Félix Población
Periodista y escritor
Ilustración de Iker Ayestaran
Los que siguen son los puntos del manifiesto redactado en el año 2000 por el Patronato del Toro de la Vega, de la localidad de Tordesillas
(Valladolid):
1. Es ritual ancestral mediante el cual se expresa el modo de ser de un Pueblo.
2. Es fuente de la que torneantes, lanceros y gentes de nuestra Tierra obtenemos grandes bienes inmateriales a cambio de sufrir grandes trabajos y peligros.
3. Es vía de unión entre las generaciones al permitir disponer de la misma experiencia vital mediante la práctica de un ritual común.
5. Es acto donde forzosamente deben ejercerse nuestras virtudes tradicionales tales como la solidaridad, la ayuda a quien está en peligro, la mesura, la constancia, la imperturbabilidad, la decisión en medio del peligro, la buena crianza y otras muchas tocantes a nuestro concepto de hidalguía, lo que mejora grandemente a quienes tornean.
6. Es libro donde se resume y enseña nuestro modo de estar ante lo trascendente.
7. Es patrimonio común y bien público de los castellanos, correspondiendo su guarda, ortodoxia, organización y celebración al Concejo de la Villa de Tordesillas, quien debe disponer los recursos materiales e intelectivos necesarios para cumplir tan grave encargo a satisfacción de todos los torneantes.
En estas siete máximas, el Patronato del Toro de la Vega fundamenta la razón de su existencia, así como la celebración, año tras año, de la persecución y tortura de un animal acosado por la muchedumbre, al que mozos a pie y a caballo alancean con palos, cuchillos, puyas y estoques hasta la muerte. A eso se sumaba –hasta hace unos años– un estrambote final consistente en el corte de los testículos de la víctima. Ignoro si la eliminación de esta última salvajada se debió a su carácter póstumo –que nada añade al sufrimiento del toro durante el resto del evento– o a la ridiculez de enfatizar como vitola cojonuda de alcanforado machismo la superioridad del hombre sobre la bestia en tan desproporcionada lidia.
De unos años a esta parte, también se desplazan hasta Tordesillas, con objeto de denunciar lo que allí ocurre, algunos colectivos de los que se oponen a este tipo de tradiciones en las que se corren y/o maltratan toros, lances en los que han fallecido hasta ahora –en lo que va de año– siete personas y casi 50 a lo largo de los dos últimos lustros.
Con ocasión de la celebración del Toro de La Vega en 2009, este mismo periódico informó de las dificultades que tuvo la asociación Igualdad Animal para poder filmar –a costa de poner en riesgo la integridad física de quienes lo hicieron– el estrés, agonía y muerte a los que se somete al toro, pues quienes participan jubilosamente en esa tortura deben considerar, en su fuero interno, que tales imágenes no muestran precisamente los valores de los que alardean, sino la verdad cruda y dura de la barbarie. Vídeos así para nada "resumen y enseñan un modo de estar ante lo trascendente", según reza la propaganda falsaria del manifiesto, pues evidencian sólo la entidad cruel y sangrante del espectáculo.
El toro a correr y torturar hoy se llama Afligido: pelo negro-mulato, bragado, 608 kilos de peso, nacido en diciembre de 2006, con señal de hoja de higuera en la oreja derecha y rasgada en la izquierda, y divisa verde y plata. Espero y deseo que las últimas horas de su vida, perseguido, azuzado, malherido y finalmente ejecutado por sus torturadores, puedan llegar con toda nitidez al mundo civilizado, pues la libertad de expresión e información consagra ese derecho, que debería estar garantizado en cualquier rincón de España y ante cualquier hecho noticioso. Sería vergonzoso y deplorable que, como ocurriera hace dos años, ciertos grupúsculos afines con la promoción y mantenimiento de esa fiesta bestial pretendiesen vulnerarlo otra vez, conscientes del peligro de extinción que corre su tradición ante una información gráfica que nos la muestra con todo el brutal ensañamiento que la identifica. Esta nunca puede ser "la expresión del modo de ser de un pueblo", a menos que se trate de un pueblo bárbaro y cruel.
Ojalá algún día el Concejo de la Villa de Tordesillas, a la vera del Duero de los romances, destine los recursos materiales e intelectivos de sus ciudadanos –sobre todo, los intelectivos, que falta hacen– a divertimentos mucho más provechosos y en armonía con un ocio más civilizado. Se habría acabado entonces –como pudimos apreciar en un reportaje ofrecido hace un año por una cadena de televisión– con el miedo confesado por un ciudadano de la localidad vallisoletana, contrario a la celebración del Toro Alanceado de la Vega, que ocultó su rostro a las cámaras por temor a las posibles represalias de sus defensores.
Como las imágenes del evento que algunos pretenden ocultar a la opinión pública, ese temor de quienes no pueden exponer libremente su opinión evidencia el grado de intolerancia y falta de civismo que se da entre sectores proclives a defender el festejo, demostrando así que la hidalguía, mesura y solidaridad con que lo publicitan es una necedad comparable con la de quienes argumentan que el toro no sufre cuando se hace del brío de su estampa y pujante vitalidad un sangriento espectáculo de tortura y muerte, ya sea coreado por berridos racionales o por alegres pasodobles.
Comentarios
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