Dominio público

Perdió el debate

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. MBA en gestión cultural. Editora y ensayista

Perdió el debate
Los candidatos a la presidencia del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez (i) y el popular Alberto Núñez Feijoo, antes de iniciar el debate electoral hoy lunes en Madrid. -JUANJO MARTÍN / Agencia EFE

En el debate cara a cara en el que confrontaban por primera vez -y si todo resulta como parece, lo harán por última- Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, se dirimían varias cosas importantes: qué candidato genera una mayor empatía y, por tanto, puede despertar más apoyo y cuál de los dos ofrece una apariencia más verosímil de autonomía. Dos señores, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, que con toda probabilidad necesitarán para formar Gobierno pactar con otros partidos, escenificaban una entidad electoral y una independencia que, sin embargo, no tienen. Como se nos pedía que suspendiéramos la incredulidad que la situación provocaba en cualquier mente despierta, opté por ver el debate con el relajo del descreimiento, aunque, a la vez, con la tensión de quien sabe que es mucho lo que está en juego.

Los dos señores se engancharon de entrada y Feijóo supo llevar la voz cantante desde el inicio. Fue el primero que acusó al otro de mentir y eso, en los tiempos que corren, es poner una pica en Flandes y cala, vaya si cala. No lo hacen, sin embargo, los mensajes a trompicones de un presidente del gobierno con un tono y un gesto nervioso, interrumpiendo continuamente sin lograr articular sus réplicas ni transmitir un discurso que desbarajustara los argumentos de Feijóo, dirigidos a dinamitar la verdad, los datos y la visión de conjunto de la situación económica y política española en nombre de sus tesis, que son mucho más que críticas; son rabiosamente catastrofistas.

El de anoche fue un debate farragoso donde las acusaciones de mentir proferidas por uno y otro candidato hicieron imposible distinguir de qué lado estaba la verdad y qué propuestas, en todo caso, tienen ambos. Pedro Sánchez estuvo a la defensiva porque se vio obligado a dedicar su tiempo a hacer desmentidos, con lo que no pudo colgarse las medallas que le corresponden ni explicar con calma y sentido de Estado sus propuestas. De hecho, las menciones a Ucrania pudieron parecer más un eximente que la alusión necesaria a un contexto insoslayable que acogotó la gestión de su Gobierno como lo hizo la pandemia. Feijóo se puso tan flamenco que afirmó que ha aumentado la okupación por culpa de Sánchez y que se congelaron las pensiones -aunque según él lo hizo Zapatero- con su aquiescencia. Por supuesto no faltaron las menciones a los pactos con etarras, la 'ley del solo sí es sí', la malversación y la incipiente descomposición de España. Y datos falsos e insidias a montones, que ya se irán ocupando las agencias de fact checking de señalar y desmentir sin que, por otra parte, eso tenga la más mínima consecuencia.

Sánchez logró votar un poquito la pelota cuando dijo que el PP ha claudicado ante el machismo y, sin embargo, como feminista, ver a estos dos señores disputándose la protección de las mujeres y las personas LGTBI me pidió un segundo esfuerzo de suspensión de la incredulidad para el que mi vaso de leche fría con cacao se quedaba muy corto, con lo que cuando llevaron la confrontación al terreno de las banderas no me quedó más remedio que levantarme a por una galleta.


Hubo un momento en el que Feijóo le reclamó a Sánchez que le tratara con cariño, con el mismo, al menos, que le profesa a Otegui. En ese punto el desencuentro adoptó un tinte romántico que despertó mi atención, pero la trama amorosa se quedó en eso y no avanzó más. Salvo que interpretemos el documento de pre-pacto con el que Feijóo trató de acorralar a Sánchez como un contrato matrimonial -que el Presidente, por supuesto, no aceptó sin tampoco tener la gracia de saberlo rechazar con el argumento de la seriedad- abortando de esa manera cualquier opción a que entre los dos señores hubiera un mayor entendimiento y quién sabe si intimidad.

Ganó Feijóo porque confrontó a Sánchez con el sanchismo sin que el presidente del gobierno fuera capaz de desmantelar el mito; antes, al contrario, su actitud alterada, su inexplicable triunfalismo inicial que se transformó en un continuo apostillar y su tono más soberbio que institucional sirvieron al propósito de Feijóo. Ganó el gallego una pelea larga y pesadísima que controló porque ahogó el debate en acusaciones, datos falsos y una exposición abigarrada y confusa de temas que transmitió la sensación de que el líder del Partido Popular tiene el control. Pudo así zafarse de preguntas incómodas ignorando las reglas del discurso público -faltando reiteradamente a la verdad- o pasándose por el arco de triunfo las normas más básicas de un debate electoral al mezclar continuamente temas para generar confusión en lugar de exponer y aclarar. Núñez Feijóo se ha presentado como lo que es: un político sin escrúpulos (hay que carecer de ellos para utilizar a Miguel Ángel Blanco como "argumento") al que le gusta adornarse con el aura de la moderación a pesar de sus políticas privatizadoras en Galicia y a pesar de que, por supuesto, si las cosas le salen como espera, pactará el gobierno de España con Vox.

Cuando en mi tercera galleta Sánchez comenzó a explicar los orígenes y el uso del "Falcon" me sentí estafada, frustrada y comprendí que lo único que me dejaría a mí el debate de anoche sería una soberana indigestión. Ganó la mentira y el ruido, y el debate, por supuesto, se perdió.

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