Manifestación contra las políticas migratorias (Madrid). Imagen de archivo. Europa PressDeseos de liberación vs. Deseos de integración
"Lo decolonial es una moda, lo postcolonial un deseo y lo anticolonial una lucha", dejaría dicho en 2019 la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui. La primera vez que leí estas palabras me parecieron tan justas como hermosas. Me lo siguen pareciendo. En cierta medida, describen una parte importante de la realidad. Una realidad con la que nos encontramos en nuestro deseo de utilizar marcos útiles para analizar la herencia colonial del racismo moderno con el sencillo objetivo de combatirlo mejor. Pero no estoy del todo de acuerdo con la premisa. Me explicaré por medio de dos ejemplos ilustrativos. 1: ¿se pueden equiparar enfoques como los del académico Walter Mignolo, elaborados desde y para la academia yankee, y prácticas políticas como las del Partido de los Indígenas de la República, que emergen desde las calles de Francia para enfrentar el racismo de Estado? En absoluto. Sin embargo, en los dos casos existe la reivindicación de un enfoque decolonial. Sigo preguntando, esta vez sobre una realidad que salpica a las universidades del Estado español, 2: ¿entran en un mismo cajón de sastre la instrumentalización de marcos decoloniales, postcoloniales e incluso "anticoloniales" por parte de personalidades de poder de la academia y los trabajos defendidos, desde tales enfoques, por decenas de investigadoras no blancas de clase trabajadora? Me refiero a investigadoras y militantes provenientes del Sur Global -donde nace lo decolonial- comprometidas con la articulación de proyectos emancipatorios para la liberación de sus pueblos que enfrentan, fuera y dentro de la academia, múltiples violencias racistas y patriarcales. Imposible establecer dicha similitud. Es por eso que, quizá, lo que está en juego desde una lucha antirracista transformadora es la disputa entre el deseo real de trastocar un sistema de injusticias y el deseo de integrarse en él. Existe un antirracismo neoliberal, capitalista, que se enmascara de las maneras más perversas. Y la batalla por desenmascararlo va más allá de los marcos intelectuales empleados.
En el ensayo De la integración a la reparación o ¿por qué a la izquierda anticapitalista le gusta el antirracismo neoliberal?, parte del libro Racismo de Estado. Una mirada colectiva desde la autonomía y la justicia racial (Txalaparta, 2023), intentaba volver sobre la cuestión. En dicho texto, explicaba que otra de las razones por la que disiento con Cusicanqui es porque lo postcolonial se convirtió en una moda académica en las altas esferas de la universidad anglosajona mucho antes que lo decolonial. De hecho, se podría incluso decir que nació como moda. Es decir, nadie se salva o se condena por usar estas metodologías o marcos analíticos. Ahora bien, podemos coincidir en que determinada utilización academicista de estos conceptos -decolonial, postcolonial, colonialidad, raza, etcétera- y de sus correspondientes códigos, ha cumplido un rol de despolitización.
La situación nos indica que los debates puramente abstractos ocultan la renuncia a la posibilidad de transformar el mundo en el que vivimos, a construir una sociedad más allá del capitalismo. Es quizá por ello que el pensador Vijay Prashad, afirmaba en su Diez tesis sobre marxismo y descolonización que "la única descolonización real es el antimperialismo y el anticapitalismo", para terminar apuntando que "no se puede descolonizar la mente a menos que se descolonicen también las condiciones de producción social que refuerzan la mentalidad colonial". Palabras certeras, sin duda. Sin embargo, ¿acaso el horizonte de una liberación radical, desde un punto de vista anticolonial y anticapitalista, no debería incluir, como diría Frantz Fanon, nuestras propias mentes? ¿No construye su poder el proyecto imperial moderno asentándose también en lo más hondo de nuestro sentido común y sensibilidad? En ese terreno también es necesario combatirlo, desde el principio. Prashad apunta hacia esta relación. Sin ello, descolonizar las condiciones de producción social será imposible. El imperio, el capital, el proyecto colonial, se fortalecen en los territorios y en las mentalidades: "ese imperialismo que hoy lucha contra una verdadera liberación de la humanidad deja a su paso aquí y allá tintes de decadencia que debemos buscar y expulsar sin piedad de nuestra tierra y de nuestros espíritus", escribiría Fanon.
La disputa en torno al antirracismo
Este debate inicial sobre nomenclaturas, marcos de análisis y horizontes nos sirve para alumbrar el problema de fondo. Hemos de seguir advirtiendo que existe un enfoque interesado, dominante, de la lucha contra el racismo que banaliza términos, gestos rebeldes y luchas que todavía hoy nos resultan imprescindibles, convirtiendo el antirracismo en una cuestión identitaria afín al imperio y al gran capital. Pero el racismo nace al calor del imperio y del capital. Es imposible abordarlo en su raíz y complejidad sin tener esto en cuenta. La acusación de identitarismo ha sido usada para deslegitimar la lucha antirracista en su totalidad. Pero, al mismo tiempo, es necesario reconocer que hay quienes abren la puerta a tales reclamos. Existe un discurso antirracista de consumo, neoliberal, que copa determinados espacios de visibilidad porque sirve para demonizar la posibilidad de un antirracismo que incomoda. ¿Pero por qué incomoda? ¿Porque ostenta alguna clave moral, porque se centra en individuos, en actitudes singulares? En absoluto. Porque es un antirracismo anticapitalista, anticolonial y antimperialista.
No obstante, más allá del eslogan, si se nos pidiese que definiéramos de manera clara cuál es la diferencia fundamental entre estas dos maneras de encarar la lucha contra el racismo, diríamos lo siguiente. El horizonte no es mejorar la inclusión de nuestras comunidades en los marcos económicos, morales y filosóficos del imperio, lo cual apagará los deseos de liberación de las generaciones venideras, promoviendo al interior de las mismas un enfermizo deseo de integración que, al mismo tiempo, nunca llegará a completarse. Estamos hablando, por lo tanto, de estimular el deseo de construir una sociedad realmente justa y sana para los pueblos, la humanidad y el planeta. Es decir, hablamos de quienes resisten al imperio, de quienes se revuelven contra el imperio y de quienes provocan, también desde dentro del mismo, tensiones con potencial revolucionario. Lo cual implica necesariamente señalar las estrategias del capital y del proyecto neocolonial por mantenerse a flote, utilizando también caras de todos los colores y cuerpos de todas las etnicidades.
Raza, capital e imperio son uno
Hablar sobre racismo no es, por lo tanto, hablar únicamente sobre identidades. La raza, -que nunca se da sin clase ni género- también palpita tras la división internacional del trabajo y se manifiesta en todos y cada uno de los ámbitos en los que se produce la lucha de clases. Los ejemplos son innumerables: en la lucha contra la especulación inmobiliaria, contra la explotación laboral, contra la violencia policial y la ley mordaza. En las luchas contra la segregación urbanística y escolar; en las luchas por una sanidad pública y universal, por legislaciones igualitarias y por la memoria histórica, etc. Y, al mismo tiempo, la lucha contra el capitalismo encuentra su hueso más duro de roer en la lucha contra la existencia de espacios de no-derechos como los asentamientos chabolistas de los campos de Huelva, Almería, Lérida; en espacios de no-derechos como los CIE. El nervio de la lucha contra el capitalismo se rompe en barrios como la Cañada Real, en Madrid, o el Polígono Sur, en Sevilla. El corazón de la lucha contra el capital se produce allá donde los cuerpos de las personas migrantes no blancas provenientes de las ex-colonias, y muy particularmente de las mujeres africanas, magrebíes, romaníes, asiáticas, de Abya Yala, son usados para ahondar en las condiciones de deshumanización, explotación y desposesión de las que se nutre el capitalismo.
En su obra, Frantz Fanon nos habla de cómo la situación colonial imposibilita en si misma la puesta en marcha de cualquier relación de igualdad. Si aceptamos que vivimos en un mundo fundamentalmente neocolonial, que pueblos como el palestino resisten, de hecho, en una situación colonial, hemos de cuestionar la manera en la que, desde el Norte Global -cuyo liderazgo político sostiene dicha situación- usamos nuestros marcos decoloniales, postcoloniales, etc, sea cual sea la situación de nuestros pueblos en él. No para dejar de usarlos porque estén irremediablemente "manchados", enfoque moralista que genera imposturas y circunloquios inútiles, sino para hacerlo con mayor honestidad, al servicio de luchas dignas como las mencionadas. Así, esta batalla no es una pugna entre individuos desde la que se condena a unos y se salva a otros supuestamente libres de contradicciones. Es una lucha colectiva basada en la ruptura real con un recetario político que, en última instancia, está al servicio del neoliberalismo, al servicio de consensos a través de los que se deslegitima a quienes luchan por adquirir una igualdad material y vital real.
Comentarios
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