Dominio público

La vida querida de Alice Munro

Noelia Adánez

Jefa de Opinión de 'Público'

Detalle de la portada del libro Growing Up with Alice Munro, de Sheila Munro.
Detalle de la portada del libro Growing Up with Alice Munro, de Sheila Munro.

"Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos a todas horas".

Mi vida querida, Alice Munro, 2012

El guion victoriano trasciende la época y la geografía del mundo angloparlante cuando de lo que hablamos es de confrontar a las mujeres con el raquítico dilema de elegir entre libros o hijos. La reescritura de ese guion, su subversión, ha sido objeto de reflexión y de meditación profunda. La escritora norteamericana Adrienne Rich contaba que la poesía era el único lugar en el que existía como ella misma, por ser el único en el que no era la madre de nadie. Decía Rich también que había llegado a la maternidad en cumplimiento de un mandato y que, cuando tras el nacimiento de su tercer hijo, decidió "darse a luz a sí misma" solicitando ser esterilizada, fue de inmediato patologizada. También lo decía Rich, que la cosa está montada de tal manera que el sufrimiento de las madres es una condición para la existencia del mundo. Renunciar a ese sufrimiento, renunciar a la maternidad, es una provocación, una invocación a la catástrofe.

Hay mujeres que han preferido contribuir al supuesto equilibrio del mundo a costa de su salud mental o, en el peor de los casos, de la de sus criaturas, sosteniendo una apariencia de armonía exterior a cambio de interiorizar desórdenes de la conciencia, de experimentar o infligir en su entorno daños graves y sufrimiento psíquico.  Tras conocer el testimonio de Andrea Robin Skinner, es fácil tener la tentación de suponer que su madre, la escritora canadiense y premio Nobel de Literatura Alice Munro, pudo haberse encontrado entre ese último grupo de mujeres.

La hija menor de Munro ha explicado que el segundo marido de su madre, el inefable Gerald Fremlin, empezó a abusar sexualmente de ella a los nueve años de edad, que su padre Jim decidió ocultar lo sucedido y que su madre se puso del lado de su abusador hasta convertirse en cómplice. Miembros de las dos familias que rodean a Andrea Robin Skinner han ido dando estos días pasos para romper esta trama insoportable de encubrimiento y silencio. Dos de los hermanos de Skinner, Jenny Munro (tercera hija del matrimonio Munro) y Andrew Sabiston (hijo de Carole, la segunda esposa de Jim Munro), han hecho públicos testimonios de apoyo y explicado que la fama de su madre jugó un papel determinante en la decisión de ocultar lo sucedido; de hacer ver que no había ocurrido eso que el biógrafo de Munro, Robert Thacker, ha tachado de "desacuerdo familiar" cuando se ha visto en la obligación de admitir que tenía conocimiento de los hechos y las decisiones adoptadas en el seno de este extenso clan familiar. Y es que son muchas las personas conjuradas en un silencio culpable. Varias hermanas y hermanos que callaron, aunque ahora admiten lo sucedido -tras hacer público el asunto Andrea-y su particular implicación en esta historia. Pero sobre todo callaron y dejaron en la más absoluta indefensión a Andrea, Jim -su padre- y Alice -su madre.

Es lógico que ante semejante historia pensemos que hay, al menos, dos preguntas que hacerse, y también es importante que las separemos. La primera sería: ¿qué podemos hacer para reparar a Andrea Robin Skinner, una mujer que sufrió abusos en la infancia? Y la segunda: ¿cómo vamos a relacionarnos, en adelante, con la obra de Alice Munro?


Respecto de la primera pregunta, creo que no cabe mucho más que darle todo el crédito a su historia, como hace poco hizo en Público la escritora Cristina Fallarás, contextualizándola en la corriente de relatos y testimonios en primera persona que comenzaron de la mano del "Me Too". Respecto de la segunda, que ahora es la que más me interesa, creo que la cuestión no es en ningún caso si la mejor manera de reprobar el execrable comportamiento de Munro es leerla o dejar de hacerlo sino qué aprendemos nosotras -sus lectoras- de todo esto.

Los relatos de Munro están llenos de conflictos que se presentan sin eludir la dimensión moral que, así como crece generando interés y expectativa de resolución inmediata y severa, así se desinfla en el maremágnum de lo cotidiano, de las dificultades diarias que nos arrastran a la inacción por incapacidad o pereza. La variedad de discursos dentro de cada uno de sus relatos tiene que ver con que cada personaje se percibe en relación con los demás y es capaz de contemplarse desde la perspectiva de los otros. En las historias de la canadiense no hay una ideología única que impera; hay un flujo constante de energías vitales interfiriéndose, un nudo de conflictos polifónico que casi nunca se desmadeja.  Las relaciones de madres e hijas, de una manera especial, están presentes en la obra de Munro, una escritora que alcanzó una fama cada vez mayor a partir de la primera década del siglo.

En 2001, precisamente, su hija Sheila escribe Growing Up With Alice Munro, un libro en cuya contraportada leemos: "This is a remarkable book about a famous mother" (éste es un libro notable sobre una madre famosa) y en cuya portada aparece una joven Alice Munro sentada, sosteniendo en su regazo a dos de sus hijas: Jenny y la primogénita -autora del volumen- Sheila. Andrea Robin Skinner no está en la foto, y apenas forma parte de esta presentación pública de Munro como "madre escritora". Hoy ya sabemos que hacía mucho que Andrea había sido excluida de la familia, por lo que hay que tener mucho cuajo y una dosis importante de indecencia para utilizar semejante reclamo comercial, para hacer una llamada interesada de atención sobre la condición de madre de Munro teniendo en cuenta lo sucedido con Andrea. Y es que -vale para Munro y para otra escritora cualquiera- presentar a las autoras como madres, aunque a veces sirva para vender mejor sus libros, es una malísima idea.


Literariamente hablando, la maternidad es, por temporadas, un tema de moda y quizá, en el caso de Munro, aunque no solo, eso es parte del problema. Llamo problema a la utilización de la maternidad de las mujeres como gancho comercial; al hecho de que hayas escritoras que construyen su persona pública insistiendo en su condición de madres y a que la industria editorial lo fomente. De un modo u otro, este discurso comercial contribuye a la mistificación de la maternidad, incluso cuando lo hace para reivindicarla en toda su diversidad y crudeza. Explorar y desdramatizar la maternidad para poderla experimentar con la alegría y la energía que requiere también pasa por tomar conciencia de que hacer con ella marketing devuelve a las mujeres una y otra vez al terreno de la totemización, de las exigencias imposibles o de la autocomplacencia.

Alice Munro fue adquiriendo fama internacional como una escritora madre que escribía, entre otras cosas, sobre la maternidad. Acabamos de conocer que Munro fue intolerablemente cruel con una de sus hijas al negarle el auxilio debido, desacreditando y de ese modo anulando su experiencia como víctima de abusos. Hoy sabemos más de Munro y, al leerla, tendremos más herramientas para comprendernos a nosotras mismas -que tanto interés sentimos por las maternidades propias y ajenas- porque, como decía Simone Weil, nunca nos sacan de la cueva, salimos de ella. Los libros de Munro siguen hablándonos de asuntos que nos preocupan y nos interpelan; tenemos la posibilidad de leerlos (al margen totalmente de modas y exigencias comerciales) porque no leemos para entretenernos o evadirnos, leemos a autoras para hacernos cargo, para saber más de nosotras mismas y solo incidentalmente de ellas.

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