Cualquier izquierda de aspiración transformadora se ve obligada a darle las gracias a Isabel Díaz Ayuso. Se ha insistido mucho, particularmente desde su discurso del 3 de octubre de 2017, en que Felipe VI era un rey de parte, con posicionamientos políticos que —dicen algunos— contravendrían la neutralidad que debería tener un jefe de Estado según los principios de la monarquía constitucional. Ayuso, al cuestionar que el rey cumpla sus funciones, es decir, que firme sin muchos miramientos los decretos, indultos o documentos que le pongan delante, estén escritos del derecho o del revés, vayan en un sentido o en el otro, se imagina un rey guerrillero... y que ni siquiera agrada a la parte a la cual pertenece.
Más allá de lo mucho que le encantan a alguna izquierda las proclamas republicanas performativas, o de la inevitabilidad de encontrarse en los mítines banderas republicanas tricolor, cualquier republicano que no lo sea sólo por nostalgia sabe y entiende que, si llega la república, no lo hará como si fuera la resurrección de un recuerdo viejuno y olvidado —pues la historia de los vencedores ha condenado el recuerdo de la Segunda República a ser un recuerdo partisano, escindido; de tristeza y dolor, con olvido y casi sin presente—, sino como una aspiración nueva de futuro y no de pasado; en la posible reconfiguración republicana que pueda tener lugar, no son sólo importantes, sino fundamentalmente necesarios los republicanos de derechas, conservadores, liberales, y sin ellos no habrá ningún cambio de régimen posible.
Ayuso, por azar o providencia divina, abre la puerta a que exista una derecha —aunque algunas de sus almas aspiren a ser una derecha antiliberal, anticonstitucional y casi antidemocrática— que prescinda del rey: una derecha que preferiría que el rey no fuera jefe de Estado, sino candidato a unas elecciones (que quizá ganaría). Desafiando al monarca, casi retándole, cuestionando que cumpla con sus funciones e incitándole a extralimitarse: es normal que el Partido Popular apriete rápidamente sus filas para desautorizar a la novísima lideresa, que se come cada día un poco más a Casado y se acerca, pasito a pasito, a un liderazgo nacional que ambiciona. La semilla queda ahí, plantada, mientras la derecha se sorprende y la izquierda hace sus típicas bromitas ante lo que ve como una ocurrencia, un disparate.
Cae la izquierda en el error de creerse capaz de implantar una libre, grande y única república de izquierdas sin contar con la otra mitad de la población. Trascender el candado monárquico no sucederá por plantear un bellísimo horizonte republicano que quede encantador sobre el papel y logre convencer a las izquierdas democráticas, plurinacionales y superchulis de las Españas; menos aún cuando el Partido Socialista ni está por la labor ni se le espera, pues ni toca ahora tratar el tema —por más que insistan sus juventudes— ni va a tocar nunca. La única manera de llegar algún día a una nueva experiencia republicana es convenciendo a buena parte del electorado de derechas de que se puede y se debe prescindir del rey; ni es fácil ni suena como tal.
Ante las palabras de Ayuso no se debe reaccionar ni con aplausitos ni con risas flojas: la estrategia para una parte del Gobierno y para el resto de las fuerzas de izquierda habría de ser la de provocar la mayor cantidad de contradicciones posibles. El resultado del Colón redux ya ha sido una decepción para las derechas, ¡pero lo de los indultos y el rey puede ser una oportunidad! Se tendría que obligar al rey a ser un rey teleñeco, figurante, títere de ventrílocuo izquierdista: que firme los indultos y muchas cosas más hasta que la derecha monárquica rabie de impotencia y no vea más salida que prescindir de su figura, o hasta que el rey él mismo se harte, ay, de hablar como un socialcomunista.
Otros analistas de izquierda y políticos del PSOE se han apresurado a ver en las palabras de Ayuso un gravísimo error político, un paso en falso, un autojaque monárquico que los partidarios del rey se harían a sí mismos. Desde aquí y humildemente, no obstante, pensamos que quizás haya republicanos más fuertemente convencidos entre las filas de la derecha que en muchos rincones socialistas, y que a veces la izquierda puede ser más monárquica —por inercia, por inopia, por lo que sea— que la derecha. Desde aquí damos también un fuerte abrazo republicano a los ayusistas que se despiertan con preguntas sobre nuestro modelo de Estado; saludamos lo cómodo que estaría José María Aznar en un régimen presidencialista. Como partido de Estado, el interés en preservar la monarquía y el orden ha podido ir mayoritariamente de la mano del PSOE, y no de la del PP, cuyos orígenes y relación con el Estado son... otra cosa. Adelante, aunque la bandera futura no sea tricolor: ¡hagan que estalle!
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