Muy poca gente sabe que actualmente Japón tiene una de las tasas de inflación más bajas del mundo -situada en torno al 3,8% en noviembre-, uno de los Estados que más ayudas ha otorgado a familias y a empresas, y un tipo de interés oficial del dinero que roza el 0%, de manera que no se han encarecido absolutamente nada las hipotecas ni los créditos bancarios. Todos estos elementos claramente positivos se suman a una de las esperanzas de vida más elevadas del planeta (84,62 años), una tasa de paro casi inexistente (de 2,6%), una política de vivienda cuidada y viable, unos sistemas educativos y sanitarios universales de elevada calidad y un sistema de transporte público de última tecnología y primera clase. A decir verdad, no todo es positivo en la economía nipona: el principal problema que llevan sufriendo desde hace décadas es el estancamiento de los salarios. En cualquier caso, parece claro que Japón se encuentra en una situación económica mucho más favorable para la población que la que experimentamos en los países occidentales. ¿Cómo lo han logrado? Pues muy fácil: haciendo exactamente lo contrario de lo que dicta la teoría económica convencional, que es la que siguen a rajatabla los gobernantes de Europa y Estados Unidos.
Para empezar, mientras que en Occidente la teoría económica convencional ha empujado a los gobernantes a mantener los niveles de déficit público reducidos, en Japón han dejado que dichos niveles superen el 5% del PIB casi ininterrumpidamente durante décadas (llevándolo incluso más allá del 10% en el año 2020 como forma de combatir la pandemia del Covid-19). Esto ha conllevado que su deuda pública supere el 250% del PIB, una cota que estaría provocando infartos en las altas esferas gubernamentales y mediáticas de Occidente en caso de registrarse en sus países. La diferencia entre las dos regiones es que en Japón son bien conscientes de que el déficit y la deuda pública son herramientas de política económica que se deben utilizar sin complejos con el objetivo de mejorar la vida de la gente y de la salud de la economía. Llevan haciéndolo décadas y nunca han sufrido ninguna de las temidas y supuestas consecuencias que las tesis económicas convencionales occidentales auguran cuando se eleva mucho el gasto público.
No es sólo que durante la pandemia el gobierno japonés implementara uno de los planes fiscales más potentes del mundo, sino que también lo está haciendo durante la actual crisis energética: en mayo de 2022 se aprobó un presupuesto especial de más de 2.700 mil millones de yenes que incluía transferencias de 50.000 yenes por niño para familias de bajos ingresos y subsidios a las empresas mayoristas de gasolina para que no aumentaran precios a los consumidores. Precisamente estas ayudas al sector energético (que también han trasladado al sector alimentario y de telecomunicaciones con el mismo objetivo) es uno de los factores que explica que en Japón la inflación no haya aumentado tanto, y todo ello a pesar de que la economía japonesa es igualmente dependiente del precio internacional del petróleo y gas natural. La clave reside en que, en vez de limitarse a dar ayudas a los consumidores para que no sufran tanto la inflación como han hecho los gobiernos europeos, en Japón el Estado ha dado ayudas a las empresas energéticas y alimentarias para que no repercutieran el precio internacional a los precios nacionales, de forma que así evitaban directamente que hubiese inflación. Una estrategia que trata de prevenir que se origine la enfermedad en vez de dejar que aparezca la enfermedad para luego tratar de curarla. No se trata de una estrategia revolucionaria ni especialmente heterodoxa, pero desgraciadamente los gobernantes europeos no la han sabido o querido llevar a cabo.
En segundo lugar, a pesar de enfrentarse a tasas de inflación históricamente elevadas al igual que Occidente -aunque sea a otra escala-, la respuesta en política monetaria ha sido radicalmente distinta. Mientras que los bancos centrales occidentales han aplicado austeridad monetaria y elevado agresivamente sus tipos de interés como una forma de enfriar la economía y tratar de reducir así la inflación -lo que ha encarecido fuertemente hipotecas y créditos bancarios-, el banco central de Japón no ha elevado absolutamente nada los tipos de interés y encima sigue potenciando su política monetaria expansiva, comprando todavía más bonos públicos y otros activos financieros en el mercado secundario. Es decir, Occidente ha recurrido a la austeridad monetaria para luchar contra la inflación, aunque con ello esté empobreciendo a millones de personas y empresas -y enriqueciendo a la élite financiera-, y de momento sin apenas éxito; mientras que Japón ha hecho exactamente lo contrario para no empobrecer a nadie -y para no enriquecer a las entidades financieras-, y encima está teniendo mucho más éxito a la hora de controlar la inflación.
En fin, Japón es el vivo ejemplo no sólo de que se puede llevar a cabo una política económica muy diferente a la que muestra como única posible y acertada la teoría económica dominante, sino también de que se trata de una política económica mucho más exitosa y justa, ya que antepone el bienestar de la mayoría de la población a los beneficios empresariales de la élite. Al final, como siempre, no se trata de teoría económica, sino de ideología y voluntad política.
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