Dominio público

Juegos de rol, Fariña y la literalidad

Guillermo Zapata

Cartel de la serie 'Fariña' de Netflix
Cartel de la serie 'Fariña' de Netflix

Cuando tenía quince o dieciséis años mi actividad de ocio favorita se convirtió durante unos meses en la mayor preocupación de miles de familias inquietas (afortunadamente no de la mía).

Yo jugaba a rol en la España de los años noventa y, debido a un terrible asesinato que dos jóvenes realizaron en Madrid y que tenía como cobertura intelectual un juego de rol, toda España se llenó de expertos tertulianos, a veces con variable clínica (expertos psicólogos) que le explicaban a las atribuladas familias que sus hijos se estaban convirtiendo en satánicos y que habían perdido la capacidad de distinguir lo que es real y lo que no. El pánico se extendió a tiendas que vendían juegos (o tebeos, o camisetas de color negro) y también a los clubes de rol de cientos de institutos y universidades que hasta dos segundos antes no habían preocupado a nadie.

Por cuestiones del azar, tuvimos la suerte mis amigos y yo de que nuestro colegio entendiera que no sólo no había ningún peligro, sino que tener la oportunidad de jugar juntos y fabular juntos era una cosa estupenda (incluso educativa).

Visto con perspectiva, es bien posible que quienes no sabían distinguir la ficción de la realidad fueran los adultos. Curiosamente, un tiempo después, los mismos canales que demonizaron el rol, emitieron tv-movies sensacionalistas sobre "el crimen del rol" y "los asesinos del rol" con cierto éxito de audiencia. El pánico, convenientemente empaquetado, funcionaba como recursos morboso, disciplinador, pero también para bloquear esa angustia de las familias sobre sus retoños.

Primero lo metafórico, el juego, la simulación, se volvió literal (si su hijo juega a matar, matará) y después lo literal (los asesinatos reales) se volvieron metafóricos.

De esta experiencia saqué tres conclusiones vitales que, creo, no me han abandonado.

1. Cuando los adultos hablan de los jóvenes con miedo, no suelen tener mucha idea de lo que hablan porque no están escuchando. Esto vale para el rol, la "adicción a internet" (risas de primeros de los dos miles) y hoy, por supuesto, para esos malvadísimos contenidos online que vuelven nazis a nuestros hijos de la noche a la mañana.

2. El juego y la fantasías son herramientas poderosas que son inseparables de nuestra experiencia vital y que deben ser cuidadas y acompañadas.

3. En general nadie sabe muy bien qué significa distinguir la ficción y la realidad porque lo real no existe si no es a través de algún tipo de imaginario, narración o ficción. La pelea por lo real es una pelea por el imaginario que da forma a lo real.

Ante la misma cuestión real, pongamos por caso, un molino de viento, un joven marroquí que anda por la calle, una mujer que se besa con otra mujer, lo que hay no es una pelea por lo que tienen de reales, sino cuál es el significado que le damos.

Así, el molino de viento puede ser un atentado contra el paisaje más peligroso que una autopista o un signo del presente de la lucha contra el cambio climático y de orgullo nacional. El niño puede ser un peligroso MENA o la expresión de la enorme diversidad de los barrios de una gran urbe y las dos mujeres que se besan son la amenaza de un mundo que ya no tiene normas o una sanísima expresión de amor/cariño entre dos mujeres.

Debido a la complejidad de esa relación, los debates sobre lo que debe expresarse y cómo en una ficción siempre son complejos. Se ha abierto un debate sobre si no estaremos consumiendo muchos True Crime (en vez de plantearnos por qué el True Crime es una forma narrativa cada vez más hegemónica) y qué papel deben tener la víctimas en la representación de los crímenes que hoy son ficciones poderosas.

Esta semana la Audiencia de Pontevedra obliga a retirar una escena de sexo de la serie de Fariña por considerar que se faltaba al honor y el derecho a la intimidad de Laudelano Oubiña, una de las personas reales en las que la serie basa su ficción. La sentencia explica que si bien otros hecho relacionados con Oubiña son públicos (su relación con el narcotráfico, por ejemplo), una secuencia concreta de sexo forma de parte de su intimidad y no puede entrar dentro de la libertad creativa de los autores. Lo cual nos devuelve al problema inicial.

Cuanto más nos preocupa la literalidad, menos entendemos el sentido y uso de la ficción. Una secuencia de sexo en una serie no es una prueba de un hecho biográfico, sino una forma de construir una trama, el atractivo (o no) de un personaje y en todo caso una hipótesis: esta persona tiene relaciones sexuales.

Pero nadie ve (nadie, de verdad, ni tú ni yo, ni nadie) una sola obra de ficción aunque aparezcan personajes reales pensando que lo que ve es la realidad, que son los hechos. Todos sabemos todo el rato que son interpretaciones de los hechos, posiciones subjetivas e incluso ejemplos que operan en el mundo de lo simbólico. Cuando nos enfadamos con lo que vemos, no nos enfadamos con los hechos, sino con su interpretación subjetiva en un relato.

Y esos elementos no se resuelven en un juzgado, sino en el debate público. En la infinita reinterpretación de lo real. No entender eso es adentrarnos en un terreno que sólo puede conducir, no a la derrota de la imaginación, sino a la victoria del imaginario contra la imaginación, es decir, al totalitarismo, que es una ficción como otra cualquiera.

Más Noticias