Dominio público

La persona devoró al personaje Errejón

Sato Díaz

Jefe de Política en 'Público'

Relieve de un poeta con máscaras del teatro clásico / Wikipedia
Relieve de un poeta con máscaras del teatro clásico / Wikipedia

Las máscaras, en el teatro clásico, estaban colocadas de tal manera que servían a los actores para proyectar y amplificar la voz y así ser escuchados por el público en los grandes teatros griegos y romanos al aire libre, donde la calidad de la acústica brillaba por su ausencia. Máscaras para sonar, 'per sonare': así persona y personaje tienen una misma raíz etimológica. Cuando este jueves Íñigo Errejón dimitía de sus cargos políticos, como había adelantado Público, el exportavoz de Sumar en el Congreso emitía un comunicado en el que admitía haber "llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona".

La decisión del que ha sido uno de los personajes clave de la última década de la política española y uno de los principales referentes, por su práctica y por su teoría, de las izquierdas impresionaban; los motivos que llevaban a Errejón al final de su vida política hielan, irritan y sublevan a una sociedad que no se lo podía ni imaginar. Algunos testimonios anónimos de mujeres, conocidos gracias a la labor de la periodista Cristina Fallarás, le acusaban de violencia machista. La conmoción política y social no se hizo esperar.

Un brillante estudiante de Políticas que se había formado, en sus etapas por América Latina (Bolivia, Argentina, Venezuela...), en las tesis populistas y que intentó trasladarlas a España. Así, no estuvo en el primerísimo arranque de Podemos, pero sí fue su principal ideólogo y la cara más visible junto a su entonces amigo Pablo Iglesias de un partido que llegó a liderar las encuestas. De él se iría alejando hasta convertirse en su contrincante en el proceso congresual de Vistalegre II, en febrero de 2017.

Durante los meses previos al cónclave, mientras Iglesias ejercía en Bruselas como eurodiputado, Errejón intentaría hacerse con el control del partido en una operación que se pertreñaba desde la propia sede de la calle Princesa y canales privados de Telegram. Cuando esta salió a la luz, se la bautizó como 'Operación Jaque Pastor'. Ya en el congreso del partido morado, celebrado en la antigua plaza de toros de Carabanchel, Iglesias se impuso por el voto de las bases, pero a Errejón se le reservó el partido en la Comunidad de Madrid: el "niño prodigio" sería el candidato a presidirla desde la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol.

Un partido transversal, que buscara en las aspiraciones y modas ciudadanas su leitmotiv desde el cual tomar las decisiones frente a la organización más ideologizada, combativa y "escorada a la izquierda" por la que apostaba Iglesias; no pactar con Izquierda Unida o hacer alianza con el partido entonces liderado por Alberto Garzón; recordar al PSOE que su pasado "tenía las manos manchadas de cal viva" o pretender con Ferraz una "competición virtuosa" que llevara a las izquierdas, juntas pero no revueltas, a colaborar frente a unas derechas que empezaban a envalentonarse... Las diferencias políticas y de modelo entre ambos habían sido evidentes durante sus años compartidos al frente de Podemos.

Por eso, cuando en enero de 2018 Errejón rompió en dos al partido morado, escindiéndose para crear Más Madrid en tándem junto a la entonces alcaldesa Manuela Carmena, no fue motivo de perplejidad. La nueva formación, de tonalidades verdes europeas, fue adquiriendo el rol de una "izquierda amable" (una "izquierda cuqui", insultaría años más tarde Podemos) en consonancia con los postulados teóricos de su fundador.

Errejón ha ido encarnando, durante esta última década, un personaje que se alejaba de la apariencia radical con la que había jugado en su juventud. Una constante operación de márketing político le había convertido en el yerno que toda suegra quería tener, en el chico estudioso y responsable, en el político reflexivo que maduraba y se alejaba de la bronca y la crispación imperante; un personaje que había borrado y relegado al olvido a la persona que lo interpretaba, que nada tenía que ver con las apariencias, según cuentan quienes más le conocieron. "El modo de vida en la primera línea política, durante una década, ha desgastado mi salud física, mi salud mental y mi estructura afectiva y emocional", reconocía el exfundador de Podemos, de Más Madrid y de Sumar en su misiva de despedida.

A este "chico encantador" lo moldearon su desmesurada ambición política, sus asesores y unos medios de comunicación que le llevaron entre algodones. Desde el progresismo mediático se le empujó a creer que podría triunfar en el escenario político estatal de nuevo y, por ello, se aventuró a fundar otra formación política, Más País. Tras las elecciones generales de 2019, volvió al Congreso de los Diputados, pero solo había obtenido un escaño, el propio. Cierto es que concurría en coalición con Compromís en el País Valencià, donde también logró representación el diputado Joan Baldoví.

Durante su nueva etapa en la Carrera de San Jerónimo, aunque fuera desde el Grupo Mixto por el fracaso electoral de Más País, volvió a brillar como orador. Pocos días antes del escándalo que explotaba esta semana, Errejón reconocía a quien escribe que el debate parlamentario, la disputa de las ideas, era la parte que más le apasionaba de su trabajo parlamentario. Siempre se le dio bien la tribuna. Una de sus intervenciones más recordadas de la pasada legislatura fue en marzo de 2021, fue en defensa de medidas públicas por la salud mental, uno de los grandes problemas de la época. "¡Vete al médico!", le gritaron desde la bancada del PP, viralizando más todavía la actuación de Errejón desde su escaño. El personaje reclamaba desde el Hemiciclo un plan público por la salud mental; meses más tarde, la persona reconocía que asistía a terapia. El pasado jueves, en el comunicado de dimisión, Errejón se reconocía inmerso en "una subjetividad tóxica".

Mientras, Yolanda Díaz avanzaba en la conformación de un nuevo sujeto político que uniera a las izquierdas y que más adelante cuajaría en Sumar. La vicepresidenta y Errejón compartieron escenario en abril de 2022 en un acto, precisamente, sobre la salud mental. Díaz estaba dispuesta a recuperar los trozos que Podemos se había ido dejando por el camino. Errejón se vincularía a Sumar un año después, sería una de las caras más cotizadas para los fotógrafos en el cónclave de Magariños, donde la gallega se comprometía a ser la candidata de las izquierdas a la Presidencia del Gobierno. Pocos meses después, en las elecciones del 23 de julio de 2023, sorprendentemente surgió una mayoría alternativa a la del PP y Vox que dio la posibilidad a la reedición de un ejecutivo progresista encabezado por Pedro Sánchez.

Errejón fue escalando en Sumar, Díaz le otorgó cada vez más influencia. Cuando en enero de este año la entonces portavoz parlamentaria, Marta Lois, dejaba Madrid para embarcarse en el fracaso de Sumar en las elecciones gallegas, Errejón le sustituyó al frente del Grupo Plurinacional en el Congreso. También se echó a sus espaldas buena parte de la responsabilidad de las campañas de las elecciones en Euskadi y de las europeas. Además, era el encargado de elaborar los documentos políticos del partido Movimiento Sumar que debe celebrar una asamblea en diciembre.

Las máscaras, en el teatro clásico, no solo servían para proyectar la voz de los intérpretes, sino también para  dotarles de visibilidad, para que el público sentado en la lejanía de las últimas filas pudiera distinguir entre unos personajes y otros. A Errejón se le ha caído la máscara esta semana. La persona, en contradicción constante con el personaje, ha quedado desnuda. Al contrario de lo que dice la frase popular, en este caso ha sido la persona quien se ha comido al personaje y no al revés.

A Errejón, en su carta de dimisión, se le olvidó pedir perdón a aquellas mujeres a las que haya hecho daño. Con las que haya aplicado "una forma sistemática de operar, humillándolas y obligándolas a hacer cosas que, aunque algunas consentían por el contexto, no deseaban". Pedir perdón e iniciar, así, un largo y complejo proceso de reparación al que tienen derecho todas las víctimas.

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