Dominio público

Vosotros habéis creado a Alvise

Israel Merino

Luis 'Alvise' Pérez. EFE
Luis 'Alvise' Pérez. EFE

La izquierda ha sido completamente arrasada y la ultraderecha ha mandado el proyecto social europeo contra las cuerdas, pero parece ser que la culpa la tenemos –otra vez– los jóvenes.

De adolescente, cada vez que me dolía la cabeza o un pie o me daba fiebre, mi madre decía que era culpa del teléfono; daba igual que me hubiera reventado con la bicicleta y tuviera la cabeza como una ermita en el mes de mayo, pues mi madre, temerosa de Dios y la tecnología, venía a decir que la culpa de todo era del dichoso cacharrito (no del móvil, no: de El Cacharrito).

Pues este análisis, más o menos irónico en esta transcripción, es uno de los que están circulando respecto a la entrada de Se Acabó La Fiesta en el Parlamento Europeo.

Alvise Pérez, ardilla de feria y trilero profesional de manicomio, ha conseguido tres europarlamentarios en la noche electoral del 9 de junio (para sorpresa de muchos, de mí el primero). Como en este país y en este continente y en este siglo el deporte oficial, el que no requiere ni federación ni stickers caros, es echar balones fuera y culpar a los otros, todo el peso de esta debacle moral y política ha caído contra los jóvenes, quienes, según los mismos listísimos de siempre, le habrían votado en masa.


Sobra decir que no hay ni un solo indicador que dé la razón a este argumento, pero da igual; el discursito de sociólogo de guardería, de ojeador del Internet que toma apuntes en una Moleskine de bolsillo ya ha estipulado, como si fuera la convención de sabios de la tribu, que el problema es que los chavales se han dejado llevar por el uso de las tecnologías en las que el Alvise se mueve y, como no tienen capacidad crítica alguna por culpa de El Cacharrito, se han comido todos los bulos de este sujeto hasta votarlo.

Todo este argumento es tan absurdo, tan depravado, que duele tener que hacer un ejercicio medianamente honesto en un periódico para explicarlo; no es solo falso –según una encuesta previa del CIS, el único dato real que tenemos sobra la mesa– que la franja de edad de los jóvenes sea en la que más ha triunfado Se Acabó La Fiesta, sino que el sector en el que realmente habría funcionado sería en el de los hombres que se mueven alrededor de la cuarentena.

Es obvio que hay una ola reaccionaria en el mundo, pero es absurdo pensar que es exclusivamente en los jóvenes y, perdonad que sea así de directo, es de disonante creer que tiene que ver con las redes sociales y el uso de las nuevas tecnologías (no es por nada, pero os recuerdo que Podemos también creció gracias al calor de las redes).


Los chavales que se están volviendo reaccionarios en mi generación (no estoy diciendo que no los haya, estoy diciendo que no son más que los de otras franjas de edad) no son langostinos intelectuales engañados por sátrapas que se aprovechan de su incapacidad para distinguir un bulo de una noticia real, sino adultos que han decidido apostar por esta dolorosa agenda reaccionaria; no están siendo engañados, sino que saben perfectamente a lo que están jugando (y con esto no pretendo justificarlos, sino apuntar con más finura al problema para poder corregirlo).

Obviamente es mucho más fácil echarle las culpas a Telegram y la madre que nos parió a todos porque así evitamos acarrear con la responsabilidad que la izquierda, desde sus dirigentes a sus popes, tiene en todo esto; es mucho más sencillo culpar a la Inteligencia Artificial de que José Luis vote a Alvise, antes que asumir que las doctrinas de secta endogámica, más preocupada por hablar a la interna y tatuarse discursos de pureza en el pecho, no solo no atrapa a ningún votante nuevo, sino que los expulsa: pretendéis que sangre nueva se ponga a ver vuestra telenovela cuando lleváis ya doscientos capítulos de puro relleno.

El auge de las posiciones ultras en la juventud viene porque la ola reaccionaria mundial ha sabido dar unas certezas sobre el futuro que la izquierda no; la derecha radical promete conseguir el poder y dar casas a todos y acabar con problemas que nos desbrozan la mente (negar el cambio climático es una forma de acabar con el cambio climático, me temo), mientras la izquierda está en el poder y no es capaz de articular una ley que evite que nuestros caseros nos roben, pero sí se pone muy contenta cuando salen influencers y demás tipejos a explicarnos lo mal que nos va todo (¡que ya lo sabemos, joder!).


Con toda esta incertidumbre reventándonos, los alvises de turno han prometido cosas que probablemente no podrán hacer, sí, pero cosas al final y al cabo; mientras, la izquierda institucional, que muchos ya vemos como un nido de títulos heredados desde el 15M, aquella cosa viejuna que no nos interpela ni lo más mínimo, no hace más que ponerse en el centro de la batalla política y el relato (me da mucha pena el acoso mediático y judicial por el que has pasado, respetada política de izquierdas, pero tu condición de víctima no va a hacer que te vote porque lo que me quita el sueño es dejarme el sueldo en una habitación minúscula que todavía huele al semen de los anteriores inquilinos).

La izquierda se ha olvidado de las cosas que nos trituran la cabeza y es la culpable de que ahora tengamos a tres lunáticos más en el Parlamento Europeo. Quizá debería dejar de hablar de cosas que no le importan a absolutamente nadie para que los chavales dejemos de verles como un meme. Porque, sí, eso es lo que vemos cuando aparece un político del cambio hablando de cuidados y encadenando significantes y significantes y más significantes vacíos que no llevan a ningún sitio: un puto meme del que primero reírnos, para destruir después.

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