La agitación de estos días de las derechas en las calles, principalmente en Madrid, no es nueva. Llama la atención su violencia, su persistencia y el ruido generado todos estos días, pero no es cierto que la derecha no haya pisado las calles hasta ahora. Coincidiendo siempre con gobiernos del PSOE, la derecha siempre ha encontrado banderas que enarbolar para agitar a sus seguidores, y más todavía cuando el gobierno que sale y el que viene está sostenido por lo que llaman comunistas y separatistas.
Pasó tras el desalojo de José María Aznar de la Moncloa y ante las leyes que impulsó el gobierno de Zapatero, cuando las derechas sacaron a decenas de miles de personas contra el matrimonio homosexual. En esas manifestaciones vimos ir de la mano al PP y a la iglesia, a sus feligreses y a toda la constelación ultraderechista al margen del PP de entonces, irrelevante electoralmente y refugiada principalmente en fundaciones y organizaciones sociales de marcado carácter conservador. Los nazis y fascistas se dejaron ver, pero pasaron desapercibidos. Ni hubo violencia ni rascaron nada de todo aquello. Las redes sociales todavía no eran armas de difusión masiva, y se limitaban a recogidas de firmas y webs primerizas, además que no todo el mundo tenía acceso a internet como ahora.
Aquella revuelta neocón, que empezaría con la conspiranoia del 11M auspiciada por el PP y algunos medios de comunicación, seguiría a lo largo de toda la legislatura contra la reforma de la ley del aborto, el nuevo Estatut de Catalunya y el proceso de paz en Euskadi. Todo esto marcó el inicio del divorcio entre la derecha que se pretendía centrista y la extrema derecha que se había cobijado desde los años 80 en la casa común de todas las derechas: el PP. Empezó entonces a sonar el runrún de la ‘derechita cobarde’, de la falta de valentía del PP para derogar las leyes que aprobaba el PSOE por miedo a meterse de lleno en la batalla cultural contra los consensos en materia de derechos que parecían cada vez más progresistas. Una batalla que, a día de hoy, es el principal ariete de la extrema derecha y a la que se ha unido en gran medida el PP, tratando de recuperar la fuga de votos que se fueron a Vox.
Esta ruptura quiso abanderarla entonces Vox en 2014 cuando se presentó a las elecciones europeas y a punto estuvo de sacar un eurodiputado, Alejo Vidal-Quadras, padre de la criatura. Pero no sería hasta que se volvió a agitar la patria cuando las derechas volvieron a las calles, cuando desde Catalunya sonaban ya los tambores del referéndum, y el nacionalismo español juntó a todos los patriotas de nuevo en las calles. Esta vez, y no hay que olvidarlo, de la mano del PSOE, como nos recuerdan las fotos de las manifestaciones de Societat Civil Catalana (SCC) con Miquel Iceta (PSOE), Paco Frutos (PCE) y Javier Ortega-Smith (VOX) compartiendo pancarta por la unidad de España. Sobre esta comunión nacionalista escribió un libro el periodista Jordi Borràs, desvelando sus entrañas y la inquietante y sabida presencia de nazis y fascistas en sus filas, unidos todos para salvar unidad de España.
El referéndum y lo que vino después sirvió para que esa derecha neocón que se despegó del PP y que fue más allá de Vox tuviera, ahora sí, su oportunidad con el elemento nacionalista como catalizador y amparada por el relato oficial del ‘¡A por ellos! Esa derecha, representada principalmente por Vox, pero acompañada, como estos días, por toda la turba ultrapatriota, nazi y fascista, se hizo notar. Y en muchas ocasiones, lo hizo con violencia. Fuera de Catalunya esto se sabe poco, pero hubo más de cien ataques violentos en los tres meses posteriores al referéndum contra entidades y personas del entorno independentista, la mayoría de estos, impunes, y que seguirían cual gota malaya hasta día de hoy. Pero entonces, el foco estaba en la ilegalidad de la consulta y en el intento del Gobierno por pararla a base de palos, mientras Vox miraba ya a la siembra para recoger en breve los frutos. Como así fue, primero en Andalucía, y después en todo el país.
Es importante entender los antecedentes de la agitación callejera de las derechas a lo largo de estos años para que la foto de estos días no nos parezca indescifrable. Siempre tuvieron capacidad de organización y movilización, y cuando se trata de la unidad de España, todavía más. Era de esperar que, a las puertas de una nueva legislatura del PSOE pactada con independentistas con la amnistía mediante, se estimulase de nuevo ese patriotismo fiel que, a toque de corneta, siempre acude a putodefender España.
Lo que ha pasado esta vez es que nos hemos encontrado con un PP tratando de competir con Vox en el relato, mientras en las calles hace malabares para evitar que le salpiquen las chispas de la turba de nazis y fascistas. Vox, por su parte, trata de recuperar en las calles lo que perdió en las urnas en las pasadas elecciones, reivindicándose como principal motor de las protestas sacando toda su artillería, y hasta trayendo al rey del bulo, el trumpista Tucker Carlson, a dar un paseo por Ferraz para llamar la atención internacional. Y hay que reconocer que saben cómo hacerlo. Y saben también como moverse en la ambigüedad, de manera que se muestran en primera línea y calientan las protestas mientras los capos se van a sus casas cuando las cosas se ponen feas.
Este escenario está sirviendo para presentar toda esta constelación derechista que mucha gente desconocía. A estas convocatorias han acudido, además, todas las hordas nazis y fascistas que hace tiempo que perdieron la batalla en las calles, pero que han sobrevivido gracias a la oportunidad que les ha brindado Vox normalizando sus ideas y tejiendo puentes. Aunque estos grupos siguen siendo políticamente irrelevantes y marginales, han encontrado de nuevo, como en 2017, un amparo sin precedentes para ejercitar su músculo en las calles, promocionarse en los medios y captar nuevos miembros. Por eso sus pancartas se sitúan siempre en las primeras filas, para aprovechar el foco mediático y hacer creer que son ellos quienes sacan a miles y quienes lideran el percal. Habrá que ver si esta particular revuelta les transfiere algunos militantes y simpatizantes, o volverán a sus cuevas con las manos vacías, viendo como Vox les vuelve a comer la tostada.
El papel de las redes sociales ha sido fundamental estos días. Algunos manifestantes poco acostumbrados a la calle y al activismo se despachan sin filtro en los canales de Telegram de la ultraderecha, llamando a asesinar al presidente o alentando los disturbios. Otros aprovechan para hacer autopromoción de su personaje o negocio con el merchandising patriota, con las visitas a sus redes o con sus magufadas recicladas que ya vendían durante la pandemia y que ahora reaparecen entre tanta diversidad ultra. El proceso de fanatización e intoxicación en las redes se evidencia echando un vistazo a cualquiera de estos grupos, donde las pulsiones violentas se desatan y si estuvieran escritas en árabe ya habrían actuado sin ninguna duda la policía y la Audiencia Nacional.
Tras la investidura que arranca hoy veremos hasta donde estira el chicle la derecha. Esto va a seguir sin tregua en el ámbito institucional, mediático y judicial, y será uno de los principales asideros de la oposición durante esta legislatura y más allá. Pero las calles son otra cosa, y el suflé es muy probable que se desinfle en breve y que los patriotas se replieguen a sus cuarteles a preparar nuevas batallas, con una nueva épica que contar. O, por el contrario, puede que se acentúe la violencia, que más allá de las protestas surja un lobo solitario y cometa alguna atrocidad, y entonces aquí todos se lavaran las manos. Veremos entonces la rentabilidad que saca a todo esto cada uno de los actores presentes.
Aunque la ultraderecha que hoy muestra músculo contra el PSOE y la amnistía se eche a un lado, seguirá siendo un problema. Mientras miramos a Ferraz, hay muchos derechos y libertades siendo desmantelados o en el punto de mira de los gobiernos del PP y Vox. Sigue librándose una batalla en las redes, en los medios y en nuestros barrios que trata de instaurar un nuevo sentido común reaccionario. Todo esto que la actualidad nos hace olvidar por un instante, es ya y va a seguir siendo una batalla cotidiana mucho más importante y vital para la mayoría, y aquí es donde toda la ultraderecha va a invertir mucho más esfuerzo que en permanecer en las calles.