Reinventar la huelga para que sea política (más allá del heroísmo salarial)

Durante el paréntesis de Estado social europeo, cuyos últimos coletazos llegaron a España tardiamente tras la crisis de 1973 y la muerte del caudillo, los sindicatos tuvieron una función esencial, reforzada en España para los sindicatos mayoritarios como forma de apoyo tras su persecución bajo la dictadura (al igual que los partidos políticos, ambos referidos respectivamente en los artículos 6 y 7 de la Constitución de 1978). Con la paradoja de que los sindicatos han sido más útiles cuando menos necesarios eran. En otras palabras, han sido capaces de conseguir mejoras para las trabajadoras y trabajadores en un momento histórico en el cual los sindicatos tenían sus mejores herramientas, por la bonanza económica, para echar pulsos a la patronal (algo, no hay que equivocarse al respecto, muy útil en España, no tanto por los problemas económicos en sí sino por la condición rentista de un empresariado nada competitivo y acostumbrado a sobrevivir explotando a los trabajadores con el apoyo del Estado, tanto con gobiernos del PSOE como con gobiernos del PP. ¿O hay que recordar que Díaz Ferrán, el "patrono de patronos", ha pasado de dirigir la CEOE y lograr avances contra los trabajadores, a ser juzgado por, presuntamente, robarse los dineros de sus quebradas empresas?)

Sin embargo, en los momentos de crisis estructural como el de ahora, los sindicatos demuestran el colesterol acumulado en los tiempos en los que su tarea era más cómoda. Cuando te acostumbras a hablar de "mercado" laboral (y regalas el simbolismo que implica asumir que la fuerza de trabajo se compra y se vende como cualquier otra mercancía) y estás más tiempo discutiendo en despachos que en fábricas y calles, terminas por acostumbrar tu lenguaje al mundo en el que habitas. No es un reproche. Es constatar que el zorro que come de las sobras de los domingueros, termina por no saber cazar cuando llega el invierno. Los tiempos en que bastaba un día de huelga general para que los gobiernos y la patronal tomaran nota marcaron un estilo que hoy está desbordado por la radicalidad de gobierno, UE y empresarios (los verdaderos radicales hoy en día).

Pero esa manera de lucha sólo es válida para sectores con enorme capacidad estratégica -por ejemplo, pilotos-, pero no tiene ni por asomo la misma fuerza en una sociedad de servicios. La patronal, como el gobierno, piensan la huelga general como los grandes almacenes los hurtos: algo que se puede trasladar sin problema a precios y, por tanto, algo que es descontable.

La huelga general hoy sólo tiene validez si recupera su condición política. Es decir, su condición de cambiar las estructuras de redistribución de las ventajas de la vida social. La huelga general clásica es condición necesaria, pero ya no es condición suficiente. Si el "poder" no se siente confrontado, la huelga es simbólica. Sin dejar de añadir que con uno de cada cuatro trabajadores en paro, perder un día de sueldo y arriesgarse a que el jefe repita la frase protofascista: "si no vienes mañana, no vengas tampoco ya el viernes", hace del seguimiento de la huelga un acto heróico. ¿No hay posibilidad de trasladar el reto a otros ámbitos? ¿Qué hay que confrontar el 29-M para que el gobierno retire su abusiva reforma laboral? ¿Con quién hay que "hablar" -en España, en Europa, en el ámbito transnacional- para que los trabajadores y trabajadoras no regresen a situaciones de semi esclavitud?

Esa es la discusión que hay que tener de aquí al día de la huelga general. Y lo que ha significado el 15-M tiene tanto que decir como los sindicatos, aunque la Constitución no lo recoja como tal en ningún artículo.