Carlos Carnicero Urabayen
Politólogo. Master en Relaciones Internacionales de la UE por la London School of Economics y Paz y Seguridad Internacional por el King's College London
Cher président, me acuerdo ahora de la llegada al poder de Barack Obama en enero de 2009. La ola neoconservadora de Bush tenía gran fuerza. Muchos no le pudimos votar, pero mirábamos a Estados Unidos con esperanza. Tu victoria me recuerda a la suya. No tienes su carisma, ni tampoco su frescura; eres un respetable veterano del Partido Socialista Francés que te has reinventado y abierto a la ciudadanía desde que ganaste unas primarias abiertas. Cargas ahora, como lo hizo Obama entonces, con la esperanza de muchos, más allá de la francofonía.
Querido François, me tomo el atrevimiento de tutearte porque has prometido que serás –a diferencia de Sarkozy el estirado– un presidente cercano al pueblo; pero lo hago con respeto. Tengo vértigo por el cambio de época y el futuro me da miedo. Europa, nuestra referencia de paz y estabilidad, está en caída libre. La que es quizás nuestra principal seña de identidad en el mundo, nuestro sistema del bienestar, sufre un desmantelamiento progresivo. Y lo peor: no se ve la luz en un futuro próximo. Tengo la sensación de que todos los europeos progresistas dependemos mucho de ti.
Suben los nacionalismos y los extremismos como la espuma. Lo de Marine Le Pen fue solo un aviso de las legislativas, y en Grecia –¡cuna de nuestra democracia!– se ha confirmado su emergencia. Cada país va a lo suyo. Cuanto más unidos tenemos que estar, más nos pisamos los unos a otros. Me recuerda a lo que nos han contado de los años 30. Cuando hablo de esto, me llaman pesimista. Ojalá me equivoque y podamos, todos juntos, reencauzar esta situación.
Hemos interiorizado el dogma que no se cansan de repetirnos: que hemos vivido demasiado bien, a todo trapo y los del sur a veces a lo loco. Que ahora es tiempo de sacrificios y que ya nada volverá a ser como antes. Pero por más que recortamos y agachamos la cabeza, no vemos resultado alguno a la vista. Y los políticos que tenemos al volante tienen cara de póker: no saben lo que está por venir y pretenden dar sensación de control. Ya no cuela.
Tengo miedo. Me dan miedo los mercados; los financieros, los peores. Libres y sueltos nos han metido en este lío. Nadie sabe bien quiénes son, pero nos pasamos el día hablando de ellos y cambiando nuestra vida para calmarlos. Pero ellos son insaciables. ¡Hasta he escuchado que a veces les va bien cuando al pueblo la va mal! Has declarado que el mundo financiero es tu enemigo. Ojalá estés bien armado, porque son poderosos.
Me da miedo también Angela Merkel. Su recalcitrante calvinismo económico augura la tensión entre el norte y el sur: el estigma de la desunión europea que fue la causa de las grandes tragedias del siglo XX. Has dicho que te plantarás ante ella y eso me ha emocionado. Nos mira a los ciudadanos del sur con desdén y nos aplica la medicina del castigo. Nos pide esfuerzos, pero para ella nunca es suficiente. Como les va bien a los suyos, no se preocupa por el resto. ¿A dónde se fueron los alemanes europeos, los que primero pensaban en Europa y después en ellos mismos? Tengo un amigo agricultor que todavía se acuerda de la broma del pepino. Que si los nuestros no eran sanos, que si estaban contaminados. Perdió mucho dinero. Al final la culpa fue de una bacteria germana. Pero Merkel nunca se disculpó por ello.
Querido François, temo nos decepciones pronto. Altas las expectativas, mayores los chascos. Le pasó a Obama. Le han salido muchas canas desde que llegó a la Casa Blanca. No debe de ser agradable sufrir presiones e ir enterrando los sueños. La eterna sensación de que la llegada al puente de mando del poder amortigua las promesas. Todo parecía al alcance de la mano en 2009. Pero Guantánamo sigue abierto. Y ahora que está en campaña se acuerda de subir los impuestos a los más ricos.
Por la ilusión que has despertado, te marcarán de cerca desde el primer día. Aquí, en España, Rajoy repite cada día que la culpa es de la herencia recibida de los socialistas. Pero no esperes comprensión por la herencia que recibes de Sarkozy. No debes olvidar que a los progresistas siempre os pedimos más.
Dice un amigo pesimista que de la esperanza e ilusión no se vive. Tiene razón. Pero sin ellas, los proyectos no tienen fuerza y vivimos ahora un tiempo en que hemos de ser fuertes. Me imagino que sientes el aliento de muchos ciudadanos de todos los rincones de Europa. Espero que eso te dé una fuerza añadida para acertar en la responsabilidad que también tienes con nosotros.
Bon courage, presidente Hollande.
Comentarios
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