Dominio público

¿Aprenderemos algo de la DANA de València?

Agustín Moreno

¿Aprenderemos algo de la DANA de València?
Voluntarios con palas y cepillos retiran barro de las calles del barrio de El Raval.
Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

València ha sufrido una inmensa tragedia. Muerte, destrucción, impotencia, rabia y un futuro amenazador. Una de las conclusiones más terribles es tomar conciencia de vivir en una zona muy vulnerable por exposición a cataclismos climáticos. Pero lo primero es solidarizarse con el dolor de todas las víctimas; luego analizar a fondo lo sucedido para que no vuelva a repetirse. Ha habido tres grandes problemas: el contexto de cambio climático, una planificación urbanística irracional y una funesta gestión de la catástrofe.

  1. A la naturaleza hay que respetarla. De lo contrario, nos golpearán los hechos: cientos de muertos y grandes daños materiales, como los que ha producido la DANA en València y, en menor medida, en Castilla La Mancha, Andalucía y Cataluña. Una DANA es un evento meteorológico que produce grandes perturbaciones atmosféricas y precipitaciones extremas. Antes se conocía como "gota fría" y se concentraba en los meses de otoño. Pero las actuales danas del levante de la península ibérica se producen cuando el clima está cambiando radicalmente y se generan fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes, más intensos y duraderos.

El Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático de la ONU (IPCC), advertía en 2021 que el Mediterráneo es una zona de alto riesgo por temperaturas y precipitaciones extremas.  Es un mar que arde, que ha elevado su temperatura en 2ºC respecto a los últimos veinte años, alcanzando casi los 28º C el pasado mes de agosto.  Su gran calentamiento es una bomba de relojería que seguirá estallando con la misma peligrosidad. Es algo que no se puede ignorar por defender intereses particulares o electorales, porque hacerlo implica graves consecuencias. Vemos estos días como la ultraderecha aplica la misma estrategia que con la pandemia del covid. El negacionismo mata y destruye. La ciencia se basa en estudios y evidencias, por eso hay que hacer caso a los investigadores y no a los bulos.

  1. El agua siempre vuelve por sus cauces y hay lugares donde nunca se debe construir. Quizá no se sepa cuándo va a producirse una inundación y su magnitud, pero se sabe por dónde va a bajar el agua. En España hay del orden de un millón de viviendas en cauces y zonas con riesgo de inundación. La legislación prohíbe construir en los cauces e incluso obliga a las administraciones a eliminar estas construcciones (artículo 28 del Plan Hidrológico Nacional), casi ninguna hace nada por corregir esta situación. Se calcula que en València se han visto afectadas 77.000 viviendas por esta gran inundación. Tres de cada diez viviendas afectadas por la DANA estaban en zonas inundables y se construyeron conociéndose este hecho. Si la especulación urbanística le pierde el respeto al agua, ésta volverá por sus fueros con resultados devastadores.
  2. La acción política no puede fallar, y lo ha hecho estrepitosamente. A cualquier administración pública y a los políticos que gobiernan hay que exigirles una eficaz gestión de los recursos públicos para proteger a la población. A la oposición hay que reclamarle que abandone la mentira y el oportunismo, como ha hecho Feijóo cuestionando a la AEMET para exculpar a Mazón y a la marca PP de la incompetencia. A la democracia hay que defenderla de los pescadores de río revuelto de la ultraderecha, de su montaña de bulos y de ataques como el de Paiporta al presidente del Gobierno y a los reyes.

València es un ejemplo de lo que no hay que hacer. Se ha actuado mal y a destiempo. Se desmanteló la Unidad de Emergencias Valenciana (UEV) en noviembre de 2023, por el gobierno del PP de la Generalitat. Hubo una irresponsable tardanza de los responsables políticos con los sistemas de alerta y emergencia a la población. A las 7:31 horas del 29 de octubre, AEMET avisaba de "peligro extremo" por la DANA. Pero la alerta a la población general no llegó hasta las 20:12 horas, cuando ya había zonas con el agua al cuello.

Muchas empresas obligaron a los trabajadores a permanecer en sus puestos de trabajo con riesgo para su vida. En los planes de emergencia, la administración debe hacer cumplir a las empresas la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, que dice que el trabajador tiene derecho a "interrumpir su actividad y abandonar el lugar de trabajo, en caso necesario, cuando considere que dicha actividad entraña un riesgo grave e inminente para su vida o su salud". Su desconocimiento, pero sobre todo la precariedad y el miedo al despido, hizo que muchos trabajadores fueran y permanecieran en el trabajo jugándose la vida.

La negligencia política y las decisiones empresariales que han costado vidas, deben tener consecuencias políticas y penales.

  1. Lo primero es atender a las personas afectadas, luego tomar medidas. Hay que actuar con toda la potencia y rapidez posible para ayudar a la población. Destaca la generosa solidaridad de los voluntarios, pero debe ser el Estado el que ponga a disposición de las víctimas todos sus recursos y el buen trabajo de los profesionales. Para proteger a la ciudadanía se necesita un fuerte Estado construido con nuestros impuestos. El neoliberalismo que predica menos Estado es un peligro para la sociedad.

Las danas se van a repetir. Por ello, lo más es urgente es afrontar medidas para mitigar las catástrofes. Deben planificarse e implantarse actuaciones eficaces en tres planos: lucha contra la emergencia climática, planificación urbanística y fortalecimiento de los servicios públicos. Nos va la vida en ello.

Frenar el cambio climático y adaptarse a sus consecuencias exige afrontar en serio la lucha por la descarbonización de la economía. Se debe evitar al máximo el uso de combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero. La imagen de coches amontonados en las calles es una metáfora de la coincidencia entre causas y efectos del desastre. Hay que cambiar el sistema de producción y consumo del capitalismo. Hay que educar en casa y en la escuela en el decrecimiento.

Abordar una regulación urbanística y de las infraestructuras adecuada, con una cartografía de zonas de inundación que prohíba construir en ellas. Desarrollar un modelo agrícola adaptado, una política de reforestación masiva de las montañas y riberas, renaturalizando los ríos y apostando por suelos permeables y drenajes urbanos. Revisar y aplicar los planes de gestión del riesgo de inundaciones. Planificar actuaciones urbanísticas que eliminen los obstáculos en las Zonas de Flujo Permanente para que las aguas no arrasen las poblaciones, recuperando llanuras de inundación y zonas de desagüe natural de la avenida, para evacuar las aguas torrenciales reduciendo su impacto dañino. Habría que tener muy en cuenta propuestas como las que realiza Ecologistas en Acción y pasar del concepto "evacuar" al de "retener".

Los servicios públicos salvan vidas y hace falta reforzarlos para atender a las víctimas de las catástrofes. También hay que reconstituir los servicios de emergencia y de protección civil y mejorar la coordinación. Reformar el sistema de protocolos de alerta para que los avisos sean más rápidos y los mensajes a la población, más contundentes. El objetivo es la seguridad de las personas y el bien común y no los intereses económicos. Educar a la población ante estas emergencias, como hacen en algunas zonas ante los tsunamis.

  1. ¿Sacaremos alguna lección de la DANA de 2014? Durante la pandemia del covid, Bruno Latour decía: "si todo se detiene, todo puede ser cuestionado"; "lo último que necesitamos hacer es retomar de manera idéntica lo que hacíamos antes". Tenía razón, se debían y se podían haber hecho otras cosas. Pero no fue así. Ahora, nos puede volver a pasar lo mismo.

Las prioridades deben cambiar a partir de la pregunta ¿qué es lo realmente importante para los seres humanos? No podemos volver a lo de antes, a la misma crisis económica, social y climática, a la incertidumbre de la precariedad, a reconstruir infraestructuras y viviendas dañadas donde nunca debieron estar. No podemos repetir errores. El mundo debe organizarse no al servicio del lucro de unas élites, sino del bien común, de un planeta habitable y de la protección y bienestar del ser humano. Se trata de cambiar el orden social y productivo para evitar los cataclismos climáticos.

Nadie está fuera de su tiempo y de su espacio. Habitar en el "Levante feliz" puede ser como vivir bajo un volcán, si no se toman medidas para paliar estas catástrofes. Somos los seres humanos los que convocamos la desgracia, pero también los que podemos poner condiciones a nuestro destino: todo es trabajo, empeño y movilización social. El principal punto del orden del día del futuro es actuar para garantizar una vida segura a las personas en estas zonas. Se lo debemos a las víctimas, para que sus muertes y su dolor no sean inútiles. Nos merecemos todos un nivel de protección que impida que vuelvan a repetirse estos desastres. La gran pregunta es ¿aprenderemos algo de la catástrofe de València? De la respuesta dependerá nuestra esperanza.

 

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