Dominio público

Una Constitución para Ayuso

Ana Pardo de Vera

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, en la Feria del Libro Antiguo.- COMUNIDAD DE MADRID
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, en la Feria del Libro Antiguo.- COMUNIDAD DE MADRID

Se empeñan en que todas las personas seamos iguales y no hay una igual a otra. El problema es cuando quieren forzarte a ser como quieren que seas, a aceptar sus marcos, sus costumbres y a que te esfuerces, además, en parecer feliz, porque tienes que serlo; no puedes ser de otra manera y solo siendo como tienes que ser, serás feliz. Este jueves, una persona a la que respeto muchísimo, me recordaba algo que, a su vez, me recordó a lo que dijo el jugador de La Roja, Nico Williams: "Nadie nace racista", es cuestión de "educación". Mi interlocutora me dijo que lo que nos falta es conocer a las personas, a muchas personas, porque cuando tú tratas a alguien, ese alguien deja de ser negro, blanco o verde, si los hubiera, que yo nunca he visto a nadie de ese color; alto, bajo, médico o bombero. Cada persona es un conjunto de circunstancias infinitas que le dan forma y la hacen única e irrepetible, es imposible que una persona se defina únicamente por una de esas circunstancias, la que sea, y por más que haya condicionado su vida, para bien o para mal.

Otras personas como Isabel Díaz Ayuso o Santiago Abascal se niegan a reconocer esta realidad diversa e incuestionable y, como tienen mucho poder gracias a otros y otras intolerantes como ellas, intentan limitar los marcos a golpe de autoridad, o bien metiéndote en los suyos o bien expulsándote de todo; o sea, marginándote. Son tan patriotas Ayuso y Abascal que reniegan de la Constitución Española más veces al día que el Apóstol Pedro renegó de Jesús cuando lo torturaba un sacerdote: "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social", Art. 14, C.E. Pero Ayuso dice que sus leyes (anti)trans y (anti)LGTBI+ "se han hecho desde el respeto a la Constitución"; la suya, supongo; o la de Meloni, quién sabe.

Ante semejante obviedad recogida en la Carta Magna, ya tardaba el Tribunal Constitucional que vela por el cumplimiento de la ídem en dar la primera patada en la trasera a las leyes trans y LGTBI+ de Ayuso y admitir los recursos presentados por el Gobierno de Pedro Sánchez contra ambas por constituir claramente un ejercicio de homofobia y transfobia disfrazado de buenas intenciones. Esto último que, precisamente, las convierte en algo mucho más aberrante: "Lo hago por tu bien", ya sea negarle a alguien lo que es patologizándolo al mandarlo al médico o ya sea intentando que vuelva al redil de lo que tránsfobos, homófobos y Ayuso consideran lo correcto.

Lo más doloroso de todo este poso antidemocrático que nos queda en España, siempre demasiado ruidoso e incrustado, es que yo no creo siquiera que la presidenta madrileña sea  homófoba o tránsfoba. Y eso es lo peor de todo. Porque Ayuso sabe perfectamente cuál es su votante; sabe que necesitaba los votos de Vox, pero también que quiere esos votos en sus urnas, no en las de Abascal o Rocío Monasterio; y si eso supone el sufrimiento de minorías marginadas, torturadas y masacradas a lo largo de la historia por ser lo que son, mala suerte. ¿Qué es entonces más cruel? ¿La ignorancia del homófobo o la tránsfoba, incluso del que se niega a admitir su error o a dar plenos derechos por si las dudas, o la de quien sabe que el colectivo LGTBI+ es una minoría tan real en este país como la mayoría hetero? No solo estoy convencida de que Ayuso es perfectamente consciente de la diversidad del ser humano y no le genera ningún rechazo, aunque haga como que sí para ganar votos de ultraderecha, fascistas o nacionalcatólicos, que es lo mismo; sino que un buen puñados de homófobos y tránsfobas de este país piensan lo mismo, pero se niegan a admitirlo porque su egoísmo de privilegios anula cualquier atisbo de humanidad: no quieren renunciar a nada, aunque bajo sus pies se acumulen cadáveres. A esos, a esas, hay que denunciarlas sin piedad y devolverlas a las cavernas, porque de lo contrario, el dolor que generan se nos volverá a todas en contra.


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