Estas semanas, tanto el CIS como Metroscopia publicaron diferentes estudios sobre las votaciones según el sexo. En un artículo de Víctor Lapuente, titulado Ellas rojas, ellos azules, se puntualizaba que "entre las mujeres el voto a los partidos de izquierda ha superado a los de la derecha en más de 1,1 millones". Fue curioso leer los comentarios a esta información: desde negacionistas culpando a las rojas que votan, a mujeres de derechas o apolíticas cuestionar el voto de unas "traidoras".
Un problema ha sido siempre pensar que el feminismo no es política. Lo es, pues sus leyes dependen del poder ejecutivo y legislativo. Y también, sobre todo, por nuestra unión. Ahí está la genealogía feminista: desde mujeres burguesas que reclamaban derechos comunes a mujeres trabajadoras, o no, que denunciaban el machismo pero también la marginación por su clase social. La suma de nosotras, a pesar de las diferencias, nos ha llevado hasta aquí. Y eso incluye a las políticas, que tanto las "azules" como las "rojas" han vivido el machismo dentro de sus partidos, asumiendo que, como mujeres la violencia no siempre iba por colores.
Otra cuestión es hacer partidismo del feminismo, tanto por derecha como por izquierda. Pero, incluso aquí, cabe que muchas hayan votado con la memoria. Y que si hacemos una evaluación, sabemos quiénes han estado más veces de nuestro lado con datos objetivos: votaciones en el Congreso de quienes rechazaron el derecho al divorcio, que votaron contra el derecho al aborto, de quienes lo llevaron al Tribunal Constitucional junto a la ley de Igualdad o de quienes decían que la violencia de género era crímenes pasionales. Esto es solo la punta del iceberg.
Las rojas que han votado han visto estas semanas los pactos PP-Vox y sus consecuencias inmediatas. En algunos municipios se han retirado puntos violetas. En una de cada tres ciudades se han eliminado concejalías de Igualdad o se ha mezclado con otras competencias. Y quizás, la última medida conocida explica parte del problema, dentro de un PP que impulsó y firmó el Pacto de Estado contra la Violencia de Género y que debería estar comprometido por encima de todo.
Sin embargo, hace días, en el Ayuntamiento de La Solana, su alcaldesa (PP) anunció que después de 12 años dejaban fuera los minutos de silencio tras los crímenes machistas por ser "propaganda", pero que seguían las políticas contra la violencia de género porque ella es "una mujer". Deberían ya de saber que ser mujer no significa ser feminista, luego como mujer puedes tomar medidas machistas. Y, lo peor: considerar que un minuto de silencio sea "propaganda". ¿Acaso era propaganda el minuto de silencio en los asesinatos etarras? ¿Acaso lo eran con los asesinatos yihadistas? ¿Acaso es propaganda condenar un asesinato, hablar de sus causas y reflexionar como sociedad que es intolerable? Esto no es cuestión de presupuesto, es cuestión de respeto, empatía y humanidad. Y el error está en pensar que gobiernas solo para las tuyas y no para todas las mujeres y todas las víctimas. Que no solo hay víctimas rojas, del PSOE o de Podemos; también puede haber víctimas azules, del PP o de Vox, o incluso apolíticas. Estaría bien que después del lamentable espectáculo de ver cómo se han usado a las víctimas del terrorismo etarra con fines electorales, se replique la misma situación con las víctimas de la violencia machista.
Resultaría curioso saber los motivos del voto de esas "rojas" en otro estudio. Quizás hay mujeres que votan por convicción, por programa o por miedo ante las alianzas PP-Vox. O quizás también, otras votaron por memoria, por sus madres o abuelas que salieron a la calle o que alzaron la voz en sus familias contra todo. Hay una frase feminista que dice: "Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar". Y, con perspectiva, muchas votarían frente a Vox, como hijas o nietas de aquellas asesinadas por el machismo, de aquellas que no pudieron estudiar, de aquellas que fueron fusiladas en la guerra y que aún hoy se buscan en una cuneta, o de las que fueron rapadas y obligadas a tomar aceite de ricino como humillación pública. Porque la memoria también consiste en eso. En poner un muro frente a recuerdos y experiencias que no quieres para nadie más.
Hasta ahora, quienes están borrando nuestra causa y nuestra violencia, nuestras concejalías, y nuestros minutos de silencio tienen un nombre: las uniones PP-Vox o, a veces, incluso solos. Y a veces, la historia tiene un precio que pagar si no hay rectificaciones a tiempo. Porque las rojas también votan.
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