En la misma semana, mientras se celebraba una rueda de prensa internacional del historiador Yuval Noah Harari sobre su best-seller con el tema de moda, la inteligencia artificial, y el riesgo para la humanidad que supone, la Amazonía brasileña ardía, se convertían en cenizas los bosques de Portugal y se inundaba como nunca antes el norte de Camerún y una extensa parte Nigeria. Además, un informe internacional nos revelaba que los fondos públicos del maltrecho Sur Global están financiando con cientos de miles de millones a las mismas industrias que socavan su tumba: los combustibles fósiles y la agroindustria. Que África subvencione con fondos públicos a petroleras del norte no estará de moda, pero es un peligro inmediato para la vida.
Los datos de esta investigación de la organización Action Aid (Alianza por la Solidaridad, en España) son esclarecedores: sólo esos dos sectores económicos reciben la friolera de 677.000 millones de dólares anuales –438.000 millones, las empresas petrolíferas y 238.000 millones, las grandes de la agricultura- de un dinero que podría haber pagado más de tres veces la educación primaria de todos los niños subsaharianos, o su sanidad, o sus más básicas infraestructuras para tener una vida digna. También podrían haber pagado la adaptación para poder resistir los múltiples impactos de ese cambio climático global que no han generado con su forma de vida, pero que les está matando o expulsando de sus hogares. Qué tras semanas de noticias, cada día, con cada cayuco, resulte que la migración africana de unos miles de personas sea "la principal preocupación" de la población española, por encima del precio especulativo de la vivienda, no deja de ser desolador y un ejemplo de cómo de manipulables somos ya antes de que la IA nos colonice. Y también es un peligro inmediato.
Gracias a Action Aid nos enteramos de que esos 677.000 millones, en última instancia destinados a generar emisiones de gases contaminantes, y por tanto a cambiar la atmósfera terrestre, son una cantidad 20 veces mayor de lo que se gasta el mundo desarrollado en medidas para que en ese Sur se pueda seguir viviendo. Es más, se invierte hasta 40 veces más en subvencionar el gas o el petróleo que las energías renovables que, si además rebajamos el consumo, podrían mitigar los daños. Y lo que es peor: van a menos. Si en 2016 los países desarrollados financiaron con 15.000 millones de dólares las medidas para paliar y mitigar impactos de sequías, huracanes o incendios, para 2021 ya solo fueron 7.000 millones, menos de la mitad. Es difícil de creer cuándo en cada cumbre escuchamos a nuestros dirigentes hablar de lo importante que son los ‘fondos verdes’ o cuándo en sus viajes al otro lado del Estrecho les vemos hacer promesas millonarias de ayudas que, parece, nunca llegan.
Lo que no va a menos son los desastres, como tampoco disminuye "control férreo de las políticas y los presupuestos energéticos" que, según la ONG, ejercen las grandes corporaciones en estos países, cuyos gobiernos acaban impulsando agronegocios en lugar de una agricultura local o promoviendo la explotación de nuevos yacimientos energéticos. Es lo que está pasando en Senegal, Mauritania, Mozambique o Angola. Según la consultora especializada ABIQ, solo para África y Oriente Medio hay ahora 240 grandes proyectos petroleros y gasísticos en curso con un valor total de 911.000 millones de dólares. ¿Cómo renunciar cuando, según Action Aid, el pago de las deudas que generan las catástrofes climáticas les aboca a explotar estos recursos naturales? Que encima se aprovechan las corporaciones del hemisferio norte que, además, no son amigas de abonar impuestos allí como lo harían en sus países, es la gota que colma el vaso de la irresponsabilidad, que el de la avaricia no tiene fondo.
El informe pone algunos ejemplos esclarecedores de estados de donde, por cierto, no nos llegan migrantes a nuestro territorio, pero si materias primas: en Zambia, el 80% de su presupuesto agrario fue a la agroindustria; en Zimbaue, la mitad de sus fondos van a apoyar a ese sector en la compra de fertilizantes y semillas híbridas que venden, a su vez, otras grandes multinacionales; en Nigeria y en Bangladesh se subvenciona hasta 33 veces más a petrolíferas que a las compañías que ponen en marcha renovables, que por cierto también requieren de unos minerales que salen de tierras africanas (cobalto, cobre, oro...). Mencionan, además, otros más esperanzadores, como el caso de Kenia, donde el gobierno si que está apoyando más las energías limpias que las de combustibles fósiles, los mismos que han llevado al país a una situación extrema de sequía en los últimos años, generando desplazamientos forzosos, graves conflictos entre ganaderos y fauna salvaje y mucha miseria. Algo similar estaría sucediendo en Brasil o Senegal, aunque allí aún puede más el negocio de un ‘oro negro’ cuyos daños deberían estar en su cuenta de resultados: este verano se han inundado cientos de casas en la ciudad de Sédhiou, dejando a miles de personas sin lugar donde vivir.
En definitiva, cuando veamos migrantes jugándose la vida en una travesía infernal hasta nuestras costas, o saltando cortantes concertinas que les taladran el cuerpo, echemos un vistazo a lo que pasa un poco más abajo. Convendría recordarlo cuando les vemos llegar exhaustos. Los que llegan.
Comentarios
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