Cuando le dije a mi madre que era lesbiana pensaba que era una de mis bromas, pero cuando vio que la cosa iba en serio, me dijo dos cosas que no olvidaré nunca: que le daba asco y que no me quería en casa. Lo recuerdo perfectamente porque las cosas que duelen nos atraviesan y se quedan dentro como metralla.
Hace tiempo que todo está perdonado. Es normal que su reacción fuera esa, al fin y al cabo, mi madre viene de una familia conservadora. Ahora, veintiún años después, miro las últimas fotos del carrete de mi móvil y ahí está: sosteniendo un abanico con la bandera gay que le he regalado, alzando la cabeza altiva y sonriente. La miro otra vez y su orgullo me contagia. Pienso en lo mucho que nos ha costado llegar hasta aquí, a que ella sostenga ese abanico a los pies de la estación de Chueca y llego a la conclusión de que la homofobia se ha curado en mi familia con esfuerzo, diálogo y amor entre medias. Es una terapia de conversión a la inversa.
María del Monte salía del armario durante el pregón del Orgullo de Sevilla y también lo hizo hace un par de días la cantante Chanel en Madrid. Ambas se subieron a un escenario lleno de personas y expusieron su identidad públicamente. A María del Monte la criticaron por salir tarde del armario, a Chanel por hacer queerbaiting. Poner en duda su identidad o cuándo salen del armario es homofobia. En realidad, lo importante de todo esto es valorar la propia enunciación. El efecto es parecido a vernos por primera vez en un espejo como realmente somos. Hemos vivido muchos años en otra piel, en un disfraz, hemos negado nuestra identidad, lo que somos. Nos liberamos del miedo poco a poco y lo transformamos en una energía que nace de las tripas y nos ayuda a enfrentarnos al mundo. La pregunta, que en un principio nace temerosa dentro de nosotras, ese ¿seré lesbiana? ¿seré marica?, acaba convirtiéndose en una exclamación arrogante. Que María del Monte y Chanel lo hagan públicamente con un millón de ojos tras ese espejo, es necesario para crear referentes diversos, de distintas edades, condiciones y circunstancias. Demostrar, que cada camino es distinto y cada una llega allí cuándo y cómo puede.
Desde la aparición de los ultras en 2013 la violencia contra el colectivo LGBTQIA+ no ha dejado de subir. Si en 2015 hubo 24 agresiones, en 2022 hemos llegado a las 282. La legitimidad de su discurso, amparado por los medios de comunicación y las instituciones han alimentado un odio machista a todo lo que es diferente. No me extrañaría que con este incremento, nos embargue el miedo y se nos atraganten las palabras lesbiana, gay, trans o no binarie. Igual hasta pensamos que será mejor callar, será mejor que no se note la pluma o agachar la cabeza... En Mayo del 68’ los estudiantes decían aquello de "bajo los adoquines, la playa". Nosotras sobre el asfalto tenemos el Orgullo y aunque es una fiesta, habrá que ponerse purpurina también en los puños. Es lo que tiene haber crecido con metralla, que sabemos vivir con la herida, defendernos y salir adelante.
Si mi madre fue capaz de cambiar fue porque no me odiaba, solo estaba enfadada, triste y asustada por mí. También fue su amor lo que la llevó a cuestionar sus propias convicciones: hizo autocrítica, empatizó y tuvo voluntad de cambio. Soy muy consciente que el mundo no es así. El rechazo está antes y después de abrir las puertas del armario, en nuestra propia familia, en el trabajo o la calle, siempre tendremos que enfrentarnos a él. Nunca será fácil, pero tenemos que asegurarnos un mundo donde podamos sentirnos libres de hacerlo.
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