Dominio público

Ayuso, Biden y el aborto: con la iglesia hemos topado

Ana Pardo de Vera

Rocío Monasterio (i), líder de Vox en la Asamblea de Madrid, felicita a la presidenta Isabel Díaz Ayuso durante la investidura de ésta. EFE
Rocío Monasterio (i), líder de Vox en la Asamblea de Madrid, felicita a la presidenta Isabel Díaz Ayuso durante la investidura de ésta. EFE

La "cultura de la muerte" es, según la presidenta de la Comunidad de Madrid, la herramienta favorita de la izquierda española. En su discurso de investidura de la semana pasada, Isabel Díaz Ayuso, con la brutalidad habitual de muchas de sus declaraciones-a veces tengo la impresión de que no es realmente consciente de lo que dice, pero sé que lo es, y mucho más ahora que se trata de asegurarse a la ultraderecha como aliada-, achacó a la izquierda auténticas barbaridades, más propias de los antepasados de Vox que de cualquier democracia: "¿Que molesta? Eutanasia. ¿Que me molesta el bebé? Aborto".

Los datos de la Comunidad de Madrid, y a tenor de la contundente mayoría de Ayuso en la elecciones del 4 de mayo, desmienten categóricamente esta afirmación: la Comunidad de Madrid es la tercera región, solo por detrás de Catalunya e Illes Balears, en mayor número de abortos, así que teniendo en cuenta estas proporciones, en Madrid hay muchas mujeres que han votado a Ayuso y que han abortado haciendo uso de un derecho de todas las mujeres perfectamente asumido por la sociedad española y que pertenece al ámbito de decisión sobre nuestro cuerpo, solo nuestro. Es seguro, además, que haya padres, hermanos, familia o amigos de mujeres que han abortado y que han votado a Ayuso. Sí, el comentario de la presidenta es tan desmedido como hipócrita e injusto.

Hasta el Gobierno de Mariano Rajoy desistió de endurecer la ley socialista, abrumado por las presiones de los lobbies ultracatólicos y la propia Conferencia Episcopal. La presión social metió en el cajón la conservadora pretensión del ministro de Justicia y le costó el puesto a éste, Alberto Ruiz-Gallardón, que pasó de ser el falso progre del PP a mostrar su cara más reaccionaria y machista ("La libertad de maternidad hace a las mujeres auténticamente mujeres", dijo el progre en el Congreso sin que sus diputadas se sonrojaran siquiera un poco).

El discurso de la (ultra)derecha pretende convencernos de que todas las mujeres que deciden interrumpir su embarazo lo hacen porque no tienen dinero para mantener al hijo/a que viene; por eso anuncian ayudas -muy manipuladas: por ejemplo, la edad media de primer embarazo de las madrileñas son los 32 años y se han anunciado para las menores de 30- para, dice Ayuso, que una mujer no tenga que abortar. Manipulan torticeramente el derecho al aborto de todas las mujeres que pueden ejercerlo dentro de la ley establecida amparadas obligatoriamente por la sanidad pública y en el que la razón por la que deciden ir adelante pertenece a su ámbito estrictamente privado; es decir, no es de la incumbencia de nadie más que de quien ellas quieran.


Por otro lado, las ayudas a mujeres embarazadas que desean tener al hijo/a pero no disponen de recursos sí son competencia de las administraciones, que deben ampararlas y ayudarlas en todo lo posible. Son por tanto, debate distintos y meridianamente diferenciados. Pero con Vox, el PP que necesita de Vox para gobernar, los lobbies ultracatólicos que apoyan a la (ultra)derecha y la Conferencia Episcopal hemos topado.

La culpa es de quien es incapaz de entender que el derecho al aborto no obliga a abortar a nadie y todos y todas pueden seguir siendo fieles a sus principios católicos y no hacerlo. El problema es cuando religión y poderes del Estado se entremezclan y la primera lo emponzoña todo, sobre todo, con respecto a las mujeres, históricamente consideradas seres humanos de segunda para los poderes católicos. La izquierda española tiene esa cuenta pendiente con la sociedad para que de una vez por todas, la religión pase al ámbito estrictamente privado y España pase a ser un Estado laico cuanto antes.

El presidente de EE.UU., Joe Biden, parece que ha entendido a la perfección eso de que la doctrina católica -y las demás- se queda en las iglesias y en su casa, aunque ésta sea la Casa Blanca, y su determinación ha generado un debate que podría llevarle a que se le prohíba comulgar si el Papa Francisco no consigue convencer a la conferencia de obispos estadounidenses de que apoyando el derecho al aborto, Biden no está empujando a nadie a interrumpir su embarazo. Tampoco significa -como también en España nos desgañitamos por explicar- que el ciudadano Biden esté a favor del aborto, sino que lo acepta como derecho que es proclamado por la ONU y como presidente de los EE.UU. Es decir, deja su religión en casa, como es exigible a cualquier gobernante, magistrado y funcionario público que se vea obligado a tomar decisiones de interés general en base a derechos universales.


Biden está a favor del matrimonio homosexual, ha nombrado a una mujer trans alto cargo de su Administración y apoya el derecho al aborto mientras la conferencia episcopal USA lo considera indigno, impuro o como quiera que sea el trágico término que ellos (no hay ellas) empleen. Los mismo que ocultaron los terribles casos de pederastia, que no fueron casos aislados sino un problema estructural de un calado sangrante en seminarios y colegios de Estados Unidos, quieren retirar la comunión a su jefe de Estado. Y en España, donde sigue coleando también esa violencia sexual contra niños y niñas en sacristías, aulas, gimnasios y otras instalaciones gobernadas por sotanas, la presidenta de Madrid les compra el discurso para acariciar el lomo de la bestia Vox y atacar a la izquierda. Pues nos tendrán enfrente.

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