Dominio público

La herencia universal y el juego de los privilegiados que nos condena a la precariedad

Julen Bollain

Doctor en Estudios sobre Desarrollo, profesor e investigador en Mondragon Unibertsitatea

La herencia universal y el juego de los privilegiados que nos condena a la precariedad
Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay

Vivimos en una sociedad que aboga por la meritocracia y la cultura del esfuerzo, donde a menudo se nos dice que nuestras posibilidades de éxito están determinadas por nuestro duro trabajo y nuestras habilidades individuales. El modelo meritocrático dibuja una sociedad donde la jerarquía entre las personas viene determinada según los méritos de cada una y no según la clase social a la que se pertenece. Un martillo que nos golpea diariamente, repitiendo que una persona que nazca en una familia con pocos recursos, y gracias a una supuesta igualdad de oportunidades, podrá mejorar su situación a través de su esfuerzo. Ya sabes, si te esfuerzas, llegarás lejos.

Las herencias son el nuevo esfuerzo

Nuestra sociedad tiene tatuado el discurso rancio de la cultura del esfuerzo. Sin embargo, una mirada más profunda revela la cruda realidad: el 80% de los niños y las niñas que nacen en familias pobres, mueren pobres. Estudios demuestran que el 60% de nuestros ingresos dependen de dónde hemos nacido, el 20% de cuánto ganan nuestros padres y el 20% restante hay que repartirlo entre el esfuerzo, la suerte, la raza y el género. La cuna de nacimiento y el apellido, por tanto, importan mucho más que el esfuerzo en la determinación de nuestro futuro. Dicho de otra forma, si quieres ser rico, más te vale nacer en una familia rica de un país rico.

Como le ocurrió a Gina Rinehart, una minera australiana con un patrimonio de 29.000 millones de dólares—la mujer más rica del mundo entre 2012 y 2015—. Rinehart, quien considera que toda su fortuna es merecida y que quien no lo vea así es un envidioso, también se atreve a darnos consejos realmente interesantes. Ella afirma que si tienes envidia de quienes tienen más dinero, no debes quedarte sentado quejándote; debes hacer algo para ganar más dinero: gasta menos dinero en beber, fumar o salir de fiesta y pasa más tiempo trabajando. Debes crear tu propio éxito. Sin embargo, como bien apunta George Monbiot, Rinehart olvida el mejor consejo que nos podría haber dado: Si quieres convertirte en una persona enormemente rica, hereda una mina de hierro y una grandísima fortuna de tu padre. Y es que, si Rinehart se hubiera pasado toda la vida tumbada en la su cama tirando daros a la pared, seguiría siendo asquerosamente rica.


Es innegable la enorme influencia de la herencia económica en nuestras vidas. Actualmente el 73% de la desigual distribución de la riqueza en España, muy por encima de países de nuestro entorno, deriva de las herencias. La herencia media en España es, de hecho, la tercera mayor dentro las economías desarrolladas: 105.340 euros. Hasta el punto en el que más del 95% del patrimonio de las clases medias españolas proviene de las herencias. Eso sí, no todas las herencias son iguales. La herencia media del 20% de los hogares más ricos en España está por encima de 300.000 euros. En el 20% más pobre, sin embargo, no llegan a 5.000 euros. Así que, lo dicho: si quieres ser rico, más te vale nacer en una familia rica de un país rico.

Negar las desigualdades que generan las herencias es perpetuar el mito de la meritocracia y desviar la atención de las desigualdades estructurales que persisten en nuestra sociedad. Aun y todo, vendrán liberales a decirnos que establecer un impuesto a la herencia privaría a las personas de "algo suyo". Pero, ¿de qué estamos hablando? ¿De meritocracia propia o ajena? Porque si para los liberales los logros y los fracasos individuales deben poder imputarse al esfuerzo, las capacidades y la ambición de cada persona, un impuesto a las herencias no privaría a nadie de sus logros y esfuerzos individuales, sino de beneficios obtenidos a través de circunstancias ajenas. Lo explicaba perfectamente el mismísimo Adam Smith: "No hay ningún punto más difícil de explicar que el derecho que concebimos que tienen los hombres de disponer de sus bienes después de la muerte".

¿Hay alternativa?


Con el objetivo de avanzar en la redistribución de la riqueza y en la creación de oportunidades más equitativas para todas las personas, Sumar ha puesto encima de la mesa la propuesta de la herencia universal. No es una idea nueva, ya la planteó Thomas Paine en 1797, pero sí abre un debate muy interesante. Partamos de la base de que, actualmente, se necesitan 120 años para que una familia del 10% más pobre alcance ingresos medios. Es decir, el ascensor social en España está roto. Además, si le añadimos la precariedad estructural que padecen las personas jóvenes, donde el 45% gana menos de 1.000€ al mes, tienen unos salarios que se sitúan en el nivel de 1999 y los alquileres se han incrementado 8 veces más que sus salarios en la última década, tenemos un cóctel explosivo. Si no tomamos medidas valientes que nos permitan avanzar hacia una sociedad más justa, esto tiene que explotar por algún lado. Es por ello que el debate acerca de dar 20.000 euros a la juventud en el momento en el que cumplan 23 años es sumamente oportuno.

No obstante, a mí me cuesta ver la herencia universal sin alguna medida que la complemente. Se me queda coja. Más específicamente, sin una renta básica incondicional que verdaderamente permita luchar contra la pobreza y la precariedad. La herencia universal no tiene la capacidad de ofrecer ni tranquilidad ni seguridad a largo plazo en un entorno de creciente incertidumbre ni de garantizar que todas las personas tengamos lo mínimo para vivir dignamente. Existe una precariedad estructural entre las personas jóvenes, sí. Pero también entre las mujeres, entre las personas mayores de 55 años, entre las personas LGTBI, entre los y las artistas o entre los millones de trabajadores que aguantan día tras día en sus empleos de mierda para poder comer dos veces al día o encender la calefacción. ¿Cómo llegamos a esa gente? ¿Cómo conseguimos que todas las personas, independientemente de dónde se sitúen, tengan un futuro de certezas y esperanza? ¿Cómo conseguimos ofrecer seguridad en un mundo donde no hay más que incertidumbres, miedos y no somos capaces de mirar más allá del futuro más inmediato? Necesitamos políticas que nos permitan parar; pensar; reflexionar; disfrutar; vivir. Queremos ser dueños de nuestras vidas. Queremos diseñar el futuro que queremos vivir y no aceptar ni resignarnos ante el futuro que "nos ha tocado" para sobrevivir. O, mejor dicho, para malvivir.

La izquierda necesita ofrecer soluciones de mirada amplia. Soluciones que engloben los múltiples aspectos de nuestras vidas. Para ello debemos quitarnos la inercia y el conservadurismo que han impregnados las decisiones políticas de las últimas décadas y apostar por ideas frescas que sean capaces de ofrecernos la capacidad de ser dueños de nuestro viaje. Por eso creo que el mayor logro de la herencia universal es entenderla como una herramienta de disputa cultural que permite avanzar en la legitimación y el debate de ciertas propuestas políticas hasta ahora consideradas utópicas. Bastante jodidos estamos como para no luchar por cambiar un sistema que está trucado. Un sistema en el que importa más la cuna donde se nace y el apellido que se tiene que el esfuerzo y las horas de trabajo.

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