España no tiene nada por lo que deba pedir perdón. Nunca lo hizo por nada, y hoy menos, por mucho que los indios y los comunistas se empeñen en mancillar el buen nombre de esta gran nación, y por mucho que lo diga el Papa de Roma, representante de esa gran oenegé que enseñó a leer a los salvajes, que les dio un Dios justo y que los acercó por fin a la civilización. Y aunque se cometiese alguna atrocidad en aquel proceso, magnificarla hoy no es más que una estrategia de desprestigio coordinada entre los nacionalistas periféricos, los conquistados desagradecidos, los moros que pretenden volver a invadirnos y, por supuesto, los comunistas, aliados de todos ellos, que no conocen patria y hace tiempo que vendieron el país a quienes tratan de desmembrarla.
Esta semana se conjuraron los astros para recordarnos el peligro que acecha a este Reino, justo cuando se cumplían cuatro años del referéndum del 1 de Octubre en Catalunya. Aquella afrenta de tres millones de ingratos catalanes, contestada primero con porras estimuladas por el popular grito conciliador del "¡A por ellos!" y, posteriormente, por las declaraciones del heredero de Juan Carlos I de Abu Dhabi recordando lo orgullosos que nos sentimos de este país.
Pero el peligro revisionista viene últimamente también de ultramar, con esa oleada de rencor hacia España que lideran quienes tumban estatuas de conquistadores y se empeñan en recordarnos los daños colaterales de la civilización. Isabel Díaz-Ayuso lo denunció esta semana en EEUU, y, desde sus impolutas atalayas, el expresidente José María Aznar, el alcalde de Madrid recordando lo malos que fueron los musulmanes que fundaron la ciudad que hoy gobierna, y el infalible escritor Mario Vargas Llosa, quien alertó, además, del peligro de votar mal. Y es que ni trayéndoles la civilización, los indios han aprendido ni siquiera a votar bien.
Hispanofobia, racismo antiblanco y neo-racismo a la inversa. Así, literal, lo ha llamado el último cuaderno de análisis editado por una ONG que pretende seguir siendo la única voz autorizada para hablar en nombre de las personas a las que dice defender ‘contra la intolerancia’. Sobre el racismo antiblanco llevo años leyendo en foros neonazis (y que brillantemente desmontó el periodista Moha Gerehou en un video) alertando de la sustitución demográfica en Europa, programada, según ellos, por el judío (cómo no) George Soros, quien también está detrás de todo lo demás: desde el 15M hasta el independentismo.
Esta misma semana, Malick Gueye y Fonsi Loaiza eran juzgados por denunciar el racismo institucional, acusados de injurias y calumnias contra la policía por criticar su actuación en una redada contra manteros en la que murió Mmame Mbaye en 2018. Un día después se publicaba un cuaderno titulado Stop Hispanofobia subvencionado con dinero público (del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, nada más y nada menos) y dedicado a alertar del peligro que corre España por culpa de los colectivos de personas racializadas (sobre los que muestran una ignorancia absoluta al no tener ni idea de lo que significa la racialización), y los independentistas. Dos enemigos internos al que se han sumado ahora los lloricas descendientes de los nativos civilizados por el imperio español.
Este panfleto, además, señala directamente a los colectivos de personas racializadas "dirigidos por inmigrantes o hijos de inmigrantes, en su inmensa mayoría licenciados y nacionalizados, de origen africano, latinoamericano, marroquí, y un gitano, más mujeres que hombres". Un peligro que estas personas tengan estudios, voz propia y que ya no sea bwana quien hable por ellos. A buenas horas les enseñamos a leer...
Pero no nos pilla por sorpresa la deriva de esta asociación y de tantas otras, cada vez más parte del decorado del régimen y comparsa de la derecha que otra cosa. Tal y como explicaba Mahdis Azarmandi hace tres años, "un antirracismo en el que los que siguen beneficiándose de su estructura siguen hablando en nombre de aquellos a los que pretenden apoyar corre el riesgo de reproducir la idea misma de la disponibilidad, es decir, que las voces y las vidas de aquellos a los que se dirige el racismo vuelvan a ser borradas y silenciadas."
Sería cómico si no fuese subvencionado por el ministerio que, en teoría, debería procurar por los derechos de las personas migrantes. Y si no fuese, además, el mismo discurso que la derecha y la ultraderecha vienen cacareando desde los tiempos de la unidad de destino en lo universal de la España irrevocable y cuyo hedor a naftalina sigue impregnando el relato y la identidad nacional. Pero más preocupante es todavía cuando esta asociación cuenta aún con cierta patina de autoridad en materia de discursos y delitos de odio, mantenida por aquellas instituciones que no actualizan agendas ni bajan a la calle desde hace más de 20 años. Y cuando, además, en la redacción del citado texto participa Tomás Calvo Buezas, catedrático emérito, fundador del Centro de Estudios de Migraciones y Racismo de la Universidad Complutense.
Una muestra más de la ola reaccionaria que impregna a gran parte de la sociedad, el debate público general y las políticas de Estado. El victimismo del privilegiado que se activa cada vez que algún colectivo lucha por sus derechos o que los desheredados y negados por la historia reivindican su propio relato. El mismo victimismo que esgrimen los hombres ante el inquisitorial feminismo; los heterosexuales ante las presiones del lobby LGTBI; los castellanohablantes ante el capricho de quienes hablamos otras lenguas y queremos normalizarlas; los blancos europeos y cristianos ante los mimados y subvencionados migrantes (racistas antiblancos que practican un neo-racismo a la inversa) y que pretenden sustituirnos demográficamente, imponernos sus costumbres y convertirnos a todos y todas al islam. Y ahora van a por España.
Por eso, este Reino necesita no solo el auxilio de grandes profetas como Aznar, Almeida, Ayuso o Vargas Llosa, sino de aquellas organizaciones creadas para pastorear a los colectivos que hoy, por mucho que algunos se empeñen en silenciarlos, tienen mucha más calle, más corazón y más alma que aquellos que los deshumanizan con sus políticas, o los criminalizan y caricaturizan en sus relatos cargados de supremacismo.
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