La pregunta ¿cómo es posible que ganara Trump? es quizás una de las que más se han escuchado desde que este 5 de noviembre el candidato republicano ganara las elecciones a la presidencia de los EEUU. Una victoria incontestable no sólo en delegados al Colegio Electoral, también en voto popular, algo inédito para un candidato republicano en más de veinte años. El voto popular fue a lo largo de todo el proceso de conteo de votos el indicador que hizo saltar todas las alarmas en el campo demócrata. Y, sin embargo, ya antes del día 5 de noviembre se podían observar otros datos, uno de ellos, el elevado nivel de identificación de la población con el partido republicano, otro el número de votantes registrados en Pensilvania que indicaban que Trump podría volver a salir elegido como presidente. En todo caso, las encuestas ofrecían resultados muy ajustados, especialmente en los estados péndulo (swing states), el Sun Belt Arizona, Carolina del Norte, Georgia, y Nevada, y la Blue Wall Michigan, Wisconsin y Pensilvania: en todos ellos el resultado podría caer con poco margen de un lado o de otro. Así la clave estaba en conseguir la movilización de los respectivos electorados. La cuestión era ¿de qué electorados se ocupaba cada campo?
Trump realizó un campaña sostenida sobre el descontento y el rechazo a lo woke muy transversalizada. Quería aprovechar lo sembrado ya desde 2016 para polarizar todavía más y entrar a la confrontación cultural con los demócratas, entre perdedores/ganadores de la globalización. Por su parte, Kamala Harris quiso ampliar su base electoral y se focalizó en tres grupos de electores: los desencantados del partido republicano de Trump, las mujeres y las minorías racializadas. Su propuesta consistió en moverse hacia el centro político para atraer las fugas procedentes de la derecha, de ahí sus menciones a la posesión de una pistola glock o al fracking; puso el énfasis de su campaña en el concepto de la libertad especialmente en lo relativo a los derechos reproductivos de las mujeres; y, en durante las últimas semanas previas a la elección, se centró en afroamericanos y latinos. Para los primeros contó con la colaboración de Barak Obama o Samuel L. Jackson, para los segundos con Jennifer López o Bad Bunny. Su campaña fue mucho más segmentada que la de su contrincante intentando movilizar sobre la base de la batalla por la democracia, entre su opción o el abismo.
El resultado es conocido. Al republicano le fue bien, a la demócrata no. Así, se observa que Trump mejoró su desempeño en 20 puntos entre los latinos y 10 entre los jóvenes, mientras que los demócratas sólo crecen entre la población blanca universitaria. El electorado latino ha sido determinante en estas elecciones. Se trataba de un colectivo esencial, supera la barrera del 35% de la población y el 15% de los votantes elegibles, y desde 2020 compone la mitad de los nuevos votantes en el país. Son determinantes en estados como California, Florida, Texas, pero también en Arizona y Nevada. Históricamente han apoyado al partido demócrata. En 2020 Joe Biden ganó el 59% de ese voto, en 2024 Harris obtuvo el 53%, pero Trump alcanzó el 45%, diez puntos más que en 2020 sostenidos sobre el voto masculino (algo inédito que los republicanos ganen entre hombres latinos). Y eso fue especialmente determinante en estados péndulo como Michigan donde fue la primera opción entre la comunidad latina.
En cuanto al voto afroamericano, Harris no consiguió alcanzar los número de apoyo en este colectivo que había obtenido Biden en 2020 (90%); en esta ocasión se ha quedado en torno al 78%, perdiendo mucho voto masculino. El voto joven también le ha dado la espalda a la demócrata, este partido sigue siendo el favorito de los jóvenes, pero su ventaja es sólo de seis puntos en relación con Trump, mientras que la de Biden en 2020 fue de 25 puntos, y la de Clinton fue de 18 en 2016. Este voto, junto con la incapacidad para atraer mayor voto de mujeres jóvenes es lo que ha dado la victoria a Trump. No parece que Taylor Swift haya conseguido movilizar más allá de Nueva York a nuevas votantes demócratas.
Este resultado hace que podamos extraer ya algunas conclusiones que vayan más allá de la mera crítica moral sobre los comportamientos de Trump. La primera de esas conclusiones es que ante los ejes de debate planteados (economía e inmigración frente a derechos reproductivos y derechos de las minorías sexuales o étnicas), el electorado norteamericano ha optado por la primera, aquella que percibe como esencial para sus coberturas materiales. Esta es la razón por la que los republicanos han crecido tanto en su apoyo a Trump: según una encuesta de CNN, sólo uno de cada cuatro americanos se percibían mejor que hace cuatro años. Entienden que votándole a él tendrán más posibilidades de acceder a una vivienda, y además, y esto es muy relevante, no se sienten el objetivo de la política migratoria de Trump, son gentes de segunda o tercera generación que se autoidentifican como blancos no como latinos según una encuesta del Pew Research Center.
La segunda, tiene que ver con la reconfiguración de los partidos en EEUU, un reconfiguración que comenzó ya hace algún tiempo pero que ahora se ha terminado de constituir. La derrota de Clinton en 2016 ya fue un primer aviso. Entonces no se sabía si había perdido por ser mujer o por ser Clinton. Ahora ya lo sabemos, fue por las dos, pero muy especialmente, por ser Clinton, privilegiada, costa Este, blanca. Si entonces se habló de desconexión con el electorado, ahora esa desconexión se ha elevado a la máxima potencia. El machismo seguramente haya tenido un porcentaje de responsabilidad en la derrota de Harris, pero sobre todo, estas elecciones se han perdido por la ausencia de identidad propia del Partido Demócrata. El ensanche al centro, perdiendo su ala izquierda le ha impedido conectar con las clases trabajadoras de manera transversal; la segmentación del voto por colectivos perpetua los estereotipos y, finalmente, apostarlo todo a valores postmateriales sin prestar atención a los sesgos de clase penaliza a los demócratas, y de qué manera.
La combinación de todos estos factores hace que estemos ante un nuevo marco en el que el Partido Republicano se ha reconvertido en el movimiento MAGA, el partido de las clases trabajadoras (también de los ricos) ya no sólo blancas, también diversas, y que el Partido Demócrata esté cada vez más identificado con el privilegio y el glamour de Hollywood. Son lecciones para aprender.
Comentarios
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