Dominio público

¿Hay intención de cambiar algo?

Miquel Ramos

¿Hay intención de cambiar algo?
Concentración ciudadana en Madrid. Imagen de X

Hemos perdido la cuenta de las imágenes que llevamos ya de niños desmembrados, de padres y madres llorando ante ellos y de perros devorando los cadáveres que se pudren entre las ruinas. Gaza es escaparate gore de la maldad, de lo que se está permitiendo, financiando y promoviendo cada día desde el faro de la civilización que se cree que es Occidente. No sabemos qué efectos tendrá a largo plazo tanta exposición diaria al horror. Quizás algunos piensan que eso provoca indolencia y naturalización, y que ya deja de horrorizarnos. Pero, por otra parte, son documentos probatorios del genocidio en marcha, algo difícil ya de borrar de la historia. Aunque en los juicios que pueda haber en un futuro se absuelva a los victimarios, documentado está el horror. Y el juicio público lleva tiempo ya dictando sentencia, a pesar de las fallidas organizaciones internacionales.

Las imágenes son feas, y por eso, todavía hay que disimular un poco. "La actual coyuntura de guerra en Israel junto con el tensionamiento de las relaciones diplomáticas con España ha deteriorado significativamente el clima de inversión desde el punto de vista de las empresas españolas", dicen desde el ICEX España Exportación e Inversiones, una entidad pública empresarial dependiente del Ministerio de Industria y Comercio. El tema está feo, pero aquí hay bussiness. Israel siempre ha usado Palestina como su laboratorio de pruebas, tal y como ellos mismos dicen en modo publicitario en sus productos: ‘probado en combate’.

Contaba esto Danilo Albin en Público, y enumeraba los múltiples negocios que España llevaba haciendo con Israel desde que se inició la operación militar el pasado mes de octubre, que ya se ha cobrado decenas de miles de muertos y que ha arrasado el territorio. Por detrás suenan las declaraciones de los representantes de nuestro gobierno y de la UE pidiendo mesura y contención a Netanyahu, y todo el teatro diplomático que vino después y que no ha supuesto ningún giro en los acontecimientos. La masacre sigue, cada día, y no hay nadie que se atreva a ir más allá de unas declaraciones que, como siempre que se dirigen a Israel, caen en saco roto, por mucho que hagan aspavientos y se muestren ofendidos.

El verano no da treguas. Recién entrado septiembre, echaron a Paloma de su casa en València. Un fondo de inversión, como tantos otros que picotean en las ruinas de la clase obrera, sabe que en el edificio en el que vive esta mujer con su hijo menor de edad es un buen pastel, en pleno centro de la ciudad. Como ella, miles de personas se ven forzadas a abandonar sus casas por la codicia de los grandes tenedores, mientras el Gobierno sigue hablando de planes de vivienda, reconociendo el problema, pero aletargando cualquier solución. Un problema estructural que viene de lejos, que en estos cinco años de gobiernos progresistas no solo no se ha solucionado, sino que ha empeorado.

Este verano, el Sindicato Unificado de Policía (SUP) ofrecía una rueda de prensa con el líder de Desokupa, anunciando un acuerdo de colaboración para formar a agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Los artífices de este acuerdo, esto es, funcionarios públicos a quienes se les exige neutralidad, saben las vinculaciones políticas y los discursos habituales de su líder, convertido en un influencer de extrema derecha. El Gobierno dice que va a estudiar el acuerdo, al que pide que "respete plenamente los valores democráticos y los principios constitucionales", sin especificar cómo, y obviando que esa ambigüedad no impide el trato. Desokupa, igual que muchas otras empresas similares, es legal. Cada día las vemos actuar, porque ellos mismos lo graban, y muchas veces en coordinación con la policía.

Y hablando de policías, con el nuevo curso descubrimos nuevas infiltraciones. María Ángeles, una agente de policía que llevaba más de veinte años en varios movimientos sociales de Madrid. Una más que se suma a la casi decena de casos descubiertos hasta ahora, y que este gobierno sigue avalando y protegiendo, con la excusa de prevenir no sabemos qué delito en concreto. Una agente que, al verse descubierta, dio rienda suelta a su verdadera cara, insultando a políticos y periodistas a través de la misma cuenta de la red social X que usaba hasta hace poco para interpretar el papel de izquierdista radical.

Ana María Pascual contaba ayer en Público que una jueza había cerrado la última causa sobre torturas durante el franquismo que permanecía abierta. Los cuatro policías que torturaron al militante antifranquista Julio Pacheco, igual que el resto de los torturadores y asesinos del régimen, no pagaran nunca por sus crímenes. La Ley de Memoria Democrática es insuficiente y no habilita para investigar los crímenes franquistas, según un reciente auto del Tribunal Constitucional, que acaba así con cualquier intento de justicia al respecto.

Buenos Aires acogió el pasado fin de semana una nueva edición del Foro de Madrid, el encuentro de la ultraderecha hispanoamericana promovido por Vox y apadrinado ahora por Javier Milei. Acudieron representantes de casi todas las extremas derechas de habla hispana, escenificaron su unión y sus objetivos comunes y celebraron estar viviendo su mejor momento. No falta mucho para que, según ellos, otros países opten por estas opciones populistas derechistas y destierren por fin los restos de la socialdemocracia que todavía gobiernan en algunos países. El miedo a que lleguen es, a la vez, un comodín que usan a menudo el resto para pedir el voto. Luego llega Macron y pacta con la extrema derecha para dejar fuera a la izquierda, que ganó las elecciones y que, cuando tocó, sí que le apoyó para frenar a Le Pen.

Una compañera argentina me comentaba ayer indignada la poca atención que se le está prestando a esta progresiva metástasis neofascista que recorre el mundo, y más aún cuando los españoles están, como en el foro de Buenos Aires, a la cabeza. Llegará el día, está segura (y yo también), en que aquí también lleguen al poder. Como ya ha sucedido en Italia y como poco a poco se van acercando en el resto del continente, ante la indolencia o, peor, la complicidad de quienes luego se erigen como alternativa.

Estos años de legislatura que quedan del autodenominado gobierno progresista en España podrían servir para corregir muchos de los asuntos que hoy son actualidad y que he retratado en este texto, pero no va a suceder. Lo hecho hasta ahora, no solo es insuficiente, sino que no está sirviendo para mucho. Siguen los desahucios, sigue el genocidio en Gaza y las relaciones con Israel, intactas. La impunidad para los franquistas, la fascistización de la policía y la persecución a los movimientos sociales.

Y esto son solo algunos asuntos elegidos al azar entre las noticias de hoy. Los problemas son muchos más, profundos y estructurales, y la voluntad por resolverlos, nula. Tan solo parece que estén ganando tiempo antes de la hibernación, esto es, del período en que les tocará estar en la oposición, y entonces podrán permitirse los discursos valientes y brillantes y las promesas más ambiciosas, confiando en que volverá a colar. O que, simplemente, el miedo que provocan los otros, les devolverá la confianza de quienes son una y mil veces engañados y vuelven, porque los otros son peores. La cuestión es si existe de verdad intención en cambiar algo, o tan solo jugar con lo que haya, gestionar lo que quede sin molestar demasiado y sin jugarse el puesto, conscientes de que tienen siempre un salvavidas para ellos y los suyos.

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