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Hablar sobre migración

Miquel Ramos

Hablar sobre migración
Varios migrantes en una embarcación, a 3 de enero de 2024, en el Mar Mediterráneo. Antonio Sempere / Europa Press

"Compórtate o lárgate" era el lema de la campaña que un partido neonazi español había copiado a sus homólogos suizos y cuya imagen se popularizó hace ahora más de 15 años en varios países. La imagen era la de varias ovejas blancas expulsando a patadas a una oveja negra. Cada ultraderecha la adaptó a su país con su respectiva bandera de fondo. Relacionar la migración con la delincuencia, y atribuirle un imposible encaje en las sociedades occidentales porque "no se adaptan" o "no respetan" es algo que viene de lejos, que, junto con la competencia por los recursos, siempre enarboló la extrema derecha desde hace 50 años. Hoy, sin embargo, forma parte ya de un relato global adoptado por partidos de todos los colores. Es, sin duda, la mayor conquista de la extrema derecha: haber conseguido que sus ideas y sus marcos encajen en el debate democrático, e incluso se hayan convertido en ley en varios países, incluidos aquellos con gobiernos progresistas que, cuando conviene, azuzan el miedo a la ultraderecha mientras hacen políticas y discursos que a menudo no se diferencian demasiado.

La petición de Junts sobre la transferencia de las competencias en extranjería a Catalunya a cambio de apoyar las medidas anticrisis del Gobierno ha causado un cierto revuelo en el debate público en España. Esa era la intención, ni más ni menos, pues el trato ni se ha concretado, ni va más allá de ser un globo sonda para testear el ambiente y las reacciones al sacar la carta de la migración. Y se veía venir por varios motivos, aunque el momento y las formas siempre son imprevisibles. Hacía pocas semanas que varios concejales de Junts habían lanzado el mismo mensaje que Jordi Turull apuntó en Catalunya Ràdio cuando le preguntaron por la petición al Gobierno español sobre las competencias en esta materia, esto es, poner el foco en los 'migrantes delincuentes reincidentes'. Pero no fueron los únicos. Hay múltiples ejemplos de alcaldes y concejales de todo signo, también del PSOE, usando esa misma asociación entre migración e inseguridad, como fue el caso del alcalde de Paterna, Juan Antonio Sagredo, liderando junto a la extrema derecha una campaña contra un centro de menores.

La Catalunya post-procés tiene sus propios fantasmas, y el de la extrema derecha es uno de ellos. Quizás, el que más interesa estimular a aquellos que siempre han acusado al independentismo de ser supremacista y racista, de ser egoísta e insolidario. No es inocente la cancha que le han dado a la alcaldesa de Ripoll, la ultraderechista Silvia Orriols, algunos medios españoles. Como tampoco son baladí los halagos que recibió de varios ultraderechistas españoles, al ver cómo esta decía lo mismo que ellos, pero en catalán. Pues más allá del idioma y del marco nacional, comparten prácticamente todo lo demás. Orriols es hoy el mayor activo del nacionalismo español, llevando al independentismo al búnker donde siempre trataban de ubicarlo: en una trinchera identitaria excluyente, racista y mesiánica.

La crisis que atraviesa el independentismo cinco años después del referéndum ha servido de caldo de cultivo para que aparezcan nuevos salvapatrias y se refuercen algunos temas que en otros contextos están dando buenos resultados electorales. La extrema derecha, hasta ahora marginal políticamente en Catalunya, ha aprovechado la decepción y la desafección política para venderse como pieza de recambio, y hace tiempo que trata de colonizar las redes y el sentido común de los catalanes con las mismas fórmulas que sus homólogos usan en otros contextos. Haber conseguido la alcaldía de Ripoll les ha servido como palanca, y ahora trabajan sin descanso para lograr atención mediática, ser el foco del debate y preparar su aterrizaje en el Parlament y en muchos otros ayuntamientos.


Junts sabe que tiene un competidor que está erosionando su hegemonía en la derecha catalana. Y sabe también que las ideas de las extremas derechas en todo el planeta están instalándose en la normalidad democrática. Porque no es solo Junts, sino todos los partidos, desde socialdemócratas hasta liberales, desde el PSOE hasta Vox, quienes están usando ya a menudo los mismos marcos que las extremas derechas en materia de migraciones. Junts sirve ahora como espantapájaros, para blanquear las políticas en materia de migraciones del Gobierno y de la Unión Europea, que no se alejan demasiado del marco criminalizador y ajeno a los derechos humanos que plantea todo abordaje del fenómeno desde la óptica securitaria, el marco habitual de las extremas derechas. Esto es tanto hablar de delincuentes reincidentes como decir que "la inmigración es el disolvente más grave que tiene hoy la Unión Europea", como hizo el jefe de la diplomacia europea, el miembro del PSOE Josep Borrell, en mayo de 2019.

Se dice que la migración es un tema tabú, que hay miedo a hablar de ello por si te acusan de racista, y que la izquierda no propone soluciones y se instala en el buenismo. Nada más lejos de la realidad. Los medios reportan cada llegada a nuestras costas, y los políticos siguen abordando el fenómeno como una carga, como un problema, no como una consecuencia. Y más todavía relacionando con la inseguridad y la delincuencia. Se habla constantemente de saturación de los lugares de acogida, de mafias, de saltos de la valla de Melilla o de naufragios, pero pocas veces se ofrecen soluciones más allá de blindar todavía más las fronteras. Al mismo tiempo, no se suele ilustrar ninguna noticia sobre migraciones con fotografías o imágenes de ingleses o alemanes en la Costa del Sol, o de ricos venezolanos en el barrio de Salamanca. Se relaciona la migración con la pobreza, con otro color de piel no blanco, y con personas del Sur Global. Tampoco los españoles que migran son considerados migrantes. Son 'españoles por el mundo', y hasta tienen su propio programa de televisión. Por eso resulta insultante que se diga que nadie habla de la inmigración para justificar el foco sobre el asunto atravesado por la delincuencia y reincidencia en vez de por los derechos humanos, que es el tema que más debería preocupar.

En la izquierda que existe más allá de las instituciones se habla constantemente de migraciones y hablan también las personas migrantes, que no son sujetos pasivos de los que hay que hablar, sino que tienen voz propia y también forman parte de esta izquierda. Claro que la izquierda habla de migraciones, pero lo hace en otros términos y en otros marcos alejados del relato oficial y del relato del miedo de las derechas. Y no desde una posición meramente caritativa que reduce el racismo a un acto individual moralmente reprochable excusando a las estructuras que lo institucionalizan. La izquierda propone un análisis causal que va más allá de la caricatura buenista que se le atribuye, y propone un cambio estructural en beneficio de todos, poniendo en el centro los derechos humanos y el cuestionamiento del orden neoliberal y colonial. Esto no encaja en el modelo capitalista reinante, donde la migración se entiende como problema cuando no cumple con las necesidades del capital, expulsando de la ecuación el derecho humano a migrar, los derechos de las personas migrantes y las causas que promueven este movimiento. Y escapa también del marco racista en el que se mueven otros que dicen cuestionar el capitalismo, pero que compran sus accesorios coloniales, supremacistas y racistas basados en las diferencias culturales e incluso en la raza, comprando conspiranoias como la teoría nazi del Gran reemplazo.


Las soluciones que propone la izquierda incomodan, pues implican demasiados cambios que pocos están dispuestos a llevar a cabo. Un cambio global y una renuncia a un sistema de explotación que sigue los cauces de la colonización y del supremacismo que durante siglos ha llevado a cabo Occidente. Lo demás es poner parches a un problema cuyo origen no son ni los recursos destinados al control de fronteras ni el código penal, sino cómo está configurado política y económicamente el mundo bajo la tiranía del capitalismo y la hasta ahora hegemonía occidental. En la izquierda se habla de migración y se habla de capitalismo, de colonización, de racismo estructural, de explotación y de derechos. Esas palabras sí que son tabúes para el relato oficial sobre migraciones y para los racistas de todo pelaje.

Es por esto por lo que toda crítica al órdago de Junts sobre el tema usando la acusación de racismo que no incluya una crítica al racismo institucional, al orden colonial y capitalista es pura propaganda partidista, puro interés por criminalizar a este partido y, de rebote, al independentismo. El descenso a los infiernos ultras es colectivo, es todo Occidente sumido en la necropolítica de fronteras que siembra el mar de cadáveres, que excluye los derechos humanos de la ecuación y que omite las responsabilidades y las causas. No quieren solucionar los problemas que provocan que la gente quiera o deba migrar. Tan solo quieren disciplinar a los que vengan, advertir a los que ya están, y tener un chivo expiatorio para cuando se quiera usar para tapar otras vergüenzas.

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