Pablo Sapag Muñoz de la Peña
Profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile
Diecisiete meses de conflicto político y armado en Siria ofrecen mucha reflexión académica y periodística, ambas inspiradoras, para bien o para mal, de la acción política. Sin embargo, y transcurrido ese tiempo, esos análisis parecen hoy más desconcertados que al principio, cuando se incluyeron los hechos sirios en la llamada "primavera árabe" para asimilarlos a lo ocurrido en Túnez y Egipto y a la rápida caída de sus respectivos regímenes. Luego los análisis apuntaron al modelo libio, con intervención internacional y un cambio de gobierno mucho más violento. Tampoco eso ha ocurrido en Siria, aunque muchos trabajan para ello desde el principio. Ni lo de Yemen, un estado desestructurado y en el que Al Qaeda no solo es un actor armado, como en Siria, sino también territorial. Desde hace un año los analistas han apostado por una guerra civil que ni siquiera hoy es tal en sentido estricto porque el llamado Ejército Sirio Libre poco tendría que hacer sin la inestimable colaboración de yihadistas de todo el mundo –incluida España- a los que actores estatales foráneos han ayudado con más o menos disimulo. Frente a esa presión exógena, la realidad de la propia Siria y unas características complejas y estructurales que a la hora de analizar lo que ocurre hoy superan con creces ciertas reivindicaciones sociales, económicas y políticas más o menos coyunturales y legítimas originalmente relacionadas con la crisis siria.
Siria es un país multiconfesional, mucho más que Egipto con su 10% de cristianos coptos y tanto como el Líbano. Esa multiconfesionalidad es una seña de identidad histórica de Siria donde el Islam no llegó a ser mayoría fragmentada hasta bien entrado el siglo XVII. La diversidad religiosa explica a su vez el surgimiento y consolidación del nacionalismo panárabe sirio, ideológicamente organizado en las primeras décadas del siglo XX por Michel Aflaq y Salah Bitar, uno cristiano ortodoxo –como el ministro de defensa recientemente asesinado- y el otro musulmán suní –como el desertor general Manef Tlass-. Ambos querían un Estado con el nacionalismo árabe como seña de identidad frente a cualquier referencia religiosa, como pretendía la suní Hermandad Musulmana, también surgida esos años y empeñada a asimilar la nación árabe al Islam suní, a veces por la fuerza como en la anterior crisis siria entre 1976 y 1982. Para Aflaq, Bitar y tantos otros, el Estado debía ser aconfesional precisamente para garantizar la expresión de todas las comunidades. Ese planteamiento igualmente explica el qawmismo o nacionalismo pansirio, fundado por el también cristiano ortodoxo Antuun Saada. El Qawmi Suri ha sido, junto a una de las ramas sirias del Partido Comunista, parte del Frente Nacional Progresista, organización en la que hasta las elecciones del 7 de mayo pasado se sostenía un régimen hegemonizado por el panarabista Baaz pero no de partido único como erróneamente se ha apuntado. Ambas organizaciones discrepan doctrinal y estratégicamente en la extensión territorial del nacionalismo, aunque tácticamente, como explica Daniel Pipes, desde hace tres décadas han llegado a un acuerdo que los hace compatibles en beneficio del régimen sirio.
¿Qué es Siria territorialmente hablando? En un discurso espontáneo pronunciado por Bachar Al Assad en la Plaza de los Omeyas de Damasco el 11 de enero de este año, también censurado por la propaganda occidental e islamista, el presidente sirio aludió a Bilad al Chams, concepto que algunos traducen como Levante. Bilad al Chams, sin embargo, es mucho más que esa etiqueta geográfica, es un concepto político muy conectado al Qawmi Suri. Simplificando mucho, es la Gran Siria pre islámica, que traducida a la territorialidad de nuestros días arrojaría una ecuación étnico demográfica en la que los musulmanes suníes serían menos que el 65% que representan en la Siria actual. La mayoría de los sirios lo saben. Por lo mismo la resistencia que revelan encuestas como la que realizó la islamista suní Qatar Foundation a modelos impuestos desde el exterior en apoyo a una de las partes en conflicto. Es el caso de una Turquía islamista y neotomana –Jeremy Salt- que junto a Arabia Saudí y frente al Irán chií apuesta por la homogenización regional a partir del islamismo suní. Es decir, frente al panarabismo o el pansirianismo, la receta es panislamismo suní. Todo eso con el visto bueno de un occidente utilitarista, reduccionista e incapaz de comprender la complejidad siria y que por lo mismo prefiere un interlocutor único suní que varios en Oriente Póximo y Medio. Es el fruto del viejo orientalismo que tan bien describió el cristiano palestino Edward Said –él mismo se calificó a veces de chami- hoy trocado en simplistas alianzas de civilizaciones tributarias de Samuel Huntington y su choque de culturas encasilladas territorialmente. Siria no es un país islámico suní, es multiconfesional. Siria y la mayoría de su población siempre se han resistido a cualquier imposición contraria a esa característica. Como bien explica Amin Maalouf en Las cruzadas vistas por los árabes, cristianos y musulmanes defendieron por igual su territorio ante unos cruzados que tanto como derrotar al Islam buscaban someter al multiforme cristianismo oriental primigenio. Por lo mismo en Siria el colonialismo está tan asociado a los europeos como a un Imperio Turco Otomano, que si bien con el régimen de millet toleró el multiconfesionalismo, siempre se sustentó en le preeminencia suní. Esa característica esencial explica muchas cosas logradas en Siria desde el final del colonialismo, por ejemplo el que en Siria los funcionarios públicos si son musulmanes libran el viernes y si son cristianos, el domingo. También la visibilidad política, económica y social de las mujeres sirias de todas las comunidades, resultado de la imposibilidad de atribuirles un rol único en función de una aproximación religiosa y por lo mismo cultural, que en Siria es plural. Sobre todo, esa multiconfesionalidad, hábilmente subrayada por la propaganda interna del régimen sirio e ignorada en el exterior, representa la dificultad de apostar por salidas simples en una Siria compleja y más dependiente de sus propias dinámicas históricas y político sociales que de los intereses más o menos coyunturales de potencias próximas o lejanas y de aquellos que se empeñan en reducir el Estado sirio a una entidad monoconfesional excluyente.
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