Dominio público

Vamos, sin miedo

Miquel Ramos

Periodista

Foto de archivo de decenas de enmascarados, concentrados antes de la detención del joven 'Alfon, en junio de 2015. BUKANEROS
Foto de archivo de decenas de enmascarados, concentrados antes de la detención del joven 'Alfon, en junio de 2015. BUKANEROS

Es media tarde y el sol todavía no quiere irse. Los techos de la parroquia están llenos de gente ataviada con batas blancas y caretas. Abajo, decenas de personas de todas las edades se amontonan ante las puertas del edificio. Llegan varias furgonetas de antidisturbios y agentes de paisano. La gente se abraza. Algunos se despiden. Otros lloran y sonríen a la vez. Es junio de hace exactamente nueve años, en el barrio obrero de Vallecas.

Se abre un pasillo entre la gente y los agentes de paisano se llevan a un joven de veintipocos años, y lo introducen en el vehículo policial mientras se despide con un grito de entereza ante sus compañeros: "¡Vamos, sin miedo!" Alfon pasó varios años en prisión. Y no fue el único. Aquellos años convulsos las calles rebosaban de esperanza, de luchas compartidas y de una violencia institucional como no se había visto en años.

En València, los estudiantes se habían levantado dos años antes, en la llamada Primavera Valenciana, y el país había vivido ya unas cuantas huelgas generales. Fue en una de estas, en la de 2012, en la que Alfon fue detenido la mañana de una huelga general. Ese día, las manifestaciones desbordaron las calles. La clase trabajadora estaba en pie de guerra y tenía claro quiénes eran los responsables de sus miserias.

Ese mismo año, decenas de miles de personas habían arropado a los mineros que marcharon desde todos los puntos del país hasta la capital, en la conocida como Marcha Negra. Y un año antes, las plazas empezaron a llenarse de gente, iniciando aquello que se conoció como 15M, donde algunos marcan el inicio del ciclo actual que por fin se acaba.

La crisis financiera de 2008, como todas las demás, la pagó la clase trabajadora. El gobierno del PSOE no dudó en acatar las recetas neoliberales a una crisis provocada por el propio sistema que ahora se automedicaba a base de recortar derechos y salvar a corruptos, especuladores e irresponsables para que todo siguiera igual. La banca siempre gana.

La política que se había gestado al margen de las instituciones durante años hizo posible lo que vino después. El espejismo institucional cuyo artefacto del momento hoy se agota, deja al descubierto las costuras de lo construido al margen de los movimientos y las luchas que se pretendían arrogar. Eso sí, de la mano de quienes en 2008 no dudaron en torcer la balanza hacia los de arriba.

Aquellos que formaron parte de la estructura institucional y que no se enfrentaron a una huelga durante su aventura de gobernanza, gozaron de demasiada paz en las calles mientras veían como seguían entrando activistas en prisión o se seguía matando en las fronteras. Los equilibrios en política son jodidos, lo sabemos, pero este comodín no es un cheque en blanco ni ningún elixir redentor.

Ningún proceso histórico es espontáneo ni se debe a la audacia de nadie. Son las semillas que van plantando personas anónimas, militantes y proyectos compartidos, las que un día florecen y lo llenan todo de color, más allá de los palacios y sus jardines. Vaciar las calles para delegar en gestores que nunca más las volvieron a pisar fue un grave error. Quienes lo intuían y no se rindieron siempre advirtieron y no sucumbieron, y gracias a ellos hoy sigue habiendo un suelo fértil, un tejido social que resiste pase quien pase por el escenario.

Alfon salió de prisión hace pocos años, pero durante estos últimos gobiernos progresistas han entrado otros. Hace un par de meses, los seis chavales de Zaragoza por asistir a una manifestación. Otros siguen a la espera de juicio, con altas peticiones de pena por parar desahucios o por defender derechos. Muchos más han recibido multas y días de calabozo gracias a una ley que lleva años ya vigente. Más que los que llevan los progresistas en el gobierno, que siguen manteniéndola y siguen pidiéndonos paciencia.

Quienes estamos al margen de las capillas y no le debemos nada a los capellanes, no somos indolentes ni ingenuos ante lo que pase en las instituciones. Al fin y al cabo, también las sufrimos. Pero vemos estas luchas entre partidos como un triste sainete propio de un fin de ciclo. No nos corresponde a nosotros arbitrar, porque nunca fue nuestro juego. La responsabilidad la tienen quienes están hoy al frente, y solo ellas y ellos deben decidir en qué se convertirán en un futuro y qué van a ofrecernos.

Sin embargo, hay vida más allá de palacio, por mucho que algunos vivan en su caja de resonancia ajena a todo lo que sucede alrededor. Tras estos años de gobiernos progresistas hay una nueva generación armándose sobre sus ruinas, consciente de que estamos ante un momento histórico en el que el neoliberalismo ha dejado suelta a la bestia parda, y los neofascistas ocupan cada vez más puestos de decisión. Una situación que obliga a estar a la altura. Y que no se resolverá votando y delegando, sino tomando partido en nuestras plazas. Aquellas que nunca se deben abandonar, pase quien pase por el estrado. Vamos, sin miedo.

Más Noticias