Santiago Abascal rompía este jueves los acuerdos de gobiernos autonómicos con el PP. Vox ya no quiere gobernar en las regiones, deshojando margaritas. La excusa es conocida, el partido ultra repudia el pacto del reparto por otras comunidades autónomas a unos 350 niños migrantes que llegaron a Canarias en cayucos. La decisión va más allá de lo coyuntural, es un giro estratégico para la tercera fuerza política en diputados en el Congreso y las consecuencias se notarán en los próximos meses: mociones de censura, quizás algunas elecciones anticipadas...
Las relaciones PP-Vox siempre han oscilado entre la colaboración necesaria y la rivalidad electoral, paseando además por el choque dialéctico e ideológico de dos familias políticas que ora se acarician, ora son antagónicas: conservadurismo y reaccionarismo. Bien Alberto Núñez Feijóo y Abascal se reunían en secreto un 22 de septiembre de 2022; bien un año después lo hacían ante los periodistas en la Cámara Baja; bien Pablo Casado ponía las "cartas boca arriba" y pregonaba aquello de "hasta aquí hemos llegado" el 22 de octubre de 2020 en una fracasada moción de censura de Abascal a Pedro Sánchez; bien este viernes Feijóo les afeaba que "se han pasado de frenada y han descarrilado"...
Hay quien mira hacia el mutante escenario internacional para intentar comprender el giro de Vox de esta semana, que vino precedido por un sorprendente volantazo en su política de alianzas también en el Parlamento Europeo. Con unas elecciones estadounidenses en el horizonte de noviembre -unos comicios que, salvo un abrupto cambio estratégico del Partido Demócrata, parecen predestinados a devolver a Donald Trump a la Casa Blanca ante la manifiesta incapacidad de Joe Biden de hacer frente a una exigente campaña electoral- la geopolítica entra en tiempo muerto. La OTAN celebraba una cumbre paradigmática esta semana, el año que viene la correlación de fuerzas puede ser distinta y las alianzas internacionales de un Departamento de Estado dependiente de Trump pueden fortalecer el bilateralismo y dar esquinazo a los foros multilaterales, como la propia organización atlantista.
Mientras, Vladimir Putin requiere romper su aislamiento con Occidente ante el estancamiento de la guerra de Ucrania y, para ello, ha puesto la maquinaria de la Internacional Reaccionaria a funcionar. El arranque de la presidencia semestral rotatoria del Consejo Europeo de Viktor Orban, primer ministro de Hungría, es toda una declaración de intenciones: la distancia con Rusia puede ser acortada y ya han celebrado una primera reunión bilateral. Si Trump se sentara de nuevo en el Despacho Oval, habrá movimientos para un acercamiento entre los líderes reaccionarios de ambas superpotencias hoy enfrentadas. Intermediarios con buena interlocución en Washington DC y Moscú no faltan, saldrán a borbotones.
Ante este posible escenario, es más fácil comprender que Vox se haya integrado en el grupo Patriotas por Europa, junto a Orban, el FPÖ austríaco y el ANO checo, también en la órbita del RN francés de Marine Le Pen, que aspira a presidir la República Francesa en 2027, la Chega portuguesa o la Lega de Matteo Salvini italiana, quien rivaliza con Giorgia Meloni. El portazo de Abascal a la presidenta italiana todavía resuena en el Palazzo Chigi de Roma. Las elecciones norteamericanas, como decimos, brillan en el horizonte de una reconstrucción de la internacional ultra que abomina de ser subalterna de los conservadores, una de las grandes familias políticas europeas.
Los resultados de las elecciones europeas del pasado junio tampoco fueron una buena noticia para Abascal, que vio cómo el proyecto Se Acabó la Fiesta del agitador Alvise Pérez logró la mitad de votos que Vox. A esto, se le suma un giro discursivo del PP que, en las últimas semanas, ha comprado el tono de la ultraderecha para referirse a la cuestión migratoria con Miguel Tellado llamando a la intervención de las Fuerzas Armadas para contener la llegada de cayucos, mientras su partido disimula adoptar posturas "responsables" en el reparto de los menores.
Cuando el 21 de junio el presidente de la República Argentina, Javier Milei, regresaba a Madrid para encontrarse, en esta ocasión, con Isabel Díaz Ayuso y no con Abascal, se evidenciaba cómo desde el PP no cesan los intentos de comerle terreno a Vox. Este es el contexto que envuelve el histrionismo con el que la dirección de Vox actúa en las últimas semanas. Cambio de alianzas europeas que miran hacia el este y repliegue en las comunidades autónomas, donde hoy Vox no quiere gobernar, hacer políticas para los ciudadanos de estos territorios. Quizás la labor ejecutiva es demasiado trabajo para pocos titulares. Cierto es que da mucha menos notoriedad que romper y alejarse del PP.
La decisión de salir de los gobiernos autonómicos ha sido tomada desde la dirección estatal del partido, en Madrid. El impulso de romper cinco ejecutivos de coalición con el PP no ha surgido, en ningún caso, de los propios consejeros autonómicos de Vox, ni de las agrupaciones territoriales del partido ultra. Ha sido Abascal quien, en última instancia, ha puesto al partido a trabajar en esta reorientación ideológica y estratégica ante el nuevo panorama internacional que se puede abrir. Para ello, el trabajo diario, la gestión cotidiana y la labor de gobierno parecen estorbarle, demasiado gasto de energía.
Conociendo al personaje, su actividad parlamentaria y su pasado profesional en un "chiringuito" de la órbita de Esperanza Aguirre por el que se embolsaba unos 80.000 euros al año, puede que el verdadero motor de la ruptura de Vox con el PP esté en la idiosincrasia del propio Abascal. Quizás para hacer un partido a su imagen y semejanza le sobra el trabajo cotidiano, legislativo y ejecutivo. Ahora Abascal no quiere gobernar. Parafraseando a otro de los protagonistas de la semana: hoy no se quiere levantar, el fin de semana le sentó fatal.
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