Marina Albiol Guzmán
Diputada de Esquerra Unida del País Valencià en Les Corts Valencianes
Los ricos y poderosos, "la clase dominante" dicho en términos marxistas, mantienen su dominio no sólo a través de la represión directa, sino, sobre todo, mediante la idea propagada con insistencia de que no podemos cambiar la sociedad hagamos lo que hagamos. Nos intentan convencer de que las manifestaciones, las huelgas, los sindicatos o cualquier forma de organización ciudadana "no sirven para nada". Y en esa misma línea han conseguido que mucha gente, desafortunadamente, piense que las elecciones europeas "tampoco sirven para nada". Si bien es cierto que unas elecciones por sí mismas no son garantía de cambio, no es menos cierto que son un mecanismo más en nuestras manos que podemos utilizar para luchar contra el actual estado de las cosas, en una sociedad de clases donde los ricos se enriquecen más y más a costa del empobrecimiento, el esfuerzo y el sufrimiento de la inmensa mayoría del pueblo trabajador. Participar en las elecciones europeas es un paso más para participar en la lucha política, en la calle, en las fábricas, en los centros de estudio y también, desde luego, en las instituciones. No podemos abandonar ningún frente de lucha y nuestro deber, como trabajadores y trabajadoras con conciencia de clase, es defender, también en las instituciones, nuestros intereses de clase.
Claro que el tratado de Maastricht, como después la Constitución europea, son proyectos hechos desde arriba que demuestran que la Unión Europea es una unión de mercaderes para explotar a su clase obrera y competir en mejores condiciones en el mercado mundial. Pero la conclusión no es dar la espalda a esta realidad, sino todo lo contrario: luchar por un nuevo proceso constituyente en el Estado español y proponer una Europa de los pueblos, construida con la participación democrática desde la base y no impuesta por consejos de administración.
Esta situación ha sido denunciada por IU desde hace muchos años. Ahora, Rodríguez Zapatero viene a despejar cualquier duda. En su libro recientemente publicado, el expresidente español confiesa haber aceptado cumplir con las órdenes que le imponía el Banco Central Europeo (BCE). Órdenes que, por cierto, eran contrarias al programa electoral que les llevó a él y al PSOE a ganar unas elecciones. Pero en el resto de Europa las cosas no son diferentes. En verano de 2011 nos "sorprendió" la publicación en la prensa italiana de una carta "secreta" que Jean-Claude Trichet, presidente del BCE, envió a Berlusconi dándole instrucciones de las políticas que debía aplicar en Italia si quería recibir ayuda en forma de compra de bonos. El banquero reclamaba "medidas urgentes" para reforzar su compromiso con la sostenibilidad fiscal. Entre estas medidas figuraba una reforma constitucional, al estilo de la pactada por el PP y el PSOE en España pese a ser contraria a los intereses de la mayoría aplastante de la población. Entre otras medidas, el BCE reclamaba a Berlusconi potenciar el crecimiento liberalizando los servicios públicos, reformar la negociación colectiva en beneficio de las empresas y una dura reforma laboral. Por otro lado, solicitaba del gobierno italiano que garantizase la sostenibilidad de las finanzas públicas interviniendo en el sistema de pensiones y reduciendo el salario de los funcionarios, entre otras reformas. Algo que, desgraciadamente, aquí nos es muy familiar. Estos son sólo dos ejemplos de que la clase trabajadora nos enfrentamos a un enemigo común.
A poco que analicemos la actual situación de asedio que sufrimos los trabajadores y trabajadoras en Europa, pronto veremos que aquellos que ahogan las esperanzas de millones de personas en el Estado español, los que exprimen al pueblo en Portugal, los que insisten en recortar los derechos sociales en Alemania y privatizan los servicios públicos en Grecia, los que expulsan a los inmigrantes de Francia o generan de forma interesada pobreza en Rumania, Polonia y tantos otros países, persiguen los mismos fines. Tantos es así que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que unos y otros son exactamente los mismos. Una vez más constatamos que el capitalismo no tiene fronteras.
Europa se ha convertido en un conjunto de estados donde los diferentes gobiernos no dejan de ser títeres, verdaderas marionetas en manos del capital. Una realidad enmascarada bajo la apariencia de democracia donde las necesidades de la ciudadanía pasan a ser una anécdota frente a la necesidad imperiosa de seguir alimentando al voraz poder financiero.
Y de este mismo modo podemos afirmar que nuestro actual régimen monárquico del 78 persigue idénticos objetivos. Sea en Europa, sea en el Estado español, las auténticas decisiones no se toman en los parlamentos, sino en los consejos de administración de las grandes empresas y la banca.
En el Estado español hoy la marioneta se llama Rajoy, como antes se llamó Zapatero. Y la nómina de títeres europeos se amplía en Europa con personajes como Samarás en Grecia, Hollande en Francia, Passos Coelho en Portugal, Letta en Italia y así un largo etcétera. No importa el nombre de la marioneta, sino qué clase social mueve los hilos y en todos estos casos es la burguesía. Y frente a este enemigo común es necesaria una lucha común.
Una lucha sin cuartel por un proceso constituyente en el cual la clase trabajadora tome las riendas de su destino y donde prevalezca el interés de la gran mayoría, donde las políticas sociales sean un elemento fundamental. Derechos como el de la educación, la sanidad, la vivienda digna o las pensiones, deben ser una prioridad y no el pago de la deuda. Un proceso constituyente que, no olvidemos, debe ser una pieza más en el engranaje que debe promover el cambio en Europa, una Europa donde gobierne quien tenga la verdadera legitimidad democrática para hacerlo, pero donde el que mande sea el pueblo.
Todo esto sólo será posible si trabajadores y trabajadoras europeas nos afanamos en avanzar codo con codo plantándole cara a la troika. En la compleja partida de ajedrez que se juega en Europa, la clase trabajadora parte en desventaja, con las figuras negras y sin la reina y sólo la unión nos dará la fuerza necesaria para acabar con la Europa de los Mercaderes y poder así construir la Europa de Pueblos.
Acabar con el sistema capitalista para cimentar una Europa solidaria y democrática es una tarea enorme, únicamente posible desde la unión de todos los trabajadores y trabajadoras. Sólo si permanecemos unidos en la lucha podremos alejar el fantasma del capitalismo para construir la Europa social que merecemos. En definitiva, una Europa socialista.
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