Dominio público

Acostumbrarse a la inmundicia

Miquel Ramos

Acostumbrarse a la inmundicia
El Rey Emérito Juan Carlos I saluda desde un vehículo a su salida de la casa de Sanxenxo camino de Madrid, a 23 de mayo de 2022, en Sanxenxo, Pontevedra, Galicia (España).- Eduardo Parra / Europa Press

Los aplausos y vítores de un grupo de lacayos al emérito a su llegada a Sanxenxo formaron improvisadamente una viñeta del maestro Pedro Vera. Nos reímos, cierto, pero, aunque estamos ya curados de espanto, también nos volvió a indignar. Al menos a una parte de la ciudadanía. Otros aplaudían ‘para joder a los rojos’, como me confesó un tuitero, creyendo que comiéndose sus propias heces nos hacía daño. Buen provecho, caballero.

Mientras la derecha seguía lamiendo el suelo que pisaba el decrépito emérito creyéndose así más patriotas y con mayor responsabilidad de Estado que quienes denuncian sus corruptelas, el PSOE hablaba con la boca pequeña haciendo malabarismos dialécticos. Intentando por una parte salvar la institución de las llamas, y por otra, no dejar sin reproche al sinvergüenza al que siempre han protegido y ahora exonerado de sus responsabilidades.

Pasaban horas desde que el exrey regresaba a su guarida, cuando PSOE, PP y Vox votaban en la Junta de Portavoces para rechazar la apertura en el Congreso de una comisión de investigación sobre las cloacas del Estado. Responsabilidad y sentido de Estado, una vez más. Inmundicia y mugre acumulada para cualquier demócrata. En esto, al menos no esconden su responsabilidad, es verdad, pero no para con la ciudadanía y la propia democracia, sino para que la cloaca siga funcionando impune.

Esta misma semana se han denunciado tres violaciones grupales. Una de ellas a menores de edad, a niñas de 12 y 13 años. En estas participaron también menores de edad, algunos de los cuales fueron vitoreados por sus familiares a la salida de los juzgados. Es más, algunos conocidos ultraderechistas difusores de bulos, odios y patrañas varias en redes se atrevieron incluso a exponerlas públicamente y apoyar a los agresores. No había pasado ni una semana, y el vicepresidente de Castilla y León, otro de la cuerda neofascista, ridiculizaba y hacía un alegato contra la educación sexual en los colegios. Luego, cuando el 20% de los adolescentes y jóvenes entre 15 y 29 años niega la existencia de la violencia de género, nos echamos las manos a la cabeza.

Estos datos coinciden con el auge y la normalización de la extrema derecha en España. Ninguna sorpresa. Es lo que pretenden. Y lo están consiguiendo. Pero recuerden que son opiniones respetables. No me cansaré de decirlo cada vez que su basura nos invada, para que recuerden cómo algunos nos la han hecho tragar. Hay que ser tolerante incluso con estos, dicen. De postre, este cargo público se burlaba de un diputado por su trabajo de médico dedicado a tratar el cáncer. Qué más da. Una más de tantas salidas de tono de estos canallitas de colegio mayor. Todas las opiniones son respetables, recuerden.  Sigamos así, venga.

Casi al mismo tiempo, alguien ha llamado hija de puta a una diputada en la sala de prensa en el Congreso. Es la última chabacanería de la inmunda ultraderecha que anida ya en cada rincón del país poniendo sus larvas. Esta vez, disfrazado de periodista, acreditado en el Congreso con el beneplácito de otros periodistas, de las asociaciones de prensa y de varias formaciones políticas, ojo. No me sorprendió, es verdad. Otra diputada me confesó un día en privado que cuando cruza el hemiciclo debe hacer siempre un esfuerzo por no contestar a los señoritos y señoritas de buena cuna que le dedican insultos e improperios buscando su reacción, esperando a ver si un día pierde los papeles.

Más allá de estas anécdotas de Palacio, cuyo circo es lo que algunos quieren presentar como la única política posible, lo que sorprende es que no sea la ciudadanía la que pierda de verdad los papeles. Porque motivos, sobran. Ahora que la ultraderecha está desatada ocupando ya puestos en las instituciones y soltando una barbaridad tras otra para ser siempre la protagonista, veremos a qué siguen jugando los demás actores de esta comedia. Periodistas incluidos. Llevan mucho tiempo acostumbrándonos a la inmundicia. Miren con el emérito, que hoy, más de un periodista, incluso de los hasta ahora reivindicados como juancarlistas, se flagelan y reconocen que callaron y permitieron demasiado. Aun así, parece que no aprenden. Algunos, sin embargo, nos resistimos a acostumbrarnos a convivir entre escombros.

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