Dominio público

Un reconocimiento insuficiente, quizás incluso contraproducente

Itxaso Domínguez de Olazábal

Profesora de Geopolítica de Oriente Próximo en la Universidad Carlos III de Madrid

La Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina (RESCOP) convoca la quinta marcha en conmemoración de la Nakba de 1948 y para denunciar el genocidio de la población palestina en Gaza, con el lema 'Siempre con la Resistencia', este sábado en Madrid. EFE/ Victor Lerena
La Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina convoca la quinta marcha en conmemoración de la Nakba de 1948 y para denunciar el genocidio de la población palestina en Gaza este sábado en Madrid. EFE/ Victor Lerena

España, Irlanda y Noruega anunciaron el futuro reconocimiento del Estado de Palestina. Actualmente, la mayoría de los países del Sur Global reconocen a Palestina, pero pocos en la UE lo hacen. Uno de los objetivos es invitar a que otros países europeos se unan al tren del reconocimiento. El potencial simbólico de este gesto es innegable. La misma semana en que el fiscal de la Corte Penal Internacional solicita órdenes de arresto contra Benjamin Netanyahu y su ministro de Defensa, una serie de países europeos toma la palestra para anunciar una decisión presentada como un gesto de apoyo al pueblo palestino, en línea con el 'sentir mayoritario' de los pueblos concernidos. 

Movimiento insuficiente frente a una realidad de genocidio, colonialismo y apartheid

Son varias las razones expuestas para justificar tal estrategia, principalmente que el reconocimiento enviaría un mensaje fuerte en apoyo a la soberanía palestina. También se argumenta que el reconocimiento podría ayudar a responsabilizar a Israel por sus acciones. Sin embargo, no podemos dejar de tomar en consideración que un número considerable de escépticos duda del impacto del reconocimiento, muy particularmente en el contexto de violencia genocidaria en curso, facilitada durante años por la impunidad con la que ha contado Israel. Pedro Sánchez hablaba de "pasar de las palabras a la acción". No obstante, algunas voces dentro de la sociedad civil palestina han alertado de que este reconocimiento podría ser poco más que una distracción en lugar de tomar acciones más sustanciales. Se señalan a este respecto instancias de países europeos exportando armas a, o permitiendo el tránsito de equipamiento militar hacia, Israel a pesar de los llamamientos a poner fin a tales acciones. 

Son varios los oficiales que han sugerido además que este movimiento podría tener un valor agregado al considerarlo como un punto de partida, especialmente en un momento en el que se argumenta que la llamada 'solución de los dos estados', como 'la única solución posible a futuro para que Israel y Palestina puedan vivir, uno al lado del otro, en paz y seguridad', está en peligro. Esto contrasta con la postura previa de la Unión Europea, que esperaba que el reconocimiento se produjera solo después de que las partes hubieran llegado a un acuerdo, viéndolo más como el punto de llegada. Incluso aunque el reconocimiento se adelante al momento actual, sigue sin solventar prácticamente nada para el futuro del contexto en la Palestina histórica, muy particularmente si tenemos en cuenta que el modelo a seguir siguen siendo los 'Acuerdos de Oslo' que siguen ensimismando a tantos en ministerios y más allá. No es casualidad que Edward Said se mostrara extremadamente crítico con los 'Acuerdos de Oslo' (los llamó el 'Versalles palestino'), y desde un primer momento dudara de que pudieran llevar al establecimiento de un Estado palestino.

La asimetría intrínseca de este marco de Oslo se veía simbolizada por las llamadas 'cuestiones de estatus final'. Estas cuestiones incluían temas cruciales como el estatus de Jerusalén, el derecho de retorno de los refugiados palestinos, las fronteras definitivas entre Israel y un futuro Estado palestino, y el destino de los asentamientos israelíes en territorios ocupados. Cuestiones, por lo tanto, fundamentales y centrales para una eventual autodeterminación del pueblo palestino. Sin embargo, fueron dejadas deliberadamente para futuras negociaciones, tal y como sigue ocurriendo en la actualidad. Esta postergación permitió que los desequilibrios de poder entre las dos partes se perpetuaran, y que Israel consolidara su control sobre los territorios ocupados gozando de una cuasi total impunidad. La no resolución de estas 'cuestiones de estatus final' no solo refleja la profunda desigualdad y asimetría, sino que también ha servido para mantener un estado de indefinición constante. Otra insuficiencia extremadamente grave de Oslo era la forma en la que apartaba el Derecho internacional aplicable al contexto en el antiguo mandato británico, algo que contrasta fuertemente con las palabras de Sánchez en apoyo a las leyes internacionales al anunciar el reconocimiento. Lo importante, ayer y hoy, eran las 'negociaciones', incluso en contexto de asimetría insalvable, y aunque éstas pudieran conllevar ignorar resoluciones adoptadas por Naciones Unidas. 


Al reflexionar sobre este último argumento institucional, es crucial recordar que la 'solución de dos Estados' lleva muerta varios años, si no décadas. Esta 'solución' se ha convertido en un significante vacío (conceptualizado en términos pretendidamente liberales que indican tanto inmediatez como inevitabilidad) en vista de que ha sido socavada de manera constante por las acciones y declaraciones de los respectivos gobiernos israelíes. No se trata solo del primer ministro Benjamin Netanyahu y su círculo cercano, sino de una postura más amplia y sistemática que ha sido adoptada por el régimen israelí a lo largo de los años. Sus dirigentes han dejado patente por activa y pasiva que no permitirán nunca la creación de un Estado palestino verdaderamente soberano e independiente, gobernado por lo que presentan como 'salvajes' inevitablemente violentos. Esta negativa se ha manifestado en la continua expansión de colonias israelíes en los territorios ocupados, en la construcción de muros e infraestructuras que fragmentan aún más el territorio palestino, y en la implementación de políticas que restringen severamente la movilidad y los derechos de los palestinos. La retórica oficial también ha sido clara: líderes israelíes han afirmado repetidamente que un Estado palestino representaría una amenaza para la seguridad de Israel, prioridad irrenunciable de la comunidad internacional, aunque nunca definida con concreción y siempre dejada al albur del propio Israel, para el que hoy por hoy incluso gritos en pos de los derechos humanos ponen en peligro su supervivencia. 

Son numerosos los mapas que no dejan duda alguna de que Israel controla efectivamente la totalidad del territorio. Esto suele denominarse una 'realidad de un Estado' (que poco o nada tiene que ver con la 'solución de un Estado'), un puñado de islas nominalmente palestinas -extremadamente similares a los bantustanes en Sudáfrica- en un mar de asentamientos y otras áreas bajo el control parcial o exclusivo de Israel. Así, la 'solución de dos Estados', a pesar de seguir siendo mencionada en discursos diplomáticos y resoluciones internacionales, es en la práctica una propuesta inviable y obsoleta. La realidad sobre el terreno muestra un panorama de ocupación prolongada, fragmentación territorial y violaciones continuas de derechos humanos. En este contexto, es esencial reconocer que la insistencia en una solución ya muerta sirve más para perpetuar el statu quo que para avanzar hacia un contexto de paz genuina y justa. A esto se añade que las condiciones impuestas para cualquier posible acuerdo de paz han sido inaceptables para los palestinos, ya que implican la renuncia a derechos fundamentales y la aceptación de un Estado sin verdadera soberanía y continuidad territorial. 

¿Es verdaderamente deseable un Estado nación palestino? 

Incluso aunque este Estado fuera viable, una parte significativa de la sociedad civil palestina ha señalado repetidamente la insuficiencia de esta 'solución' propuesta, destacando que no reconoce adecuadamente los derechos inherentes a una verdadera autodeterminación del pueblo palestino. Este concepto de autodeterminación va mucho más allá de la mera creación de un Estado nación, implicando la necesidad de una plena soberanía y el reconocimiento de todos los derechos fundamentales de los palestinos. Inevitablemente, si tenemos en cuenta la realidad sobre el terreno, tendría que implicar la descolonización: de territorio, de mentes, de instituciones, de relaciones... Esta perspectiva crítica subraya así la necesidad de un futuro que aborde de manera integral las injusticias históricas y actuales, con 1948 -y no 1967- y la Nakba continuada como punto de inflexión real del contexto actual de colonialismo de asentamiento. 


De hecho, conformarse con la creación de un Estado bajo las condiciones actuales significaría, en gran medida, aceptar el sistema de apartheid israelí que, entre otras cosas, niega el derecho de retorno a los refugiados palestinos. Este derecho es crucial para millones de palestinos que fueron desplazados de sus hogares en 1948 y sus descendientes, muchos de los cuales siguen viviendo en campamentos de refugiados en condiciones precarias, como es el caso particular de la Franja de Gaza. Además, aceptar un Estado bajo las actuales condiciones implica aceptar una situación en la que los ciudadanos palestinos de Israel son tratados como ciudadanos de segunda clase. Estos ciudadanos, aunque tienen ciudadanía israelí, enfrentan racismo estructural en multitud de áreas. 

¿Quién gobernará un futuro Estado palestino? 

La Autoridad Palestina ha sido la primera en celebrar el reconocimiento. Este reconocimiento representa uno de los pilares fundamentales de la estrategia global de la Autoridad Palestina desde 2005. La búsqueda de reconocimiento internacional ha sido vista como una forma de consolidar su posición y obtener apoyo global para la causa palestina, buscando compensar las carencias internas y proyectar una imagen de legitimidad y soberanía en el escenario internacional. 

Sin embargo, este gobierno, que lleva casi dos décadas sin ser elegido mediante un proceso democrático, ha visto cómo su legitimidad decrecía sustancialmente. La falta de elecciones ha generado un profundo descontento entre la población palestina, que se siente cada vez más desconectada y desilusionada con sus líderes. Esta situación se ha agravado por la represión de sus propios ciudadanos, con múltiples informes de violaciones a los derechos humanos y restricciones a la libertad de expresión y reunión. La Autoridad Palestina ha sido criticada por su manejo autoritario del poder, que ha incluido la detención de opositores políticos y la represión de protestas. 


Además, la corrupción endémica dentro de la Autoridad Palestina ha minado aún más su legitimidad. Los palestinos han observado con frustración cómo la corrupción se ha infiltrado en todos los niveles del gobierno, desviando recursos y obstaculizando el desarrollo y la prestación de servicios esenciales. Este ambiente de corrupción ha exacerbado la desconfianza y el desencanto con un liderazgo que parece estar más preocupado por mantener su poder que por servir a su pueblo. 

Por otra parte, la Autoridad Palestina se ha convertido en un actor clave en la externalización y sostenibilidad de la ocupación israelí. La Autoridad Palestina, en su rol actual, ayuda a gestionar la ocupación de una manera que reduce la carga administrativa y de seguridad sobre Israel. A través de la coordinación en materia de seguridad con Israel, la Autoridad Palestina ha contribuido a mantener el orden en los territorios ocupados, lo cual, en la práctica, ha ayudado a Israel a gestionar la ocupación con menores costos y riesgos. Esta cooperación, vista como una traición por muchos palestinos, ha generado una percepción de que la Autoridad Palestina actúa más como un administrador de la ocupación que como un verdadero representante de los intereses y aspiraciones del pueblo palestino. 

No es descabellado reflexionar sobre cuánto el reconocimiento del Estado palestino realmente impacta a Israel. Desde un punto de vista de relaciones públicas, parece claro que el reconocimiento arroja una imagen negativa hacia Israel, subrayando su papel en la ocupación y el sufrimiento del pueblo palestino. Este reconocimiento internacional puede servir para aumentar la presión diplomática sobre Israel y destacar las demandas palestinas en la arena global. Sin embargo, quizás la antigua ministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya no estaba equivocada cuando afirmaba hace poco que el reconocimiento era 'el movimiento más israelí' que puede hacerse. Esta afirmación puede parecer paradójica, pero tiene un fondo de verdad significativo. Israel, al igual que la comunidad internacional, necesita a la Autoridad Palestina para garantizar la sostenibilidad del contexto actual, donde se mantiene la ilusión de un futuro Estado palestino sin que se realicen cambios sustanciales en el terreno. 


Al recibir reconocimiento internacional, la Autoridad Palestina puede ganar en legitimidad y recursos, lo que, irónicamente, puede contribuir a mantener el statu quo. Esta dinámica permite a Israel continuar con su bio- y necropolítica, mientras se proyecta una imagen de apoyo a la 'solución de dos Estados'. Los debates sobre un futuro de la Franja de Gaza sin Hamás dejan claro este aspecto. La comunidad internacional han mostrado interés en un liderazgo palestino que no esté dominado por Hamás. En este contexto, la Autoridad Palestina se presenta como el único interlocutor viable y aceptable, independientemente de los deseos de los palestinos. 

¿Ahora qué? 

Pedro Sánchez justificaba la decisión del reconocimiento apuntando a que se trataba de una cuestión de paz, justicia y coherencia. Los argumentos presentados arrojan luz sobre cómo el reconocimiento no contribuirá por sí solo ni a la primera ni a la segunda. Respecto a la tercera... ya se ha dejado claro una y otra vez cómo el gobierno español ha decidido optar por los dobles raseros con Palestina y Ucrania, entre otros. Todo apunta a que el reconocimiento no dañará a la causa palestina per se, pero será, lamentablemente, poco más que un gesto vacío si no va acompañado de acciones tangibles. ¿Cuáles son estas? Nuestros estudiantes y la sociedad civil lo llevan repitiendo meses: ruptura total de relaciones e imposición de sanciones para conseguir un aislamiento de Israel a nivel internacional, y poner fin a todo comercio -tanto compraventa como tránsito- de armas y tecnologías conexas. Una oportunidad perdida más, como tantas otras tras 7 meses de genocidio, más de 35.000 muertos, y 76 años de colonización. 

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