Dominio público

¿Quién se ha llevado mi queso? Los liderazgos territoriales perdidos en el PSOE

Luis Ángel Hierro

Militante del PSOE, ExDiputado y Catedrático de Economía Pública

Reunión del comité federal del PSOE tras las elecciones europeas.- Eugenia Morago / PSOE
Reunión del comité federal del PSOE tras las elecciones europeas.- Eugenia Morago / PSOE

El PSOE tradicionalmente ha funcionado con un sistema de equilibrio piramidal, basado en un esquema de apoyos de abajo-arriba. La primera base, las agrupaciones locales, sustentan a la segunda base, las agrupaciones provinciales, éstas a la tercera base, las federaciones regionales, y éstas a su vez a la punta de la pirámide, la ejecutiva federal. En cada nivel, cada secretaría general incorpora la representación de la base inferior en su ejecutiva, con eso la secretaría general consigue la lealtad de los territorios a cambio de reconocer su poder. El PSOE disfrutaba de un sistema integrador y las noches de los congresos eran interminables precisamente para cerrar los acuerdos para mantener los equilibrios territoriales en cascada.   

Este equilibrio se complementa con un sistema de garantía para los cuatro años que duran los mandatos. Se trata de un sistema de ruptura de acuerdos para casos extremos, con dos mecanismos de voladura: uno en manos del secretario/a general, que, si dimite, cesa la ejecutiva y abre nuevo proceso de elección; y otro en manos de su base territorial, que consiste en que si dimite la mitad más uno de los miembros de la ejecutiva (50%+1), cesa también el/la secretario/a general y se abre el nuevo proceso de elección. Es decir, base territorial y líder pueden resetear el sistema si los problemas son irresolubles en la ejecutiva.  

Precisamente, la discusión en el bochornoso comité federal del PSOE del uno de octubre de 2016 se centró en quien había pulsado el botón de reseteo, si el 50%+1 de la ejecutiva federal o el secretario general. Se impuso la versión 50%+1 y las baronías pilotaron la transición, pero después perdieron las primarias.  

Ese uso del sistema de reseteo del 50%+1, que no es extraño a nivel local pero sí a nivel federal, tuvo un efecto muy pernicioso, la ruptura del consenso sobre el funcionamiento de los equilibrios en el partido. Me explico. Cuando tras ganar las primarias de 2017 volvió Pedro Sánchez, ya no se fiaba de las federaciones regionales que lo habían depuesto meses antes, por lo que acabó con las cuotas territoriales e hizo una ejecutiva monolítica, se acabó el sistema de reseteo de los territorios. En los congresos regionales los barones y baronesas que habían perdido las primarias hicieron lo propio y se crearon ejecutivas regionales formadas por incondicionales. El cisma acabó extendiéndose a todos los órganos del partido y a sus listas electorales, dando como resultado un partido compartimentalizado, un nuevo modus vivendi tipo apartheid en el que quien ganaba en cada nivel y territorio excluía al oponente (En esas está todavía Juan Espadas en Andalucía). 

Rota la tradición integradora piramidal por la ausencia de confianza, el apartheid generó como onda expansiva el advenimiento de un nuevo sistema: los virreinatos. 

En efecto, el resultado del apartheid es que la oposición se acantona en guetos opositores territoriales en el nivel inferior, incomodando sistemáticamente al nivel superior (por ejemplo, Paje con el tema de la amnistía es muy incómodo). Para evitar esa incomodidad el poder central reacciona intentando imponer desde arriba un virrey o virreina que no sea opositor, apoyando en las primarias a un candidato afín o maleable. Esa política consigue reducir la incomodidad, pero tiene grandes costes. El primero para los propios virreyes, que carecen de legitimidad si no ganan las elecciones.  

Esa ilegitimidad de base de los liderazgos se reproduce en cascada. La militancia socialista malagueña me va a entender fácilmente. Pedro Sánchez promovió el virreinato de Juan Espadas en el PSOE de Andalucía porque no confiaba en Susana Díaz; Juan Espadas promovió el virreinato de Dani Pérez en el PSOE de Málaga porque no confiaba en Ruíz Espejo; y Dani Pérez promovió el virreinato de Enma Molina en Estepona porque no confiaba en David Valadez. Pues bien, ni Juan Espadas, ni Dani Pérez, ni Enma Molina van a ser nunca líderes territoriales, simplemente porque han sido puestos por el dedo de arriba y no han sido capaces de ganar sus respectivas elecciones. 

Los problemas de este tipo de organización son múltiples. El primero es que la propia estructura del partido depende de la supervivencia del líder, si cae el líder la estructura se desmorona. El segundo es que el virrey o la virreina se olvida de la militancia, ya que es insignificante una vez ganadas las primarias, y la militancia deja de estar implicada. El tercero es que se cambia el sistema de incentivos, los/as virreyes, al tener como función principal satisfacer los deseos del superior, se olvidan de que su objetivo es ganar elecciones, lo que los hace potencialmente perdedores. Y el cuarto es que los virreinatos conducen a una esclerosis de los niveles inferiores. "No te muevas porque te quitarán y podrán a un virrey". El resultado: todos/as mirando hacia arriba en lugar de a sus votantes, porque el futuro no depende de los votantes sino de no desagradar al virrey superior de turno.   

Las consecuencias son desastrosas: liderazgos impostados, militancia en casa, ejecutivas paralizadas y elecciones perdidas. Un coctel implosivo cuya consecuencia es la autodestrucción 

Sé que lo que voy a aconsejar es lo contrario de lo que escucha Pedro Sánchez de la corte que le rodea, pero si mi diagnostico no es equivocado, finalizados los procesos electorales y vistos los mapas electorales plagados de azul, el éxito y el futuro del PSOE pasa porque Pedro Sánchez termine con el sistema de virreinatos. Desde mi punto de vista, el PSOE debe, primero, aplicar una amnistía interna, una ley del olvido, para acabar con el apartheid y reconstruir un PSOE integrador, y, segundo, declarar urbi et orbe el principio de no injerencia en los procesos de generación de liderazgos territoriales. Ambas decisiones nos encauzarían en la vuelta a un sistema de equilibrios que permitiría generar nuevos liderazgos territoriales. 

Si queremos tener liderazgos capaces de ganar elecciones, deben ser los y las militantes de cada nivel y territorio, libremente y sin influencias, quienes elijan a los y las que crean mejores de entre los que tengan la valentía de concurrir a unas primarias para liderar el partido sin un dedo detrás que los señale. En 2017 decidimos de esa forma que fuera Pedro Sánchez quien pilotara el PSOE y, a las pruebas me remito, no nos equivocamos. 

Somos un gran partido con 145 años de historia y nunca hemos sido monolíticos.  El centralismo democrático es comunista no socialista. Precisamente no aplicarlo es lo que nos ha permitido un éxito centenario.  

A finales de los 90 hizo furor un libro de autoayuda con el título ¿Quién se ha llevado mi queso?, sobre las consecuencias de los cambios y la adaptación a los mismos. Tras las elecciones autonómicas, municipales y europeas, con mapas plagados de azul PP, hay quienes deambulan por el PSOE, como los ratones del libro de Spencer Johnson, preguntándose "¿quién se ha llevado mi queso?". Y la respuesta es muy fácil: el queso hace tiempo que lo devorasteis y ahora hay que fabricar uno nuevo. 

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