Mauricio Antón
Tras haber sido durante siglos víctima de la superstición y las leyendas populares, el lobo ha caído en una situación casi peor: ahora se ha convertido también en asunto político, y como tal es objeto de la manipulación, la exageración y la mentira oportunista. Por ello, en las regiones donde quedan poblaciones de lobos dignas de mención, la información sobre la situación real de la especie es un activo que no siempre se da de buen grado. Ha sido necesaria una pregunta parlamentaria por parte del procurador de IU-Equo, José Sarrión, para que la Junta de Castilla y León haga públicas las cifras sobre los lobos muertos en esa Comunidad en los últimos 3 años.
Según esas cifras, del total de ejemplares muertos en ese período, menos del 2 % corresponden a muertes naturales, mientras que un abrumador 75 % corresponde a la caza de trofeos. De éstos, más de la mitad fueron abatidos en la modalidad de aguardo, que en esa Comunidad implica el uso de casetas y cebaderos, prohibidos por la Ley Nacional de Caza, como ha certificado la Fiscalía Nacional de Medio Ambiente.
Estas cifras confirman el papel central que tiene la caza en la mortalidad de nuestros lobos, pero detrás de los fríos números hay una realidad más compleja y siniestra. La caza del lobo es un pasatiempo anacrónico que impide al cánido ejercer plenamente su papel en el ecosistema y, además, impide al sector turístico ocupar su lugar en la economía de las zonas loberas. Matar lobos dificulta enormemente la observación de ejemplares vivos por científicos y turistas, pero además tiene el efecto de desestructurar las manadas, disminuyendo su capacidad para matar presas salvajes y haciéndoles más proclives a atacar a la presa más fácil, el ganado doméstico. Así, tanto la caza como los "controles" oficiales (un 7% de las muertes), que se justifican como medios para disminuir los ataques al ganado, consiguen en realidad el efecto opuesto.
La caza de lobos además genera un rechazo creciente en la sociedad. Recordemos que el año pasado el Congreso admitió lo obvio: que los perros y otras mascotas no son objetos inanimados sino seres sintientes, ante lo cual clama al cielo que sus parientes libres sirvan para desahogar los instintos agresivos de una minoría lo bastante pudiente para permitirse el coste de abatir y disecar un lobo, y lo bastante insensible como para hacerlo. Ante ese rechazo social el sector cinegético despliega una intensa campaña de desinformación, pintando al lobo como culpable de todos los males del campo y presentándose a sí mismo como agente necesario para que haya menos lobos y así supuestamente ayudar del ganadero. Irónicamente, cuando los cazadores quieren presumir de conservacionistas, aseguran que gracias a su gestión hay más lobos que nunca, una afirmación que nos hace preguntarnos si mienten a los ganaderos, a los ecologistas, o a los dos a la vez. Al fin y al cabo el lobo, como carnívoro social, territorial y jerárquico, regula sus propias poblaciones y se mantiene en una densidad baja sin necesidad de ser tiroteado. En cambio, debido a la sangría causada por el hombre, la sociedad lobuna no alcanza su estabilidad y permanece en un estado de inmadurez perpetua, ocupada en intentar rellenar con nuevos ejemplares los vacíos que dejan los animales abatidos. En territorios donde en condiciones naturales habría una manada estable evitando la presencia de otros lobos y cazando jabalíes y venados, por culpa de la caza tenemos una multiplicidad de parejas reproductoras que depredan con más frecuencia al ganado.
En una especie de "tormenta perfecta" contra el lobo, los intereses cinegéticos coinciden con los de unos sindicatos agroganaderos sin capacidad ni intención de enfrentarse a los verdaderos problemas de su sector y que por tanto han tomado al lobo como chivo expiatorio universal. Cazadores y sindicatos potencian sin sonrojo todas las supercherías que identifican al lobo con el mismo demonio, generando una conflictividad de la cual ambos se benefician: unos obtienen legitimación social y los otros, afiliaciones.
La leyenda medieval del lobo feroz vuelve a correr como un reguero de pólvora no sólo por España sino por la Europa del siglo XXI, gracias a una auténtica intoxicación informativa. Y el ruido resultante preocupa a la administración comunitaria, tan dada a rehuir conflictos como a complacer a los lobbies más pertinaces. En una reciente reunión que mantuvimos representantes de la Alianza Europea por la Conservación del Lobo con el encargado de la gestión de grandes carnívoros de la Comisión Europea, éste nos aconsejó: "No infravaloren la importancia del miedo, fundado o no, para la gestión de los grandes carnívoros". Una frase que nos muestra como Europa se adentra en el mundo de la "posverdad", donde lo importante ya no es si ese miedo tiene base científica o es pura patraña, sino el hecho de que la gente tenga miedo.
Pero hay además una cifra desconocida y aterradora: la de los lobos que caen víctimas de la caza furtiva. Esas muertes las confirman los propios furtivos, hablando encapuchados ante una televisión regional y asegurando que lobo que ven, lobo que matan. ¿Por qué? Porque siempre hay mercado para un cadáver de lobo, el trofeo más codiciado y mejor pagado de la fauna ibérica. De hecho, la existencia del mercado legal de trofeos permite un continuo "blanqueo", como relatan los furtivos, quienes congelan en arcones los lobos que matan para después pasárselos a los organizadores de cacerías "legales", que así ofrecen un trofeo al cazador demasiado torpe o demasiado beodo para acertar al blanco incluso desde el confort de una caseta. En todo caso, en los límites del área de distribución del lobo ibérico se matan discretamente suficientes ejemplares como para impedir su natural expansión a zonas donde se le erradicó en el siglo pasado.¿Qué nos dice entre tanto la ciencia? Pues no todos los científicos dicen lo mismo, y por ello las administraciones deseosas de mantener el status quo siempre encuentran a algún experto dispuesto a justificar la matanza de lobos con argumentos caducos o peregrinos. Por contraste resulta significativa la publicación el año pasado de un número monográfico de la prestigiosa revista "Journal of Mammalogy" donde los principales expertos internacionales en la biología de los carnívoros unen sus voces para afirmar que los controles letales de depredadores han demostrado ser una táctica inútil para resolver los conflictos con los intereses humanos, y que las medidas preventivas son la única solución viable a largo plazo.
Presentar la existencia del lobo como un conflicto es un enfoque profundamente erróneo. El lobo es patrimonio natural en estado puro y con la visión miope al uso estamos consiguiendo abortar todas las posibilidades que nos daría un enfoque positivo. Una economía avanzada no se aferra a la explotación masiva de materias primas y la esquilmación de recursos, sino que promociona los valores añadidos. Intentar competir a la baja con países que exportan productos ganaderos a precios ridículos es una perspectiva sórdida en el mejor de los casos y suicida en el peor. En cambio, adoptar un pastoreo profesional y tomar medidas preventivas no sólo es la mejor solución para convivir con el lobo sino que además permitirá a los ganaderos poner en sus productos sellos de calidad que convenzan al consumidor informado de pagar un poco más por un producto que protege la biodiversidad, de la cual el lobo es el símbolo más poderoso. Desperdiciar el potencial del lobo a cambio de beneficios mezquinos a corto plazo es un error que no va a durar mucho. La duda es qué ocurrirá antes: que seamos capaces de tomar una actitud más inteligente o que desaparezca el lobo. Esperemos que sea lo primero.
*Mauricio Antón es Vicepresidente de Lobo Marley
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