Dominio público

De Polonia a Kosovo, huida hacia adelante

Francisco Veiga

FRANCISCO VEIGA

25-10-07.jpgSe puede decir que todo comenzó de forma muy clara con el nacionalismo de raíz católica reactivado en torno al sindicato Solidaridad en Polonia desde 1980. Las procesiones con popes o el dramático periplo de los restos del príncipe Lazar que se vivieron en Serbia en la segunda mitad de esa misma época, tuvieron de hecho su precedente en las emotivas misas y confesiones públicas celebradas en los astilleros de Gdansk o las peregrinaciones al santuario de Czestochowa. Los medios de comunicación occidentales se extasiaron ante la resurrección de la catolicidad anticomunista, símbolo eterno del nacionalismo polaco, y se mofaron de la ortodoxia balcánica convertida en bandera del nuevo nacionalismo serbio. Pero en realidad formaban parte de un mismo discurso político, de un área geográfica similar y de unas circunstancias históricas muy parecidas.

Los gemelos Kaczynski, que tantos quebraderos de cabeza dieron a Bruselas, son hijos de ese agresivo nacionalismo. Pero aunque esa experiencia onírico-política ya desaparece, el nacionalismo polaco seguirá presionando en un futuro, con Tusk o más allá de él. Ahí estaba ya, hace tres años, en los duros momentos finales de la negociación con Bruselas para el acceso de Polonia a la Unión Europea, bajo la presidencia de Kwasnieski y el Gobierno del socialdemócrata Miller. Y es que una parte considerable de los polacos están desconcertados. La Polonia surgida de la Segunda Guerra Mundial renació con unas nuevas fronteras que le supusieron destacados beneficios: una costa con puertos, esto es, comercio y astilleros. Antiguas regiones alemanas, con minas y materias primas; incluso una porción importante de Prusia Oriental, corazón de lo más germánico del derrotado vecino. ¿Quién garantizaba esas fronteras? La Unión Soviética. Cuando esa potencia desapareció, todo descansó en la buena voluntad alemana de no volver a abrir viejas heridas. Pero ¿cuánto perdurará eso? ¿Dependerá de que Polonia juegue un papel subordinado en el seno de la Unión Europea? Y además, el país depende ahora de Alemania y la UE ante la nueva potencia rusa. Así, ha regresado a Polonia la vetusta idea de que el país tiene el trágico destino histórico de estar situado entre rusos y alemanes. No es de extrañar que Varsovia se muestre dispuesta a secundar cualquier proyecto estrafalario de un presidente Bush en caída libre, pero que no renuncia a turbar a la Vieja Europa con lo único que sabe: inventarse peligros de destrucción masiva.

Dentro de la misma lógica, tanto serbios como albaneses andan también desconcertados. En nombre del oportunismo, del desconcierto ante el chantaje, el doble rasero y el manejo temerario de ideas trasnochadas sobre supuestos derechos nacionales, las potencias occidentales propugnaron la desmembración de Yugoslavia porque los diversos pueblos "no podían convivir entre sí". Eso fue en 1991; durante los cuatro años siguientes, esas mismas potencias se esforzaron por mantener unidos en Bosnia a serbios, musulmanes y croatas. En 1999, intervinieron en Kosovo porque albaneses y serbios "no podían coexistir", y se olvidaron de la mini Yugoslavia creada en Bosnia. En cambio, sí que impusieron la unidad de Macedonia cuando los albaneses de esa república intentaron separarse, en la guerra de 2001.

Ahora, la misma ONU ha lanzado un plan para respaldar una "independencia tutelada" de Kosovo. Rusia, que durante la guerra de 1999 experimentó en Kosovo una humillación diplomática, busca resarcirse y ha forzado la continuación de las negociaciones entre serbios y albaneses. Pero a estas alturas ya todo es inútil: ningún bando parece aceptar nada que no sea la imposición en bloque de sus respectivas opciones, basadas en consideraciones más emocionales que prácticas. Como desde hace dos siglos, serbios y albaneses intentan conseguir sus objetivos presionando a sus padrinos, sin importarles que la cuestión de Kosovo sea especialmente molesta para casi todas las potencias, a excepción de los Estados Unidos.
Y más que nadie, para la ONU. Si impulsa la soberanía de la región añadirá un clavo más a su propio ataúd, después de los fallos garrafales cometidos en las crisis de los 90, desde la debacle de Somalia al genocidio de Ruanda y la mala gestión de la guerra en Bosnia o la incapacidad por salvar a Irak. Por eso Bush está tan empeñado en la independencia kosovar: sabe que con el Plan Ahtisaari la ONU crea un precedente insólito al conceder la soberanía a una provincia que anteriormente pertenecía a un Estado, contraviniendo su propia resolución 1244 de 1999, en la que no se hablaba de independencia, sino de una autonomía sustancial.

Parece que al final será la Unión Europea quien alumbre el parto. En ese caso, secundará la independencia de un nuevo Estado nación de corte decimonónico, cuando la filosofía del proceso de integración va por el camino opuesto. Un enorme rodeo que dentro de un tiempo deberá desandarse. Y al día siguiente de su independencia, Kosovo será un "Estado fallido": una administración deficiente, incapacidad de hacer cumplir las leyes, carencia de un sistema fiscal eficaz, problemas para gestionar la economía y muy poco atractivo para la inversión exterior. Dicho de otra forma, si la soberanía de Kosovo respaldada por la ONU tenderá a vaciar de contenido a esa institución, lo mismo ocurrirá con la UE. A ojos de algunos países miembros podría sugerirles que formar parte del club no es garantía para verse arrinconados frente a la política de los hechos consumados, bajo el pretexto de mantener la "solidaridad comunitaria". Y volvemos a Polonia y sus miedos. Pero también a los de Rumanía, Bulgaria, Hungría y, en general, casi todos los nuevos socios del Este.

Francisco Veiga es ensayista y profesor de Europa oriental y Turquía de la Universidad Autónoma de Barcelona 

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