Dominio público

La nueva forma de señorío

Mireia Vehí

Diputada de la CUP en el Congreso

Rita Segato, antropóloga y feminista que estudia el poder, habla de la violencia machista como un mecanismo correctivo de las sociedades. Ella se hizo "famosa" -todo lo famosa que puede ser una antropóloga feminista y antirracista– por hacer sus estudios en lugares como Ciudad Juárez y por hablar de feminicidios. Asesinatos masivos de mujeres que analiza como muestras de violencia expresiva, que no instrumental, al servicio o como mecanismo de lo que ha acuñado como dueñidad o la nueva forma de señorío. Es la forma de gobernanza actual de las élites que trabajan en clave de acumulación de poder y recursos, representados sus intereses por las derechas extremas de medio mundo, y que cristalizan, en concreto y no como únicas, en dinámicas de control centradas en el cuerpo de las mujeres, y de todos aquellos cuerpos que vivan el género y la sexualidad sin ser normativas. La dueñidad va vestida de masculinidad despótica, heterosexual militante, blanca y con voluntad de contener la llamada ideología de género para que no cause estragos y cambie tradiciones herederas de un pasado a menudo explicado como una foto fija.

Salvando las distancias geográficas y sociales, e invitando a leer la selección de artículos que Traficantes de Sueños hace de Segato, la dueñidad explicaría por qué, als Països Catalans y en España las agresiones homófobas se disparan la semana del Orgullo LGTBI y en pleno debate sobre la ley de derechos de las personas trans y LGTBI. También serviría para entender cómo, en un momento en el que los movimientos feministas están viviendo una luna de miel explosiva, los asesinatos de mujeres ya se cifran en 50 en todo el Estado en lo que llevamos de 2021. Y también es una forma de entender el patriarcado como elemento fundacional del poder en su operativización a macro y micro escala.

Es una reacción de los señoritos para no perder privilegios, con "litigios" que van más allá de la práctica concreta, ya que ésta se inserta en una misión de parar un cambio distópico, inevitable si no se toman cartas en el asunto. Una especie de activismo contra la ideología de género. Manadas, agresiones en el espacio público, condenas de cárcel a señoras por sacar a sus hijos de los hogares para protegerlos del padre, asesinatos de hijas, maltrato psicológico a quien ama y folla de forma errónea, y otras representaciones que se mezclan con los infiernos cotidianos que funcionan en las mejores familias sin entender de clase.

¿Y esto a dónde nos lleva?

Pues en, primer lugar, al miedo, obviamente. Pero este no puede ser un paradero donde quedarse. La parálisis nunca ha sido aliada de aquellas que han tenido que inventar y crear para sobrevivir.

En segundo lugar, a sentir la fuerza colectiva que tienen representaciones como el 8 de marzo o el Orgullo, que se han empezado a desvalorizar como si ya se hubieran convertido en fiestas públicas. Reivindicar en colectivo y con alegría las formas de vivir y de querer distintas a las normas de la dueñidad es importante.

En tercer lugar, a la necesidad acuciante de construir un feminismo, unos feminismos, que sean la casa común donde albergar la resistencia a los señoritos. Mujeres, bolleras, trans, maricas, hombres dispuestos a inventar otras masculinidades, intergéneros y otras identidades que es escurren del binarismo asfixiante. Tendernos la mano entre todas aquellas que quedamos fuera, y que somos mayoría. Nos merecemos un horizonte común, y aquello que nos une para inventarlo, ya no son principalmente las identidades o las opresiones que compartimos, sino el coraje y la solidaridad para dibujarlos.

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