bloqueo, expresiones ya cargadas de percutiente negatividad. Quien quiebra y viola la ley es Israel. La Flotilla viajará a Gaza positivamente, pacíficamente, para recordar el derecho internacional y la humanidad compartida. Los que están impidiendo su travesía, que sepan al menos que están tronchando las alas de un gorrión, que están pisoteando un racimo de barcos de papel. El Gobierno español no debería hacerse cómplice de esta violencia.

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