"Yo también tengo sangre española". Con este recibimiento, Imelda Marcos quiso probar mi confianza cuando entré a su lujoso apartamento de Makati, en el distrito financiero de Manila, hace ahora 20 años. Lo hizo con un vestido largo y recargado, con esas hombreras que puso de moda en los años setenta y que le valieron el apodo de ‘mariposa de hierro’, bien erguida y cubierta de esmeraldas, rubíes y diamantes. Acto seguido me ofreció un chocolate y me invitó a ver una especie de ‘NO-DO’ en una pantalla gigante, en el que ella era la absoluta protagonista, una sucesión de imágenes en las que aparecía junto a líderes de todo el mundo, lo más granado de aquella época: la reina Isabel II en la inauguración de la Ópera de Sidney; Muammar Gadafi, a quien sedujo para que mediara en el conflicto del Mindanao musulmán; Augusto Pinochet en el funeral de Franco en Madrid... Estuvo en todos los saraos. "Sigo siendo fuerte y bella", me susurró durante la proyección. Yo estaba perpleja. Todavía no había decidido si me iba a conceder la entrevista que le llevaba solicitando desde tiempo atrás. Sólo quería conocerme.
Y así llegó la hora del almuerzo, se cambió de vestido y bajamos en ascensor, nos esperaba un vehículo blindado y nos dirigimos a un restaurante de Fort Bonifacio. A ‘Madame Marcos’ le abrían puertas y le recibían los propietarios allá donde iba, fui testigo de inclinaciones y reverencias. "Soy una madre". ¿De quién?, le pregunté. "De todos, mi pueblo me necesita", me respondió. Nadie dudaba en complacerla, como si de una musa se tratara. No importaba que hubiera sido artífice de una de las dictaduras más feroces de Asia, junto a su esposo Ferdinand Marcos. Juntos, saquearon el país. Tras la sobremesa nos dirigimos a su mansión de San Juan. Lo más asombroso estaba por llegar.
Sillerías de Napoleón Bonaparte, obras de Picasso, Goya, Gauguin, esculturas del Renacimiento chino y del Imperio Jemer, junto a un piano de cola donde se amontonaban sus retratos con mandatarios internacionales; y un mural inmenso en el que Imelda estaba retratada junto a su esposo fallecido. Un museo repleto de objetos que, seguramente, venían del saqueo al patrimonio de otros países.
Ferdinand Marcos llegó a la Presidencia en 1965 e instaló una autocracia hasta que fue expulsado del poder en 1986 por una revolución. En 1972 declaró la Ley Marcial para aplacar las voces disidentes, proscribió al Partido Comunista de Filipinas y persiguió a su brazo armado, el Nuevo Ejército del Pueblo. También declaró una guerra sin cuartel a los separatistas musulmanes de Mindanao, con cientos de miles de muertos y desplazados. Su estrategia fue enviar colonos cristianos a lo que antaño habían sido los sultanatos de Joló y Maguindanao, la tierra prometida. En esos años, la población musulmana pasó a ser minoritaria en su propia tierra. Se violaron todos los derechos humanos, no hubo piedad. Esa guerra hizo que el sur de Filipinas se fuera convirtiendo con los años en un punto rojo del yihadismo internacional, tal y como se comprobó tras el 11 de septiembre de 2001. En reacción a la Ley Marcial, ese mismo año nació el Frente Moro de Liberación Nacional, luego la escisión del Frente Moro de Liberación Islámica y, por último, Abu Sayaf, el más radical y conformado por jóvenes muyahidines entrenados en Afganistán y conocidos por el secuestro y asesinato de misioneros y turistas extranjeros. Le llegaron a enviar a la presidenta Gloria Macapagal Arroyo la cabeza decapitada de uno de ellos.
Los Marcos siempre tuvieron el apoyo de Estados Unidos. Filipinas fue un protectorado de Washington desde su independencia hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el archipiélago de más de 7.000 islas fue ocupado por Japón hasta el fin de la contienda. En el fatídico año 1898, España vendió a Estados Unidos por unos miles de dólares sus tres últimas colonias de ultramar, sus joyas de la Corona: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Trescientos años en el convento y 50 en Hollywood, dicen los filipinos de sí mismos cuando intentan explicar de dónde vienen. Las bases militares de EEUU fueron el lugar de descanso de las tropas que combatían en Vietnam, en sus pistas aterrizaban y repostaban los aviones que bombardeaban con napalm Indochina. Sus alrededores son, desde entonces, uno de los burdeles más grandes del planeta, donde la prostitución de menores era (y sigue siendo) el pan de cada día.
En 1986, en medio de una grave crisis económica y una pobreza endémica, sin resolver aún, una revuelta popular hizo caer a la pareja presidencial. Otro detonante fue el asesinato del opositor Benigno ‘Ninoy’ Aquino. Su esposa, Corazón Aquino, lideró esas protestas con el apoyo de la Iglesia católica y Washington. La Casa Blanca dijo "basta" y Cory Aquino le podría servir ahora para seguir manteniendo el control de las estratégicas Filipinas. Ferdinand e Imelda huyeron con la ayuda de Ronald Reagan y se refugiaron con sus hijos en Hawai, donde falleció el dictador en 1989. Algunos años después de aquellos sucesos, la vida me llevó hasta la isla de Oahu y allí pude visitar su tumba, en un hermoso jardín japonés. Se lo conté a Imelda aquel día en Manila y al término de nuestra larga jornada, por cierto agotadora, me citó al día siguiente para realizar la entrevista.
Mi amiga Nicole, una periodista filipina con la que trabajé en su país, me ha recordado esta semana que, tras la People Power Revolution, el palacio presidencial de Malacañang, residencia oficial de los presidentes, fue abierta al público para que se pudiera ver el despilfarro de los Marcos. "Yo tenía ocho años, recuerdo, además de los centenares de zapatos de Imelda, una bola con un millón de dólares triturados, un Mercedes miniatura totalmente funcional para Bongbong (hijo de los Marcos) y cajas y cajas de Rolex, Cartier y joyas, abiertas y tiradas por el suelo. Debieron salir huyendo".
Se estima que la fortuna que acumularon Ferdinand e Imelda superó los 10.000 millones de dólares. Además de lo que dejaron abandonado en Malacañang y lo que pudieron entregar a allegados, lo que se llevaron da vergüenza hasta escribirlo. Según distintos medios internacionales, el inventario que entregaron a su llegada a Hawai constaba de 26 páginas: 12 vajillas, 23 baúles, cientos de cajas con ropa, 413 joyas, siete gemelos de oro y platino con diamantes, estatuas de marfil, 24 lingotes de oro, maletines con miles de dólares y millones de pesos filipinos recién impresos por el Banco Central de Filipinas. Los Marcos tenían mansiones en Manila, su natal provincia de Ilocos (norte de Luzón), pisos de lujo en Nueva York y otros lugares.
Imelda regresó a Filipinas en 1991 con sus hijos, ha sido procesada y condenada por distintos delitos. Aún así no ha pisado la cárcel, pero sí ha sido congresista, mientras sus hijos se hacían un hueco en la política, siempre asesorados por ella. Su hijo Ferdinand Marcos Jr, más conocido como Bongbong, se ha dejado aconsejar y ha trabajado toda su vida para cumplir el sueño de su madre: recuperar el poder absoluto y volver a habitar el Palacio de Malacañang. El pasado 9 de mayo logró una abrumadora victoria en las elecciones presidenciales y será investido como jefe de Estado el 30 de junio. Su vicepresidenta será Sara Duterte, la hija del último mandatario, Rodrigo Duterte, el mismo que ha impuesto durante los últimos seis años un régimen de opresión al pueblo filipino y ha realizado una limpieza social de escándalo con miles de asesinados, bajo la excusa de una ‘guerra contra las drogas’. No había precedentes de algo así desde la Ley Marcial de Ferdinand Marcos.
La historia se repite.
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