Desde que el pasado jueves Íñigo Errejón dimitió de todos sus cargos y abandonó la vida pública, se han sucedido análisis en redes sociales y prensa sobre el contenido del comunicado en el que lo hacía.
El comunicado en cuestión se abre de forma abrupta. Errejón avanza en el primer párrafo que lleva meses madurando una decisión que ha llegado el momento de tomar. A continuación, el ahora ya exdiputado asegura que la última década ha sido enriquecedora, apasionante y una fase fundamental para alguien como él, que ha estado desde siempre involucrado en el activismo y, en general, en la política. Inmediatamente Errejón pasa a señalar el desgaste que provoca la exposición en primera línea, la fama y la responsabilidad adquiridas como causantes de la situación en la que se encuentra y de la decisión que se dispone a anunciar.
Dice Íñigo Errejón también que, al menos en su caso, subsistir y ser eficaz bajo toda esa presión conllevó un alejamiento de los otros, en el sentido de una desvinculación de los cuidados y algo así como una incapacidad para experimentar y comportarse con empatía. Añade que en su caso, como hombre, el patriarcado atraviesa de tal manera su subjetividad, que la impregna de toxicidad. Asegura también que el estilo de vida neoliberal se compadece mal con los principios de los distintos partidos por los que ha ido pasando en el espacio de lo que se suele llamar la "izquierda alternativa", y que la colisión entre principios y conducta personal le están llevando al límite.
No creo que haga falta a estas alturas incidir en algo que de tan evidente causa enojo, pero me voy a permitir hacerlo por si las dudas. La carta de Errejón tiene un tono exculpatorio intolerable. Ni el patriarcado, ni el neoliberalismo, ni el estrés, ni la presión configuran nuestra personalidad ni toman las decisiones por nosotras. En todo caso, hacen parte de una estructura social y de un tiempo históricos en el que, por ponerlo en términos existenciales, devenimos. El exdiputado Errejón no manifiesta en su carta una comprensión profunda del alcance de su responsabilidad y del daño que por lo que vamos viendo ha ocasionado a muchas mujeres, más bien parece entender, de un modo casi banal, que su discurso público se contradecía con su comportamiento privado. Son sus contradicciones lo que le llevan a dimitir. No lo hace por el daño causado, sino por la percepción que tiene de sí mismo como un sujeto escindido entre la "persona y el personaje".
Es la incoherencia lo que le persigue, no la conciencia. Hay en esa constatación algo también de Errejón que despunta como un rasgo muy evidente de su personalidad: la capacidad para intelectualizar, que es justamente lo contrario de hacer teoría. Porque lo teórico es político y nace de una reflexión que toma como referencia experiencias colectivas mientras que lo intelectual suele remitir al ámbito de lo individual. La decisión de Errejón está tomada en una clave y con un tono profundamente individualista; hay incluso quien diría que narcisista.
Errejón ignora en su texto la dimensión colectiva del daño que ha causado. Solo nombra lo estructural -el patriarcado y el neoliberalismo- a conveniencia. Por eso, la lectura de la carta o comunicado provocará, a cualquier con una mínima sensibilidad feminista, una sensación de tremendo rechazo cuando no una ira encendida. No es de recibo que no haya sido ni tan siquiera capaz de nombrar, de poner palabras a sus comportamientos y agresiones machistas. No es de recibo que no haya perdido perdón a las víctimas. No es de recibo quitarse de en medio porque tiene que cuidarse y pensar en sí mismo sin enviar un mensaje inequívoco y contundente de arrepentimiento y voluntad de reparación al número creciente de mujeres que se testimonian haberse sentido violentadas por el exdiputado. Tampoco, por cierto, se disculpa con su electorado o el de su partido que, cuando menos, se sentirá defraudados. Ciertamente, Errejón no se equivoca en la autopercepción de sí mismo como alguien que desatiende las necesidades ajenas, porque su comunicado lo que transmite es que el expolítico adolece de una falta desasosegante de sentido de la responsabilidad y de empatía.
Me gustaría, para terminar, detenerme de un modo particular en la idea de que la única manera que Errejón dice haber encontrado para ser eficaz en primera línea de la política ha consistido en ignorar las necesidades de los demás y desentenderse de los daños que su conducta pudiera causar. Sabemos muy bien que no solo le ha sucedido a él; de alguna manera el propio Errejón parece insinuarlo cuando afirma que esto es algo que a menudo ocurre y que así ha sido "al menos en su caso". Esta cuestión es fundamental porque si algo vinimos a reivindicar las feministas no es la conciliación entre el compromiso público y la vida personal al servicio de un proyecto que se mida en términos de eficacia, sino antes el contrario, la incorporación de la experiencia de las mujeres, de las disidencias y de todas las demás subalternidades al diseño de un plan de convivencia política que mejore nuestras vidas, las de todes. Y esa experiencia nos habla de un legado que puede estar plagado de contradicciones o de expectativas incumplidas, porque no somos modelos ni nos inspiramos en nadie que lo sea, pero lo que no cabe en una política feminista ni debería hacerlo en ningún partido ni espacio de izquierdas es el abuso de poder o el ejercicio de la violencia, pero no por coherencia, sino por auténtica convicción política. Lo que sucede es que cuando la convicción propia ignora la experiencia colectiva, entonces es retórica intelectual. Y mucho me temo que las tan ponderadas brillantez e inteligencia de Errejón ha tenido más que ver con un puro artificio intelectual al servicio de su propio personalismo que con una verdadera potencia transformadora y política de alcance colectivo.
Comentarios
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