Ecologismo de emergencia

Una catástrofe anunciada, ¿y ahora qué?

Alba Ramos Solano y Adrián García Abenza

Educadora ambiental y meteorólogo, activistas de Alianza Verde Andalucía 

Una catástrofe anunciada, ¿y ahora qué?
Foto de Nick Fewings en Unsplash

El 29 de octubre de 2024 sufrimos una catástrofe natural sin precedentes en la historia reciente de nuestro país. Pasan los días y, sumidos en una absoluta conmoción nacional, vamos tomando consciencia de la magnitud del desastre. En los telediarios y en las redes sociales resuena incansable la desolación de quienes han sobrevivido a la catástrofe para despertar en un escenario apocalíptico al que la ayuda nunca llega tan rápido como sería necesario.

Por un momento, parece haberse detenido el frenético ritmo del capital y la solidaridad y la empatía afloran por doquier, devolviéndonos la esperanza en una sociedad que parecía cegada por el consumismo voraz. Pero al mismo tiempo, mientras aumenta la indignación frente a la magnitud del desastre y la mala gestión, el ruido y la desinformación se extienden imparables aprovechando que las emociones se encuentran a flor de piel y que la urgencia del momento nos impulsa a la inmediatez de la información y la acción. Por eso, resulta esencial señalar que, aunque es el tiempo de la solidaridad y el tiempo de actuar, también es el tiempo de reflexionar y analizar lo que ha ocurrido. Es tiempo de repensar si queremos simplemente regresar a la antigua "normalidad" o si queremos reconstruir una nueva forma de cohabitar, más resiliente y menos desigual, más consciente de nuestra vulnerabilidad y menos dependiente del extractivismo y el capital.

¿Pero cómo podemos contribuir como ciudadanas y ciudadanos a esta reconstrucción? Obviamente, es indispensable la ayuda de esos miles de voluntarias y voluntarios que están repartiendo comida, achicando agua y limpiando el barro de las zonas afectadas. También es fundamental la gran cantidad de ayuda humanitaria que está siendo donada, recogida y enviada desde todos los puntos de España. Del mismo modo, resulta esencial que todos y cada uno de nosotros y nosotras nos hagamos conscientes del papel de la ciencia y de los científicos y científicas que llevan décadas alertándonos de las gravísimas consecuencias del cambio climático y cuyo esfuerzo nos ha dotado hoy en día de herramientas muy eficaces para prevenir y poder prepararnos con antelación frente a este tipo de desastre.

Desde hacía días, los modelos atmosféricos de predicción venían señalando la gran intensidad de las precipitaciones que traería la DANA a determinadas zonas de nuestro país. De hecho, estos modelos permitieron, a pesar de la gran incertidumbre y complejidad que viene asociada a este tipo de fenómenos, que los meteorólogos y meteorólogas de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) emitieran avisos rojos con horas de antelación, precisamente en aquellas zonas que finalmente se vieron más afectadas. La DANA y sus impactos asociados eran imposibles de detener, sin embargo, una mayor precaución ante los avisos que lanza la ciencia, quizás hubiese servido para minimizar los daños y salvar numerosas vidas.

Por otra parte, y aunque aún es pronto para conocer con exactitud en qué medida el cambio climático ha contribuido a la probabilidad e intensidad de esta catástrofe en particular, lo que la ciencia tiene claro, y lleva advirtiendo contundentemente desde hace años, es que el terrible calentamiento global que estamos provocando está haciendo cada vez más frecuentes e intensos estos y otros fenómenos meteorológicos adversos y poniendo en riesgo las vidas de millones de personas.

Precisamente por eso, debemos confiar en la ciencia y escuchar sus avisos, pero siendo conscientes de que la ciencia no puede darnos soluciones milagrosas a la emergencia climática. Las soluciones a este enorme desafío van más allá de la ciencia y la tecnología, requieren además cambios sociales, culturales y políticos. Por tanto, si de algo ha de servir esta catástrofe, debería ser para impulsarnos a llevar a cabo todos los esfuerzos posibles y los sacrificios necesarios para disminuir drásticamente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero y mitigar así el calentamiento global que va a experimentar la Tierra.

Pero, además, lo que hemos visto, sentido y sufrido estos días de horror, debe ayudarnos a entender la magnitud e inevitabilidad de muchas de las consecuencias de este cambio climático antropogénico. No nos queda más remedio que adaptarnos a esas consecuencias. Y esa adaptación requiere también enormes recursos, esfuerzos y mucha reflexión y planificación sobre todos los aspectos de nuestra sociedad, nuestro sistema económico, nuestro estilo de vida y nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza.

La adaptación requiere pagar orgullosamente nuestros impuestos para invertir y fortalecer los servicios públicos, porque son estos servicios, como la AEMET, Protección Civil, la UME (Unidad Militar de Emergencias) y otros, los que constituyen nuestra primera línea de defensa frente a los estragos que puede y que va a causar la emergencia climática. Es tan absurdo que en este contexto aún haya fuerzas políticas dispuestas a desmantelarlos, como que haya quien defienda al mismo tiempo fortalecerlos y dejar de pagar impuestos.

Hacer frente a esta emergencia requiere asumir nuestra vulnerabilidad frente a los fenómenos naturales extremos y nuestra responsabilidad al alterar los ciclos y sistemas naturales que regulan el clima de nuestro planeta. Requiere profundas transformaciones sociales que solo serán posibles mediante una educación que haga del desarrollo de la conciencia ambiental su eje vertebrador y de la justicia social su valor fundamental.

Esta DANA ha acabado con la vida de cientos de personas, se lo ha arrebatado todo a miles de familias, nos ha conmocionado a todos y todas y ha puesto en jaque el propio sistema socioeconómico capitalista que nos está conduciendo directamente hacia el abismo. No olvidemos nunca este trágico episodio. Seamos críticos para pararle los pies a la desinformación. No permitamos que los intereses de unos pocos redirijan nuestra indignación y nuestro impulso hacia salidas autoritarias, individualistas o directamente ecofascistas. Exijamos a las instituciones que dediquen todos los recursos posibles a la mitigación y adaptación al cambio climático. No prestemos nuestro apoyo a formaciones políticas negacionistas o retardistas, ni a aquellas que se demuestran totalmente incapaces de gestionar este desastre. Reguemos con esmero la esperanza de que es posible reconstruirnos desde una forma mejor de cohabitar el mundo.

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