Dominio público

El gesto político de Bella Baxter

Noelia Adánez

Jefa de Opinión de Público

Emma Stone como Bella Baxter en 'Pobres Criaturas' de Yorgos Lanthimos
Emma Stone como Bella Baxter en 'Pobres Criaturas' de Yorgos Lanthimos

Desde que se estrenó Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos, se debate si se trata o no de una película feminista. La cinta, que concurre a los premios Oscar de mañana, lo hace con once nominaciones, una de las cuales recae en el espléndido guion que firma Tony McNamara, en el que el australiano adapta una novela de 1992 del escritor y artista escocés Alasdair Gray 

Gray fue una personalidad en Escocia, un referente de la cultura y del mundo de las artes. Una especie de William Blake revivido y naturalmente dotado para crear universos pictóricos y novelísticos, mundos abigarrados atravesados por fuertes contrastes, escorzos morales y reflexiones políticas y existenciales de altura. Socialista, republicano, heterodoxo y faltón, intentó reeditar el mito de Frankenstein, producir una alegoría en la que una mujer de veinticinco años adquiere una identidad adulta partiendo de una situación de absoluta minoridad. Bella Baxter es una joven con el cerebro de un bebé nonato. Lo del cerebro de bebé, para quien no haya visto la película o leído el libro, es literal.  

En realidad, en la novela Gray juega a rescatar las memorias de Max McCandles, el joven científico que estudia con el "padre" de Bella, Godwin Baxter, apodado irónicamente ‘God’. En la ficción que su autor crea, las memorias, ilustradas en blanco y negro, habrían sido escritas en 1909 -pocos años antes del fallecimiento de McCandles- y abandonadas en Glasgow hasta ser providencialmente rescatadas por el ayudante de la curadora del museo local. El gesto político de Bella BaxterEl humor, la ilustraciones y la firmeza narrativa con que Gray cuenta la historia facilitaron que el libro tuviera una muy buena acogida tanto por parte del público como de una crítica que abrazó entusiasmada aquella deliciosa sátira victoriana. 

Mucho antes de que Lanthimos acometiera el proyecto de película multinominada en la que Pobres criaturas se ha terminado por convertir, Gray ya había negociado la cesión de derechos de su novela. El nombre de Helena Bonham Carter planeó sobre aquel proyecto fallido que se disolvió como azucarillo en el agua por razones que no he podido averiguar. 


Según cuenta McNamara, cuando el director de origen griego visitó a un desconfiado Gray -lógicamente desconfiado pues como digo ya se había frustrado un intento previo de adaptación de su novela- para explicarle cómo quería abordar la adaptación del libro, tenía muy claro que buscaba otorgarle a Bella el protagonismo absoluto de la historia y darle en consecuencia una profundidad y un desarrollo mayores de los que tiene en la novela. Parece que Lanthimos y Gray -que falleció a finales de 2019- congeniaron y el escritor aceptó la propuesta.  

La película que resulta es exuberante tanto por las imágenes como por las atmósferas que crea y que impregnan la historia de un halo de calculada fantasía e irrealidad. Estamos ante un Bildungsroman original que muestra cómo una niña alcanza la edad adulta a través de la sexualidad y va elaborando, construyéndose en el terreno de lo emocional y de lo intelectual, su propia identidad. Para lograrlo, Bella tiene que aprender a adquirir autonomía respecto de los demás, pero también de sí misma y de su propio deseo, especialmente desde el momento en que éste le ata a un hombre que la interpela en un código romántico que ella desconoce. Bella no ha sido socializada en el amor romántico, por lo que su aterrizaje en el sexo carece de mediaciones. El deseo de Bella es ajeno a las costumbres y a la moral.  

Su despertar al mundo de las emociones, por otra parte, procede de la empatía que experimenta al comprobar que existen la pobreza y la injusticia social. La necesidad de Bella de comprender y dar sentido a las injusticias la llevan a la lectura y al trabajo intelectual y de ahí al socialismo como único proyecto político disponible para ofrecer una solución a las desigualdades y al sufrimiento que conllevan 


Pobres criaturas despierta entusiasmos y, por supuesto, también ha habido quien ha aborrecido la película por superficial y/o (se dan todas las combinaciones posibles) poco feminista. Me gustaría detenerme en este último tipo de valoraciones. 

Creo que nos equivocamos cuando buscamos validar las manifestaciones culturales calificándolas de ese modo y que acertamos cuando, en lugar de testar su feminismo, desplegamos sobre ellas una mirada crítica con perspectiva feminista. No es tanto la obra en sí ni la intención más o menos consciente de sus autoras o autores lo que marca el tono feminista de los productos culturales, cuanto la capacidad y las posibilidades de sus receptoras para dialogar con ellos en un contexto o una época. Es una cuestión de entrenamiento epistémico mucho más que de aplicar un filtro o una plantilla y desechar todo lo que no se adapta o cabe dentro por poco feminista o abiertamente machista.  

No es lo mismo otorgarle un sentido unívoco a una novela o película, suponerle un propósito concreto y atribuirle una suerte de maliciosa ideología, que analizar lo que leemos y miramos entablando un diálogo con lo que advertimos que representa, los debates que motiva, las posibilidades de interpretación a las que se presta. 


En el caso de Pobres criaturas -tanto de la novela como de la película- se ha dicho que no son feministas por la sencilla razón de que sus autores son hombres. Desconozco si Yorgos Lanthimos es un señor feminista, pero estoy bastante segura de que Alasdair Gray no lo era. Y sin embargo, pienso que Pobres criaturas, tanto el libro como la novela, se insertan y recogen el espíritu feminista de una época. Un producto cultural puede ser relevante para el feminismo sin que sus creadores posean una intención, un compromiso o una agenda feminista; un producto cultural puede ampliar nuestro conocimiento feminista del mundo al margen de la autoría y de la orientación política de los mensajes concretos o explícitos y también implícitos que contenga. 

Hay películas o productos audiovisuales denunciables porque alientan estereotipos dañinos, fomentan discursos de odio o hacen apología de la violencia. Todo lo que no sea ese tipo de contenidos o propuestas debería caer del lado del debate público sosegado sin animosidades ni trincheras. Cuando la autoría o los contenidos se examinan desde la sospecha, la crítica renuncia a dar debates y se torna en denuncia de resabios inquisitoriales 

Desacreditar Pobres criaturas porque ha sido escrita y realizada por hombres es un argumento desasosegante. Se ha dicho también que no puede ser una película feminista porque contiene una apología de la prostitución o porque la protagonista es víctima de un engaño y de abusos dado que su primera pareja actúa de mala fe y es un hombre mucho más mayor, o porque la rebeldía femenina está reducida a un fetiche y Bella es una mujer sexualizada. No es todo lo que he leído en contra de la película pero son algunos de los argumentos que más se han repetido. 


Creo que Pobres criaturas es una película formidable e interesante para el feminismo y las feministas porque la historia de Bella Baxter invita a hacernos preguntas fundamentales sobre el devenir mujer, sobre la extraordinaria dificultad que supone romper con lo que Beauvoir llamó hace décadas nuestra impuesta inmanencia.  

Al acompañar a Bella en sus alegrías y en sus penas, tomamos conciencia de que somos seres sexuados en busca de una identidad que construimos a partir de experiencias, reflexión, elaboración y compromiso, vínculos y humor, riesgo y certezas. Bella tiene la aspiración de ser libre y pronto comprenderá que la libertad consiste en algo así como un equilibrio imposible entre el cuerpo y la mente, las pasiones y la razón, el abandono a una misma y el compromiso social, el hedonismo y la empatía. Se trata de un personaje con múltiples conflictos que afronta descomunales dilemas. Es una mujer sensible preparada para asumir sus propias inconsecuencias. El humor y la imaginación son facilitadores imprescindibles para rebajar el sufrimiento psíquico que en muchas ocasiones experimenta.

Seguramente Bella no es un ejemplo de lo que una buena feminista (¡las diosas nos libren de ellas!) tiene que elegir y hacer con su vida, pero tanto sus circunstancias como el arco del personaje sí se construyen en un contexto -el de escritura del libro y producción de la película- que no rehúye la presencia de distintos momentos feministas en los debates sociales que la atraviesan.  

Pobres criaturas no contiene un decálogo de comportamientos ejemplares y buenas prácticas feministas, sino una historia sobre las zonas más oscuras de la libertad y las más luminosas de la emancipación personal; sobre lo difícil que es adquirir autonomía cuando se es mujer y pesan multitud de obstáculos sobre nuestras condiciones materiales de vida y nuestras conciencias. 

Una buena crítica feminista (la epistemología y los saberes feministas han cambiado mucho desde la publicación de Política sexual) elige contar la historia de las mujeres como sujetos insertos en relaciones de poder -de género- no como una colección o sucesión de casos de terrible sufrimiento o, por el contrario, de resistencia individual. Bella transita esas relaciones de poder y a su particular manera, las atraviesa. Sufre y resiste; es vulnerable y por eso arriesga. 

Practicar una buena crítica feminista implica generar un discurso sobre la literatura o el cine que trata de percibir estas manifestaciones culturales no como meditaciones que giran en torno a sí mismas y el feminismo, sino como gestos históricos y como gestos políticos. Hacemos buena crítica feminista cuando analizamos la cultura como un gesto y sus representaciones como entramados de condiciones materiales y de ideas que sostienen y describen nuestros mundos, reales e imaginarios.  

Al proponer que la cultura se evalúe de acuerdo con determinados estándares ISO de feminismo, al decidir a partir de un análisis -a menudo muy convincente- que tal película o cual libro son o no feministas, quienes lo hacen privilegian intereses que tienen que ver con sus propias agendas comerciales o políticas. 

Cuando la ultima ratio de la crítica consiste en decidir qué es o qué no es feminista, entonces el feminismo es ya solo instrumental, pierde su dimensión auténticamente política para convertirse en algo así como la expresión de un revanchismo que tiene como consecuencia limitar la imaginación a un espacio para la emisión de consignas. Todo esto merma nuestro conocimiento del mundo y, con él, la posibilidad fundamental de pensarnos en el marco de un proceso histórico de elaboración continuada de las conciencias y de las subjetividades feministas.  

Quiero dejaros una consideración final sobre Pobres criaturas que conecta con mi interpretación de la película brevemente esbozada más arriba. Celebré enormemente que la cinta de Lanthimos presentara el sexo como un territorio de exploración y de duda; un lugar para el placer, el jolgorio y la extrañeza en el que Bella se mueve con interés. Como muchas otras mujeres feministas estoy preocupada por el puritanismo que nos rodea y, francamente, creo que nos perdemos una parte fundamental de la vida y la experiencia humana cuando renunciamos a explorar la sexualidad y sus complejidades marcándole constricciones a los impulsos consentidos de quien desea. Como dice Katherine Angel en uno de los ensayos más interesantes que quien esto escribe ha leído al respecto del consentimiento y el deseo, El buen sexo mañana. Mujer y deseo en la era del consentimiento: "No hace falta que neguemos la violencia generalizada para mantener la puerta abierta al erotismo" y, me permito añadir, no hace falta que, como feministas, cerremos la puerta al erotismo para parar las violencias. A veces, el feminismo se hace más con gestos que con normas. 

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