Cuesta abandonar las inercias de la educación recibida. Tras la derrota de la izquierda, y de la no derecha, en las elecciones municipales y autonómicas, se vuelve a la liturgia del pensar qué se ha hecho mal, la de ponerse cara a la pared y azotarse con el látigo de la calamidad hasta encontrar por dónde se han ido los votos, qué se hizo o se dijo mal para poder encomendar el espíritu a las alturas, permitirse otro morir y renacer como proyecto renovado, con los bordes del manto limpios de los barros de la acción política torpe. No seré yo quien reniegue de una buena flagelación y de un protocolo mágico de transustanciación, vivo por ello, ojalá pudiera pintar Caravaggio nuestros dolores.
En medio de toda esta escenificación de la pasión zurda se olvida qué es lo que dijeron e hicieron los vencedores, desde dónde, hacia quién, de qué modo y por qué sacar a pasear a las momias terroristas y poner muertos encima de la mesa como quien pone garbanzos en una partida de mus, pesa más que la subida del SMI, la ley de vivienda, la reforma laboral, las leyes feministas y otras acciones de gobierno que han mejorado la vida los mismos que gritan "que te vote Txapote".
Se quiere extraer continuamente de la ecuación el veneno que los medios de comunicación al servicio de los grandes poderes capitalistas, en consecuencia de la derecha, inoculan cada día en los oídos de millones de personas, hasta tal punto, que la propia izquierda, o quienes la compongan, hacen suyos arrebatos violentos y proclamas evangélicas que meses atrás fueron pronunciadas por gobernadores confederados, baptistas de los cuatro cuadrados y supremacistas a los que les huele el aliento a Budweiser. No es echar la culpa al deus ex machina, la manipulación política, el sueño del titiritero ha sido siempre el más húmedo del poder y se dan condiciones perfectas para extender la idiocia y hacerla pasar por rebeldía.
Pero no vamos a quedarnos ahí, hemos venido a confesar pecados. Se ha propuesto mucho, se ha hecho bastante pero se ha comunicado mal. O no con efectividad, no siempre respetar al electorado pasa por hablarle de tú a tú, con las mismas palabras que usarías en la asamblea de turno. Nunca me ha gustado lo de simplificar el debate y sigo convencida de que cualquier cosa que se pueda explicar a través de proclamas es basura reaccionaria. ETA, chemtrails, peligro trans y ocupación, cuatro marionetas perfectamente desmontables, han avasallado la dialéctica legítima, el debido debate entre ideologías y no ha habido ninguna oportunidad de dejar al descubierto su falsedad, por obvia que fuese. Quizá sea momento de encontrar los cuatro conceptos clave, o contraconceptos, e imponerlos con los medios que se tengan al alcance. Parece difícil si cada ligera disensión en los modos, que no en los objetivos, sume a la izquierda institucional en un proceso de análisis, es decir, de congelación, mientras la derecha agita por las calles mascaradas coloridas de pestes, lobbys y otras gilipolleces.
En las tensiones entre Unidas Podemos y Sumar hay mucho material de escarnio, mucho con lo que trenzar espantajos. La izquierda no necesita dirigentes que se dan la mano y cantan debajo del arcoíris, entiendo las tensiones que han surgido y me parecen más que legítimas, pero airearlas hoy es arrojarle carne cruda al diablo. Un proyecto de mínimos entre políticas que se han formado en la cultura asamblearia no debería requerir una logística versallesca. Cuatro conceptos contundentes, justos, machacones, obreros, diversos, bien expuestos. Una defensa agresiva de lo conseguido en lugar de hacer un parapeto con ello. Dejar de defenderse. Tratar a la oposición como lo que es, oposición, esto Sánchez lo hace bien. La maquinaria mediática no va a frenar, irá a peor, tomarla como excusa definitiva sería el último error, el proceso de derechización camina con paso firme y solo se le puede hacer frente mirándole a los ojos, no tratándole como a un profesor rígido ante el que hay que dar cuentas. Lo acabamos de ver en las urnas. No necesitamos renovación, sí otra idea de la confrontación. Los mejores momentos de esta legislatura se han dado señalando con fuerza a las bancadas del odio, trasladar eso a la calle después de una derrota potente y estando los ánimos oscuros es complicado pero no imposible. Perfomar el fascismo tiene que volver a ser una vergüenza, una cosa estéticamente reprobable y moralmente asquerosa. Ahí está la batalla. Por cansadas que estemos.
Hay diez días para conformar una candidatura y dos meses para hacerla sólida, viral e incontestable.
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