Dominio público

Respuestas ante la ola reaccionaria

Miquel Ramos

 

Manifestación en Madrid contra la visita de Milei a España. Imagen de archivo. Matias Chiofalo / Europa Press
Manifestación en Madrid contra la visita de Milei a España. Imagen de archivo. Matias Chiofalo / Europa Press

El resultado de las recientes elecciones europeas ha traído pocas sorpresas. El auge de las extremas derechas era previsible, más todavía allí donde llevan años recorriendo el camino, como en Francia, Alemania o Austria. Hay una derechización global que se confirma con el alineamiento de liberales, conservadores y socialdemócratas en marcos reaccionarios y políticas cada vez más autoritarias. También en un repliegue identitario de una parte de la ciudadanía, a la búsqueda de amparo bajo aquello que ofrece cierta seguridad, ya sea una patria rodeada de alambres o una urbanización con altos muros.

Tras la victoria de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en estas elecciones en Francia, miles de personas se echaron a las calles para reivindicar la necesidad de más antifascismo ante lo que viene. Allí sigue habiendo enfrentamientos callejeros con los fascistas, que arropados por el progresivo avance ultra, se han envalentonado y siguen actuando con violencia en las calles. Los partidos de izquierdas recogieron el guante y salieron al paso anunciando una gran coalición para enfrentarse a Le Pen en las próximas elecciones legislativas. Al día siguiente, los conservadores galos rompieron finalmente el conocido como cordón sanitario, que pretendía mantener a la extrema derecha fuera de juego. Se postraron ante ella y se ofrecieron a pactar para evitar un gobierno de izquierdas.

En España, la entrada en escena del partido de Alvise a la vez que ha subido Vox está dando para mucha literatura, mucho análisis que trata de descubrir de dónde ha salido el personaje, quién le ha votado y cómo es posible que se haya colado así. Hay múltiples razones que han llevado a más de 800.000 personas a votar por una criatura así, sin un programa definido. Pero es que hay una gran parte de ese voto que es tan solo una muestra de hartazgo. De rabia y de desafección con lo existente. Exactamente como sucede con Milei en Argentina o con Fidias en Chipre, un youtuber que también ha sido elegido eurodiputado con un 20% de los votos, y más del 40% del voto joven. Todavía no ha empezado la fiesta, pero la expectación es máxima ante este nuevo tablero.

Este nuevo empuje de la extrema derecha implica que tendrá acceso a cientos de miles de euros para invertir en sus batallas culturales, sus artefactos comunicativos y sus redes por todo el continente. Y entre ellas, los grupúsculos que también, cuando lo consideran, actúan con violencia y tratan de recuperar el terreno perdido. Una guerra que hace años que llevan librando pero que va mucho más allá de lo que puedan lograr los ultras mediante la política institucional.

Uno de estos logros de su batalla es comprobar cómo han contaminado una parte del sentido común de personas que quizás nunca les votarían, pero que aceptan sus marcos como punto de partida. Esa desafección que, admitámoslo, la izquierda no sido capaz de recoger, como sí lo hizo en algún momento no hace tanto tiempo, ha provocado un replanteamiento de no pocas de las señas de identidad que la izquierda siempre ha exhibido con orgullo. Lo llevamos viendo desde hace tiempo con quienes tratan de explicar el auge ultraderechista por la supuesta cobardía de la izquierda para tratar ‘el problema’ de la inmigración. No se dan cuenta que, enmarcando este fenómeno ya de entrada como problema, y no como consecuencia o fenómeno en sí mismo, reproducen el marco que la extrema derecha lleva años tratando de instalar.

Vimos lo mismo cuando el feminismo empezó a incomodar más de la cuenta, tras haberse erigido como uno de los principales movimientos sociales de nuestros tiempos. Fue demasiado lejos, dicen, y los amigos del presidente no lo entendían, así que tuvo que poner límites. Sánchez dio la razón a toda esa campaña de la extrema derecha que llevaba años atacando al feminismo, consciente de que era el principal activo en su contra, y uno de los muros de la izquierda más poderosos.

Lo intentan de la misma manera neoliberales y ultraderechistas con la solidaridad de clase, promoviendo la competencia por los recursos entre la clase obrera a base de racismo e individualismo. Y juega aquí con el substrato cultural racista y machista, unos viejos pero permanentes prejuicios que, además de ser inherentes al orden capitalista, si se saben estimular a conveniencia, supuran de nuevo y gangrenan hasta a quien se creía sano.

La extrema derecha ofrece soluciones sencillas a problemas complejos. Las desigualdades que genera el capitalismo no las podemos resolver desde la izquierda asumiendo que hay que competir por las migajas, que hay que dejar de mirar hacia arriba y empezar a mirar a nuestros compañeros y compañeras como amenaza. Que hay que laminar derechos. No esperen entonces que, ante los odios y las mentiras de la extrema derecha, una respuesta de izquierdas sea fragmentar y enfrentar a la clase trabajadora. Que la clase obrera se una para parar un desahucio y para okupar un edificio de un fondo buitre es la alternativa que plantean hoy muchos movimientos sociales a negar derechos y entidad a un obrero por ser migrante.

La respuesta contra esta ola reaccionaria no puede ser darles la razón, sino mantenerse firmes. La izquierda debe reconstruirse bajo esos términos, sanar las heridas y recuperar la ilusión. Los movimientos sociales deben aguantar el embate, seguir dando ejemplo y lidiar con esta fascistización que viene y que puede que vuelva a traer violencia a las calles. La lucha contra esas deserciones y esa desafección que hace crecer a los monstruos mientras surge un mundo nuevo, como decía Gramsci, nunca puede ser a base de renuncias, sino compitiendo por este relato y dando ejemplo en la praxis.

 

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