El pasado viernes se filtró en prensa el proyecto para la ejecución del Museo de la Guerra Civil de Teruel. Una parte del proyecto, la más polémica, contempla la creación de un espacio memorial dedicado a los muertos en la batalla. La propuesta es francamente preocupante, porque vuelve a algunos de los tópicos que caracterizaron la memoria tardo franquista. Así, los autores del informe afirman que la fuerza del monumento se basará en no ahondar en las diferencias entre los caídos, para lo cual proponen mezclar los nombres de los combatientes de ambos bandos "de una forma que nunca hubiera sido posible en vida".
Es evidente que los caídos de ambos bandos merecen entierro digno y recuerdo público, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos eran reclutas que luchaban en un bando con el que no se identificaban. Que recuerdo y memoria pasen por situar sus causas al mismo nivel, en cambio, es más que discutible.
De hecho, es un despropósito. Como todo el discurso articulado en el informe en relación al memorial. Para empezar, los autores consideran que debe concebirse el lugar "con extrema precaución" para no ofender a "los que se consideran herederos de uno u otro bando". Que en una democracia consideremos que haya que ser cautos para no herir las sensibilidades de quienes están en contra de la democracia demuestra que todavía no hemos interiorizado los valores que la sostienen, imaginémonos un memorial en el País Vasco en el que se intentase no ofender a quienes se identifican con los terroristas.
Y es que los autores del informe creen que los visitantes partidarios de uno u otro bando no deben verse "ni excesivamente representados ni ajenos a los valores que el memorial ensalza". Es decir, si uno defiende una democracia parlamentaria no debería sentirse demasiado identificado con el monumento, como tampoco excesivamente rechazado si es más de dictaduras totalitarias. Ni democracia ni dictadura. Neutralidad.
Porque los técnicos que redactaron el documento entienden que la neutralidad no solo es necesaria para respetar diversas opiniones hoy, sino también porque, al fin y al cabo, y aquel fue "su común error", todos los caídos fueron víctimas y verdugos. Todos iguales. Quienes se mantuvieron leales al gobierno republicano y quienes se alzaron en armas contra él.
Sin embargo, siempre que leo a alguien defender la "absoluta vocación de neutralidad", como en este caso, me pregunto si aún queda alguien que no conozca la famosa frase de Desmond Tutu: "Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lugar del opresor". Un monumento neutral de la Guerra Civil es un monumento franquista de la Guerra Civil. Tanto es así que los primeros monumentos neutrales aparecieron ya en la propia dictadura: el más importante fue el Valle de los Caídos. Cuando se inauguró en 1959, lo hizo bajo unas premisas bien distintas respecto a aquellas con las que había sido concebido en 1940. La idea en 1959 era que acogiera a los muertos de ambos bandos sin distinción puesto que los ideólogos del régimen sabían bien que esta falsa benevolencia no suponía menoscabo alguno para la dictadura y, qué además, contribuía a legitimarla.
A lo largo del tardo franquismo y la Transición se fue imponiendo la idea de la guerra como una tragedia y una lucha fratricida en la que nadie tenía razón, y por lo tanto, en la que nadie era del todo culpable: una postura muy cómoda para los franquistas a partir de 1975. El principio de memoria que se impuso entonces es que cualquier memoria es igual de legítima: la que exalta la agresión y la dictadura y la de la resistencia.
No es el único punto en común entre el jardín memorial que se propone para Teruel y el Valle de los Caídos. Los autores del informe escriben que "el Memorial debe ser un espacio ‘atemporal’ en sí mismo, no debería ‘envejecer’, ni pasar de moda. Si su misión es eterna su formalización también debe serlo". El lenguaje lo podría haber utilizado cualquier ideólogo franquista en los años 50: "atemporal", "eterno" (el concepto de eternidad, de hecho, es uno de los más repetidos en el discurso oficial del Valle). En una democracia nada es atemporal, porque son los ciudadanos y ciudadanas, no un Dios y tampoco un caudillo, quien decide cómo se recuerda y qué se valora. Eso significa que las cosas cambian. Y nada cambia tanto como los memoriales.
Más allá de cuestiones ideológicas hay un problema práctico en el informe. El documento de la Empresa de Transformación Agraria (TRAGSA) lo elaboró un "equipo técnico multidisciplinar" que no lo es, porque todos los miembros son arquitectos e ingenieros. Ni historiadores, antropólogos, historiadores del arte o expertos en patrimonio.
En cualquier caso, es preocupante que cuando en España se intenta pensar en un memorial sobre la guerra lo menos ofensivo posible lo primero que nos viene a la cabeza sea replicar el Valle de los Caídos. Otra prueba de que tenemos el franquismo más interiorizado de lo que estamos dispuestos a admitir.
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