Dominio público

La startup Podemos y otras marcas

Víctor Sampedro Blanco

La startup Podemos y otras marcas
Dirigentes de Podemos en 2014. Jairo Vargas/Público

 

"Quien escogió escribir y producir Juego de Tronos no tiene intención de acabar con el pernicioso patriarcado, y menos en su vertiente política, sino de hacernos creer que así funciona el mundo." Sara Martín Alegre. Juego de Tronos y Pablo Iglesias: Busquemos otras ficciones.

Entre los indignados del 15M más instruidos, destacaban los programadores informáticos. Los perroflautas más digitalizados pretendieron abrir el código de democracia a la participación colectiva y promover la transparencia institucional. Pero los líderes de Podemos concebían Internet como la Secretaría General de un nuevo partido. En realidad, crearon una startup, una empresa incubadora; en concreto, de marcas personales. La política reducida a márquetin y branding: un mercado de nombres y siglas.

El artefacto Podemos se etiquetó varias veces. Primero, se presentó como partido instrumental. Dijeron que era una caja de herramientas, pero la única actividad permitida a las bases era la comunicativa. Y ni eso. Podemos instrumentalizó a los de abajo para encumbrar a determinados portavoces. Luego hablaron del partido red. Pero se enmarañaron en los canales de Telegram, donde los hiperliderazgos reclutaban milicias para un juego de tronos cada vez menos metafórico. Y, antes del declive, se presentó el partido movimiento. Tuvo una fugaz escenificación en la Marcha por el Cambio, cuando las encuestas anunciaban un sorpasso al PSOE en 2015. Los cargos del partido se creyeron líderes de un Pueblo que sustanciarían, al que daría cuerpo, con "significantes vacíos". Demasiada retórica y demasiado hueca. Aquel emprendimiento político era netamente discursivo y propio de una startup.

Las startups son proyectos de empresas enfocadas en internet y relacionadas con las tecnologías de la información y la comunicación. Ofrecen servicios innovadores y beneficios exponenciales. Simplifican los procesos. El principal reduccionismo fue la denuncia que Podemos hizo de "la casta". Fue un revulsivo, simplista pero efectivo, de campo político. El éxito electoral atrajo a becarios y voluntarios propios de una startup: asumían el riesgo y desempeñaban una misión; no un trabajo. Se emplearon a fondo en diseñar y comercializar del producto. Tuvo tirón electoral mientras fue colectivo. Luego los trabajadores, sin convenio, se posicionaron, como es lógico, tras los líderes con más tronío.

La estrategia de posicionamiento es básica para una startup. Pero acabó minando el proyecto común en torno a la marca Podemos. En lugar de orientarse hacia "el cliente" o "los usuarios", los CEO de Podemos perdieron el rumbo. Empezaron a remar en sentido contrario y acabaron peleando desde barcazas hostiles. Quemaron los puentes entre sí y con el electorado. Incendiaron la nave nodriza para dar luz a unas marcas personales. Esto es lo que subyace a la profunda crisis que amenaza con finiquitar la articulación partidaria del quincemayismo. Y explica la revuelta feminista sobre el caso Errrejón. Junto al movimiento de la vivienda, representa la herencia más genuina del 15M. Si es que queda alguna.

Sin sustanciación organizativa, solo quedan las marcas. En tiempos de mercadotecnia, los actores públicos se (re)presentan en la esfera pública con estrategias de branding. El envoltorio importa más, cuanto menos vale el contenido. Pero la sobreproducción discursiva y la saturación simbólica vacían los programas electorales y de gobierno. Acaban resultando declarativos: política retórica que se agota en el momento de presentarla. O que sufre una obsolescencia acelerada. El slogan era asaltar los cielos. Pero una marca no basta para tomar el poder. Tampoco para limpiar las cloacas. Menos aún para asentarse en el territorio y fidelizar al electorado.

Lo que llamaron tecnopolítica comunicativa privilegió cúpulas (castas) en lugar de redistribuir poder. La participación resultó opaca y adulterada. Se vio reducida a plebiscitos que validan a quienes acaparan visibilidad mediática y poder interno para convocarlos. El progresismo izquierdista ya se había entregado en sus inicios a un juego online de tronos televisivos. La cita anterior tiene diez años. Hace una década parecía posible coronar a la mayoría social. Una vez transcurrida, el republicanismo constituyente retrocede ante la tercera Restauración. No en vano la ciudadanía plebeya fue suplantada por emprendedores, los liderazgos por marcas y los partidos por incubadoras.

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